30 de julio de 2009
Ahora que Obama se enfrenta al primer momento delicado de su mandato, puesto ante uno de los dilemas que la sociedad y la clase política norteamericanas llevan décadas sin resolver (la reforma sanitaria), cabe preguntarse si su administración será capaz de destinar energías para abordar también –y simultáneamente- los acuciantes problemas internacionales.
El presidente de Estados Unidos da la impresión de saber cómo afrontar los desafíos mundiales y ha formulado visiones enormemente interesantes en los seis meses que lleva en la Casa Blanca. Lo ha hecho, fundamentalmente, a través de discursos de gran profundidad y solemnidad, con vocaciones de convertirse en cimientos de políticas renovadas. Faltaba una exposición teórica, o académica, o doctrinaria que diera coherencia a la responsabilidad que Obama quiere para Estados Unidos en el mundo del siglo XXI. En cierto modo, esa pieza llegó a mediados de este mes, aunque ha pasado casi inadvertida en los medios de comunicación españoles. La desatención quizás se deba a que no la presentó el propio Obama, sino su Secretaria de Estado, Hillary Clinton.
El pasado 15 de julio, en un discurso ante el influyente Consejo de Relaciones Exteriores, con sede en Nueva York, la capital internacional de Estados Unidos, Hillary Clinton presentó los principios, objetivos y líneas esenciales de actuación de la política exterior norteamericana de la presente administración.
Señalaremos lo más relevante y clarificador, pero antes anticipemos que Clinton habló en todo momento como un alter ego del Presidente. Ningún resquicio de duda o discrepancia. En las últimas semanas se había especulado con desavenencias entre la Casa Blanca y Foggy Botton, con cierta incomodidad de la Secretaria de Estado por el retraso en algunos nombramientos o cierto desplazamiento de responsables en política exterior. El alejamiento de Hillary, debido a un accidente doméstico que produjo lesiones de importancia en un codo, incrementaron los rumores. A día de hoy, esas tensiones, incluso si han llegado a existir, se han disipado por completo o se han revelado insignificantes. El propio Henry Kissinger acaba de confirmar que confesó recientemente a la actual jefa de la diplomacia que difícilmente había conocido él un periodo de tanta armonía entre la Casa Blanca y la Secretaría de Estado.
En discurso ante el CFR, Hillary Clinton afirmó con solemnidad que el rasgo definidor de la política exterior de la administración Obama consistirá en propiciar “una nueva era basada en intereses comunes, valores compartidos y respeto mutuo”. Es decir, se ha acabado el unilateralismo. Las prioridades de Washington serán las siguientes:
- revertir la carrera de armamentos, prevenir su uso y construir un mundo libre de su amenaza.
- aislar y derrotar a los terroristas y contrarrestar a los extremistas violentos, al tiempo que se extiende la manos a todos los musulmanes del mundo.
- alentar y facilitar los esfuerzos de todas las partes para perseguir y conseguir una paz integral en Oriente Medio.
- promover una amplia agenda de desarrollo, mediante la promoción de un comercio libre pero justo y la promoción de la inversión que origine empleos de calidad.
- combatir el cambio climático, aumentar la seguridad energética y poner las bases de un futuro próspero sustentado en energías limpias.
- apoyar y alentar a los gobiernos democráticos que protegen los derechos de sus ciudadanos y sirven sus intereses.
El compromiso con estas prioridades ha ido reflejándose en las diversas actuaciones emprendidas en estos primeros meses de gobierno. Las intenciones del gobierno Obama son buenas, y eso lo admiten muchos analistas independientes e incluso algunos moderadamente escépticos. Pero persisten las dudas sobre la viabilidad práctica de estos principios.
Frente a estas actitudes incrédulas, Clinton aseguró que la política exterior que defienden es una combinación de idealismo y pragmatismo. El argumento va como sigue: los desafíos del mundo son tan abrumadores que nadie puede afrontarlos en solitario. Ni siquiera Estados Unidos. Pero si la hiperpotencia no puede acometerlos sola, nadie puede hacerlo sin la colaboración de ella. Washington se plantea una política que restaure las relaciones con los aliados tradicionales como Europa o el Pacífico –algunas muy dañadas durante los años de Bush-, fomentar lazos con agentes no gubernamentales –despreciados por el anterior presidente- e incluso llegar a otros actores no convencionales.
Pero quizás el elemento más interesante de la nueva doctrina exterior reside en la formulación de las políticas hacia los elementos refractarios o incluso hostiles. Con ellos se practicará una política de “engagement”, que debería traducirse como “afrontamiento”. Es decir, no se trata de dar por perdido a ningún país o gobierno simplemente porque mantiene posiciones críticas con Estados Unidos, sino de emplear todos los recursos de la diplomacia norteamericana para conseguir que adopte una posición constructiva, sin renuncias a sus principios e intereses legítimos, pero respetuosa con la paz y la cooperación internacionales. La Secretaria de Estado dejó claro, como ha hecho en repetidas ocasiones el Presidente, que esta administración no renuncia al uso de la fuerza militar si fuera necesario para defender sus intereses o a sus aliados amenazados. Pero sólo como último recurso.
La cuestión es si esta interesante exposición de intenciones esta traduciéndose en avances prácticos. Consciente de las dudas que circulan al respecto, Clinton quiso poner ejemplos prácticos de cómo se están aplicando estos principios en los sucesivos escenarios de crisis (Corea del Norte, Irak, Afganistán, Irán, Palestina…) o ante los desafíos globales (cambio climático, desnuclearización y lucha contra el hambre y la pobreza…). A pesar de los esfuerzos de la Secretario de Estado por resaltar los avances y resultados positivos, lo cierto es que
En gran medida, los problemas y contradicciones vienen arrastrados por el daño que han hecho políticas pasadas,. Pero algunos analistas se atreven a señalar que sobra retórica y falta claridad de juicio en los planteamientos de Obama-Clinton, si es que podemos hablar de un tándem. En algunos casos, las nuevas políticas se hacen esperar y se vive demasiado de recetas caducadas; en otros, no se perciben con claridad. A determinados socios no se les consigue convencer de la viabilidad de las nuevas políticas. Y otros tiene una idea muy distinta del partenariado. Por no hablar de los que no tienen el más mínimo interés de cooperar en la construcción de ese mundo nuevo. El caso es que, como dice Fred Kaplan, la combinación de idealismo y pragmatismo arroja más contradicciones que resultados positivos.
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