29 de Enero de 2015
La gerontocracia saudí se agota. La muerte
de Abdullah ha desencadenado un proceso sucesorio sin aparentes sobresaltos,
pese a las dudas suscitadas por los rumores de líneas divergentes en la familia
real, debido a la sorda lucha de clanes en la dinastía.
Abdulaziz, el
fundador, que tuvo 35 hijos de diferentes esposas, estableció que el trono
pasara de hermano a hermano y no de padre a hijo, para que todos los clanes
emparentados disfrutaran del privilegio de la corona. Siete de los hermanos
eran sudairi, es decir, hijos de la favorita, Hassa, perteneciente
a la tribu de ese nombre, una
de la más influyentes del reino. Cuatro de los siete hermanos sudairi
han sido reyes. Según el peculiar mecanismo de sucesión de la Casa Saud, el
nuevo monarca (previa consulta no vinculante a un Consejo que no tiene
necesariamente que reunirse) designa a su sucesor y al sucesor del sucesor.
Se había
especulado con la posibilidad de que el nuevo rey, Salman, el último sudairi en la línea sucesoria, no
respetara la voluntad de su antecesor. Hijo de una concubina yemení y por tanto
ajeno al clan privilegiado, y a falta de hermanos por vía materna, Abdullah había
designado a su medio hermano Muqrin, hijo de una joven esclava también yemení,
como segundo heredero, tras la muerte de los príncipes sudairi Sultán y
Nayef. Abdullah ha sido un rey fuerte,
ya que no sólo actuó con energía durante la década que estuvo en el trono, sino
que desempeñó antes esas funciones por la prolongada enfermedad de su
antecesor, Fahd.
Finalmente, se
han respetado los pactos tácitos. El sudairi
Salman ha mantenido a su medio hermano Muqrin en la posición prevalente de la
línea de sucesión. Para dar continuidad a la dinastía, y sin más hermanos ya
disponibles en la línea de sucesión, ha optado por lo más previsible. El
elegido ha sido Mohammed, el hijo de su hermano Nayef (sudairi), el anterior todopoderoso ministro del Interior hasta su
fallecimiento en 2012.
DEL PENÚLTIMO
HIJO AL PRIMER NIETO
Este desfile
de príncipes en el primer país exportador de petróleo del mundo refleja la
naturaleza de un régimen opaco como pocos, en el que una familia no sólo dirige
un país, sino que lo administra como un bien propio. Alguna vez se ha dicho que
el sistema saudí es feudal. En parte es así, puesto que la soberanía nacional
no existe. Como no existe constitución ni otras leyes que las derivadas de la sharia, la ley islámica. La legitimidad
reside en la voluntad de la familia real. Un Consejo o Shura, formado
por apenas un centenar y medio de notables, eleva propuestas legislativas al
trono. La familia es extensa y resistente al cambio, pese a que ya hace décadas
que sus integrantes se van a vivir y estudiar a Occidente para aprender a
dirigir el país como si fuera una empresa. Una empresa familiar.
Aparentemente,
cada periodo real está marcado por la personalidad del monarca. Pero dentro de
límites muy estrictos. Una especie de Consejo de Familia cumple un papel
análogo al de los Consejos reales en el antiguo régimen de las naciones
europeas. Cada rey puede ser más o menos
aperturista, abierta o discretamente reformista, pero su programa o sus
decisiones no son del todo suyas o sólo son aparentemente suyas. La impronta
que marca cada reinado se resuelve en gestos, por lo demás escasos, debido al
hermetismo del sistema.
El nuevo rey,
Salman, tiene la pinta de que disfrutará de un reinado breve, debido a su
frágil salud. Algunos saudólogos le atribuyen incluso incapacidad o
escasa capacidad para el desempeño del cargo. Pero es improbable que sea
apartado del trono. Ocurrió con Saud, el primer hijo del patriarca y fue un
trauma por el que se tratará de evitar por todos los medios.
Algunos
especialistas occidentales en el reino saudí parecen obviar el perfil de
Salman, al que asimilan con un periodo de transición o tenencia de la corona, y
se centran en escudriñar los perfiles de Muqrin y, sobre todo, del primer nieto
que, si no hay sobresaltos o accidentes, será rey: Mohammed Bin Nayef o “hijo
de Nayef”.
¿UN ‘GORBACHOV
SAUDÍ?
Muqrin, el
benjamín de los hijos de Abdelazziz, podría acceder al trono a una edad más
temprana (ahora tiene 69 años) que sus medio-hermanos. Se le considera
aperturista y reformista, pero con los límites ya señalados para Arabia. En
otras palabras, no cabe esperar que sea una especie de “Gorbachov saudí”.
