30 de Diciembre de 2014
Después
de cuatro años de angustias sin cuento, los ciudadanos griegos tendrán la
oportunidad de decidir en sólo unos días si culminan el doloroso proceso de la
austeridad o cambian de rumbo. La disolución de la Asamblea Nacional, decidida
ayer tras el tercer fracaso consecutivo en la elección del Jefe del Estado,
abre las puertas a unas elecciones anticipadas para el 25 de enero.
A
día de hoy, estas dos opciones del libreto tienen dos actores protagonistas
claros y unos secundarios más difusos. Del lado del continuismo, se presenta el
primer ministro saliente, Antonio Samaras, líder del partido conservador Nueva
Democracia. En el lado opuesto, Alexis Tsipras, la estrella en alza del
firmamento político griego, al frente de la rupturista formación Syriza.
El
ascenso de Syriza es un proceso largamente anunciado. En 2012 obtuvo un 26,8%
de los votos y algunos sondeos le auguran ahora un par de décimas por debajo
del 30%, al menos tres puntos más que ND. Un avance de envergadura, teniendo en
cuenta que sus propuestas suponen un desafío abierto a las orientaciones del
eje Berlín-Bruselas-Francfurt.
En
todo caso, y aún confirmándose una victoria electoral de este bloque de
izquierdas, no está garantizado que pueda reunir una mayoría suficiente para
formar un gobierno estable, que le permita plantear siquiera la renegociación
del acuerdo financiero con la UE. Los posibles aliados de Syriza son minúsculas
formaciones de centro-izquierda (Dimar) o populistas de confuso perfil
ideológico, que ni siquiera tienen garantizada su presencia en el Parlamento,
si se produce una polarización del voto.
Por
su parte, Nueva Democracia afronta un desafío aún mayor. Es bien dudoso que los
avances conseguidos por la política de estabilización en el plano
macroeconómico sean aceptados como logros merecedores de recompensa por la
mayoría del electorado. Aunque el déficit se ha reducido al 3% del PIB y el
crecimiento económico en 2015 se prevé en torno al 3%, el desempleo frisa el
27%, la mitad de la población menor de 30 años sigue sin incorporarse al
mercado laboral y un millón de desempleados carecen de subsidio alguno. La
salida de esta pesadilla de empobrecimiento se antoja aún lejana, pese a las
buenas palabras del primer ministro y de sus aliados europeos.
La
opción rupturista es hoy más probable que nunca desde el comienzo de la crisis.
Alexis Tsipras ha moderado en parte su discurso, sin renunciar a lo
fundamental: cambiar las reglas del acuerdo con la 'troika' y superar la lógica
del 'austericidio'. Las propuestas del joven ingeniero que ha revolucionado la
política griega son básicamente cinco: el alza del salario mínimo, la anulación
de un tercio de la deuda pública, la recapitalización de los bancos sin que se
contabilice esas cantidades en la deuda pública, una moratoria sobre las deudas
privadas de los bancos y una cláusula de desarrollo en los nuevos acuerdos con
Europa.
En
Bruselas no terminan de creerse que Tsipras se atreva a poner en peligro el
segundo tramo de la asistencia financiera, que la crisis motivada por la
elección parlamentaria fallida del Presidente de la República ha impedido
completar. Atenas tiene pendiente de recibir el último tramo de la
"ayuda" financiera con el que completar el proyecto de saneamiento de
las finanzas públicas. Pero se exige a Grecia el último esfuerzo, como señalaba
hace unos días el Comisario Moscovici, un socialista francés que intenta hacer
equilibrismo entre la ortodoxia comunitaria y la retórica pro-crecimiento de su
jefe político en París. El presidente de la Comisión, el luxemburgués Junker ha
ido hasta el límite de la corrección política y la no injerencia al afirmar que
no le gustaría el triunfo de "fuerzas extremas" y prefiere ver en
enero "caras familiares" en Atenas. Claro que el siempre estólido
ministro alemán de Finanzas no le ha ido a la gaza al comentar que la situación
de la deuda griega no cambiará en nada con nuevas elecciones.
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