ESTADOS UNIDOS DECIDE SIN ENTUSIASMO



 6 de Noviembre de 2012
        
            Estados Unidos decide hoy si prefiere atenuar los tremendos efectos sociales de las crisis o, por el contrario, acentúa la tendencia a la desigualdad, la brecha social y la desprotección iniciada hace tres décadas. Eso es lo que está en juego este ‘primer martes después del primer lunes de noviembre de 2012’: la intensidad con la que la mayoría de la población soportará el fracaso estrepitoso del modelo económico-social.

                 El actual Presidente, Barack Obama, abandonadas ya sus promesas de ‘cambio’ (dentro del sistema), se esfuerza por convencer a los suyos, a los más próximos (los adversarios lo odian más allá de lo racional) de que merece un segundo mandato para intentar lo que no pudo o no se atrevió a hacer. No ha eludido incluso el tono de súplica, una humildad un tanto tramposa, y algo desconcertante, dada la fama que se ha ganado de líder distante.

             El aspirante, Mitt Romney, asumida ya por todos su condición camaleónica, la incógnita básica que despierta su hipotético mandato y la relativa victoria que supone haber llegado al día D con opciones reales de éxito, confía en que la frustración ciudadana combinada con las perversiones del sistema político norteamericano (la baja participación, los obstáculos estructurales y premeditados al derecho de voto y el sólido escepticismo de amplias capas de la población) le otorguen el ‘premio’ que le fue negado a su padre.

     INCERTIDUMBRE FINAL

    Nada está decidido, en efecto. Los últimos sondeos, bastante fiables en el trazo grueso en Estados Unidos, no rompen la barrera de las dudas; es decir, no son concluyentes para anticipar un ganador (‘too close to call’, en expresión local). Hay, eso sí, una ‘sensación’ de que Obama ha conseguido un despegue mínimo en los ‘estados indecisos’, que podría hacerle superar los 270 votos electorales necesarios. Pero ni el propio Presidente, ni desde luego sus estrategas se fían en absoluto. Basta con que el tiempo sea poco propicio o que una pulsión de última hora provoque un desplazamiento de ánimo para que vuelque la barca presidencial.
                 
              Lo que sí parece claro, ahora que Sandy se ha diluido, es que la tormenta ha lustrado un poco la figura presidencial que Obama se había dejado ensombrecer durante buena parte de la campaña. El líder de los demócratas ha medido bien los tiempos, el discurso y los gestos. Ha proporcionado el alivio moral oportuno y ha tomado las decisiones justas, incluso para merecer el apoyo de los dirigentes conservadores de dos de las zonas más afectadas por la tormenta: el gobernador de New Jersey (el radical y otrora ‘incendiario’ Christies) y el alcalde de Nueva York (el ‘businessman’ Bloomberg). Éste último, como pálido republicano que gusta de presentarse, incluso ha expresado su preferencia por él, con calculada discreción. Estos apoyos parecen más influyentes que el de Colin Powell,  al que no perdonará seguramente el votante republicano medio su inhibición hace cuatro años, facilitándose el ascenso de Obama a la Casa Blanca.

                OBAMA: DE LA ‘ESPERANZA’ AL ‘ESFUERZO
                 
               Si el Presidente consigue repetir mandato no habrá entusiasmo, pero si alivio. Produce cierta frustración entre los progresistas que una victoria se perciba como barrera frente al empeoramiento, en vez de impulso hacia la mejoría. Pero, no nos engañemos, ése es el ambiente reinante. Este fin de semana, la BBC World ha emitido un interesante documental dedicado al balance de estos cuatro años, con el significativo título ‘Qué ha sido de la esperanza’. El relato del periodista Andrew Marr no venía sazonado por las valoraciones de primeras figuras políticas o periodísticas, sino por las de secundarios seguramente más libres y desenvueltos en la expresión de sus opiniones. Como hilo audiovisual conductor, el autor empleaba las fotos de realizadas por una de las fotógrafas habituales del Presidente (y, antes, del candidato en 2008). La evolución del semblante de Obama resulta conmovedora: la amplia sonrisa optimista deja paso a la introspección no desprovista de amargura, la energía a la fatiga, el arrope de las masas a la reflexión en soledad. El candidato que se había impuesto modificar la ‘dinámica de Washington’, es decir, la enfermedad insidiosa del ejercicio del poder, ha sido triturado moralmente por la ambición de continuar. 