¿Podría serlo
Mohammed Bin Nayef? Por edad (55 años), por educación, por un acomodo más
natural a los tiempos, tal vez. Pero ni su temperamento, ni su trayectoria
anticipan un reinado conciliador, sino conservador, enormemente atento a la
preservación sin fisuras de los intereses de la dinastía. ¿Será el pivote de la
dinastía, como asegura el profesor de Princeton Bernard Haykal? (2).
Mohammed
heredó de su padre, Nayef, el puesto de ministro del Interior. Tal cargo reúne
las competencias sobre seguridad e inteligencia. Bin Nayef ha sido
inequívocamente implacable con cualquier foco de contestación opositora o de
las organizaciones de derechos humanos. En cuanto al peligro 'yihadista',
el ministro y ahora heredero segundo aparece como un duro enemigo. Lo que
contrasta con la sensibilidad favorable a los islamistas radicales que se
atribuye al nuevo monarca. Salman fue durante años el mejor de los islamistas
radicales y captador de fondos de los mujaidines afganos en los ochenta
y de los musulmanes bosnios en los noventa (3).
Es algo poco
discutido que en el régimen saudí anidan todavía simpatías (¿complicidades?) no
resueltas hacia el extremismo rigorista islámico, según sospechan los servicios
de inteligencia occidentales. Como es sabido, la alianza de la corona saudí con
el wahabismo, una corriente de interpretación muy rígida del Islam ha
favorecido una cierta ambigüedad frente a las manifestaciones extremistas fuera
del reino.
CONTINUIDAD,
PERO…
De Salman a Bin
Nayef no se esperan cambios en la política exterior saudí, aunque sí mayor
asertividad. El momento es delicado. El empeño de Obama por resolver
pacíficamente el dossier nuclear iraní y las reticencias de la Casa Blanca a
propiciar directamente la caída del régimen sirio, aliado de Teherán, han
irritado profundamente en Riad. Nada
desean más los saudís que el férreo control (si no la caída) de los ayatollahs, por su activismo ya sea en
la defensa, avance y propagación de la causa del chiismo en toda la región
(Siria, Irak, Líbano, Bahrein, Yemen, etc.).
En todo caso,
no conviene dramatizar en exceso las tensiones entre Washington y Riad. Obama
quiso presentar sus respetos al nuevo rey, en su viaje de vuelta de la India. Después
de todo, los Saud comparten intereses estratégicos con Occidente. El petróleo
es un factor determinante. Mucho se ha escrito sobre las razones de Arabia para
mantener a toda costa la producción y favorecer así la caída de los precios. Es
una medida que tiene efectos múltiples. El descenso de los ingresos perjudica a
todos los países exportadores, pero sobre todo a los que más necesidad tienen
de arcas llenas: Irán y Rusia, países sometidos a sanciones internacionales, en
cabeza.
Que los
saudíes se empeñen en mantener los precios bajos para hacer daño al enemigo
iraní es comprensible. Pero el mismo reino se encuentra necesitado de recursos
para sostener sus servicios públicos, cada vez más abultados y sus recursos
financieros menguan.
Los expertos señalan otra razón para la
política saudí: asegurarse una mejor posición de competencia frente a los
nuevos productos petroleros norteamericanos. Las compañías estadounidenses
necesitan que el petróleo no baje de 50$ para que sea rentable la extracción
del crudo ligero o shale (4). Cuanto
más barato el petróleo, menos beneficio y, por tanto, menos posibilidad de que
haya menos competencia en el mercado. El equilibrio es más difícil cada día.
(1) Para información adicional sobre el complejo mecanismo de poder
interno saudí, es muy recomendable del trabajo de SIMON HENDERSON, publicado
por el Instituto Washington para el Cercano Oriente, titulado “After Abdhullah.
Succession in Saudi Arabia”, en agosto de 2009. Una revisión resumida y
actualizada, escrita días antes de la muerte del rey: “Royal Roulette”, FOREIGN POLICY, 7 de enero.
(2) Perfil interesante de Mohammed Bin Nayef en el NEW YORK TIMES, de 26 de enero.
(3) "King Salman Shady History". DAVID ANDREW WEINBERG. FOREING
POLICY. 28 de enero.
(4)
“Riyadh’s Oil
Play”. BILAL SAAB Y ROBERT MANNING. FOREIGN
AFFAIRS, 6 de enero.
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