31 de Diciembre de 2014
La
OTAN se despide con el año de Afganistán. ¿Misión cumplida o abandono? Ni una
cosa, ni la otra, como suele ocurrir en este tipo de operaciones, solemnes en
su formulación y ambiguas en su aplicación, bélicas o pacificadoras, según se
mire... o quien las enjuicie.
Hay
que aclarar que se trata de una despedida a medias: quedarán en el país más de
13.000 efectivos, de los 142.00 que llegaron a estar desplegados, en los
momentos de mayor intensidad operativa. Los no estadounidenses, unos tres mil,
se limitaran a asesorar, entrenar y ayudar a las fuerzas militares y de seguridad
afganas. Por su parte, unos diez mil norteamericanos ejercerán, adicionalmente,
como fuerza de protección y apoyo logístico y participarán, si no dirigirán, las
operaciones "contraterroristas". En principio, hasta finales de 2016,
pero el Pentágono se plantea escenarios más amplios, si las cosas se
complicaran (1).
UN
BALANCE CONTROVERTIDO
Lo
que concluye, oficialmente, es la "misión de combate". Pero, después
de todo, ¿no se trata desde un principio de conjurar la "amenaza
terrorista"? Con el tiempo, la dimensión puramente militar o
contrainsurgente fue ganando terreno. Pero se trata de una cuestión semántica
que acomoda la adaptación a las circunstancias. La continuidad de la misión con
otro nombre ha sido objeto de largos debates y de abiertas confrontaciones
entre Washington y Kabul. Con el nuevo presidente, Ashraf Ghani, ha sido
posible un denominado "acuerdo bilateral de cooperación y seguridad" eludido
tenazmente por su antecesor, Hamid Karzai.
Ni
el Pentágono, arropado por legisladores republicanos, ni la élite afgana
deseaban un "desenganche" total, aunque por razones diferentes. El
Presidente Obama, convencido de que había que poner fin a la "guerra contra
el terror" tal y como la concibieron los 'neocon', promovió una
negociación con la que podía encontrarse cómodo. Para él, y para la mayoría de
los demócratas, se trataba de no arruinar lo conseguido en más de una década, y
de honrar el sacrificio de miles de sus compatriotas caídos. Pero poco más. El
nuevo Presidente afgano, por su parte, deseaba contar con un imprescindible
apoyo de su protector de estos años, pero eliminando discretamente la
percepción de un "tutelaje" excesivamente pesado.
En
todo caso, no hay lugar para el entusiasmo o el triunfalismo. Y, desde luego,
no supone catastrofismo asegurar que reina un cierto aire de fracaso en
despachos y cuarteles aliados. ¿Ha merecido la pena la muerte de 3.500 soldados
occidentales? ¿Está mejor Afganistán que hace trece años? Ciertamente, la OTAN
ha contribuido a estabilizar mejoras y proteger derechos básicos, pero no ha
resuelto los problemas principales de inseguridad e inestabilidad.
AHORA,
UNA BATALLA DISTINTA
El
enemigo señalado era Al Qaeda y sus supuestas amenazas contra Occidente y sus
protectores, los estudiantes coránicos que gobernaban en 2011 el país. Al Qaeda
ha sido desmantelada y ha trasladado su centro de operaciones a otros lugares,
en un esfuerzo desesperado por sobrevivir a la ofensiva occidental, pero sobre
todo a la competencia extremista islámica (el Estado Islámico). Los talibán
fueron desalojados del poder, pero no han sido derrotados, ni mucho menos.
A
medida que se acercaba el final de la misión occidental de combate, su fuerza,
su capacidad de intimidación y su potencial destructivo han ido aumentado: en
2014 han matado a casi 5.000 efectivos gubernamentales, un 20% más que el año
anterior, y a 2.000 civiles. En algunas provincias, se encuentran más fuertes
que nunca desde que fueron expulsados de Kabul. Lejos de las ciudades reina un
pesimismo y un temor crecientes (2).