            La divisa ‘hope’ (esperanza) es muy querida para los demócratas. Recuérdese que Bill Clinton la utilizó en su campaña de 1992, casi inevitablemente, porque así se llamaba el pequeño pueblo de Arkansas en el que nació. Obama la recuperó en 2008 (y antes, en las primarias, frente a los Clinton, devorados ya entonces por la usura del poder). Cuatro años después, la consigna vaporosa de la esperanza se ha diluido en otra más resignada o menos convocadora de ilusiones: el ‘hard work’, el ‘trabajo duro’, el ‘esfuerzo’. Naturalmente, para seguir tirando del carro, y cuesta arriba. Como representación clamorosa de ello, ha sido precisamente el popular pero resabiado Bill Clinton quien ha acudido al rescate de Obama en dos momentos clave de esta campaña: la Convención Demócrata y el último gran acto electoral del Presidente (este fin de semana en Concord, New Hampshire).

           ROMNEY: LA MITICA DEL ‘ÉXITO

Frente a la ‘esperanza’ transmutada en ‘esfuerzo’, Romney  ha intentando establecer la mítica ilusionista y muy norteamericana del ‘éxito’. El suyo, claro está, como inspirador del pretendido por cada cual. Éxito individual, por supuesto. Al que se llega trabajando, sin duda, pero sobre todo por ‘competencia’ en el doble sentido del término: el que se reclama de la preparación y el que alude a la ambición de prevalecer sobre los demás.

También los republicanos efectúan en realidad variaciones sobre el mismo tema desde hace más de una generación. Reagan alcanzó la presidencia con el lema “hacer a América fuerte a otra vez”, frente a la supuesta debilidad del mandato de Jimmy Carter. La fortaleza tenía entonces un sentido de desafío externo, ya fuera frente a la amenaza soviética (declinante, pero ocultada o exagerada por el ‘establishment‘ de Washington); o, más oportuna, de los ‘ayatollahs’  iraníes. George W. Bush convirtió esa expresión de la fortaleza en ‘unilateralismo’ e imposición del método americano no ya a los rivales sino a los propios aliados, sin parar en guerras descabelladas y absurdas.

Ahora, Romney evoca la recuperación de la fortaleza inventándose la debilidad. Aunque para ello atribuya falsa y maliciosamente a Obama la presentación de excusas por el poderío de América.  El candidato republicano sólo interpreta el libreto ‘neocon’ adaptado al momento.  Paradójicamente, los grandes defensores de acabar con el ‘big government’ (un Estado fuerte), preconizan un incremento injustificado y absurdo de la mayor y más costosa de las instituciones estatales: el aparato industrial-militar. El mensaje es tan incoherente como lo era hace treinta años. En realidad más, porque ni los riesgos, ni las amenazas (reales o teóricas son comparables). Pero, además, es inconsistente con la propia realidad del país. La vulnerabilidad de  América no tiene que ver con la exposición indefensa al enemigo externo (terrorista o comercial), sino con los crecientes desequilibrios internos: desigualdad social desbocada, obsolescencia de sus infraestructuras y corrupción de su sistema político.  

Esta última era resaltada por Jeffrey Sachs, el que fuera economista jefe del Banco Mundial y hoy agudo crítico del sistema, en el citado documental de la BBC. Poca gente, sin embargo, le presta atención. Resulta sorprendente que en Europa se siga contemplando a la democracia norteamericana con una mirada tan poco crítica, cuando se encuentra instalada en la prevalencia del dinero, la falta de transparencia, la chapuza del proceso electoral (cuando no abiertamente el fraude), la escasa renovación de cuadros, la colusión de los grandes medios de comunicación y la esclerosis de las propuestas programáticas. 

Pero esto no estará hoy en la mente y en el corazón de los norteamericanos: bastará con elegir entre la invocación al ´esfuerzo´ y la promesa del ‘éxito’.

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