Sin
duda, los talibán utilizan estos y otros datos para exagerar su fuerza, por
necesidades propagandísticas. Que no hayan sido eliminados es ya en parte un
éxito, teniendo en cuenta la dimensión y fortaleza del enemigo que enfrentaban
y la prolongación del conflicto ("nuestra guerra más larga", como ha
recordado de nuevo ahora el propio Obama). Los datos sobre la confianza de los
afganos no partidarios de los taliban en las fuerzas de seguridad nacionales
son contradictorios. A pesar de su número apreciable (350.000 efectivos) y de
la formación y entrenamiento que han recibido en estos últimos años, no han
demostrado de forma convincente su eficacia, cuando han tenido que afrontar
combates contra los enemigos talibán sin el respaldo directo de los protectores
occidentales (3).
Otro problema menos contrastado,
más sujeto a especulaciones o manipulaciones, es su confiabilidad política. Los
analistas más pesimistas temen que, de confiarse una ofensiva talibán
contundente, muchos soldados o policías desertarán o se pasarán directamente al
enemigo. Por no hablar de los infiltrados, que algunos aseguran que no son
escasos.
Pero los insurgentes no pueden
dar por ganada la eventual batalla venidera. Aunque no del todo fiables, las
fuerzas de seguridad afganas tienen capacidad, potencial y voluntad de resistir
el desafío. El apoyo norteamericano y, por extensión, occidental será más
reducido pero no desdeñable. Pero, ante todo, contarán con el respaldo de la
mayoría de la población, que no desea un regreso al fanatismo religioso.
LAS RESPONSABILIDADES LOCALES
El pueblo afgano ha sufrido de
manera indecible durante más de una generación. En los últimos años, ha comenzado
a conocer las ventajas de un sistema de gobierno y de organización social más
civilizada y estructurada, aunque algunas plagas no hayan sido erradicadas en
modo alguno. La corrupción es, sin duda, después del conflicto bélico siempre
vivo, la mayor amenaza para la convivencia democrática. Los gobiernos de Karzai
han ofrecido lamentables ejemplos de enriquecimiento ilícito, aprovechamiento
egoísta de los limitados recursos nacionales y el despilfarro y empleo delictivo
de la ayuda exterior (4).
El Presidente Ghani tendrá que acreditar
con hechos que el país ha pasado página. La sombra de su antecesor será
alargada, ya que muchos de sus fieles y clientes no querrán perder la situación
de favor que gozaron en estos pasados. Las elecciones de las que Ghani salió
triunfador no fueron del todo convincentes. La sombra del fraude fue conjurada
por un alambicado acuerdo con los supuestos derrotados, apadrinado por Estados
Unidos, mientras no se complete un gobierno de consenso. Una forzada fórmula de
cohabitación entre el candidato oficialmente vencedor (Ghani), en la
presidencia, y el derrotado (Abdullah) en una especie de jefatura de gobierno
tiene que probarse viable en la práctica.
Para nada está garantizado su éxito.
(1) GOPAL RATNAM. "Top
Afghan War Commander Reassessing Wtihdrawal Timeline". FOREIGN POLICY,
3 de Noviembre de 2014.
(2) JESSICA DONATI Y FERAZ
SULTANI. "In Afghan North, Talibans gains ground and courts local
support". REUTERS, 21 de Octubre; AZAD AHMED. Hour's Drive Outside
Kabul, Taliban Reign". NEW YORK TIMES, 22 de Noviembre; "U.K. troops
leave Camp Bastion, but Afghanistan's future is unclear" THE GUARDIAN, 26
de Octubre.
(3) SUDARSAN RAGHAVAN. "In a
strategic valley, a glimpse of Afghan troops' future after most U.S. forces
leave". THE WASHINGTON POST, 21 de diciembre.
(4)
La Fundación Asia publicó a mediados de noviembre una amplia encuesta sobre el
ánimo de los afganos ante esta nueva etapa. Los resultados no son
descorazonadores, ya que los que veían al país bien encauzado superaban por un
margen de quince puntos a quienes mantenían una impresión desfavorable (55%-40%).
Eran más aún (73%) los que confiaban en las posibilidades de conciliación a
medio plazo. Como era de esperar, las tres principales preocupaciones eran, por
este orden, el paro y la situación económica (37%), la inseguridad (34%) y la
corrupción (28%). Un capítulo especial se dedicaba a las mujeres, las más
beneficiadas en términos relativos con el cambio. Para ellas, la falta de
educación, el desempleo y la violencia doméstica se presentaban como las
principales amenazas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario