8 de Enero de 2015
La
masacre cometida en la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo no sólo ha provocado el espanto y la indignación de
todas las personas que valoran la vida humana y las libertades, sean de la
creencia o cultura que sean, sino que constituyen un acontecimiento de enorme
peligrosidad en los momentos actuales que vive Europa y Oriente Medio.
El
crimen de la Rue Nicholas Appert (1) ha sido perpetrado en un clima de ‘islamofobia’
creciente, que tiene en Dresde su epicentro más reciente, pero del que
encontramos manifestaciones cotidianas en otras muchas ciudades europeas.
Esta
conexión París-Dresde, inspirada por la intolerancia, la ignorancia y el odio alumbra
un “momento peligroso para las sociedades europeas”, en expresión lúcida y
certera de Peter Neumann, director del Centro de Estudios de la Radicalización,
perteneciente al King’s College de Londres (2)
Para
los extremistas de cualquier campo, la monstruosidad del pasado miércoles es un
abono impagable, porque supone un material propagandístico altamente
manipulable. Quienes baten los tambores de la intolerancia no pueden encontrar
inspiración más rentable que los actos brutales de los intolerantes opuestos.
No debe de extrañar que Marine Le Pen dijera anoche, en medio de una conmoción
general que aconsejaba mayor prudencia, que era hora “de poner fin a la
hipocresía y proclamar con claridad lo que se piensan de este Islam”.
Puestos
a señalar la hipocresía, los militantes de la intolerancia, en cualquier bando
que se sitúen, hacen buen acopio de ella. Los integristas que acabaron con la
vida de los humoristas gráficos se presentan como devotos y piadosos pero
exhiben y practican un odio sin justificación ni disculpa. Muchos de los nacionalistas
o ‘patriotas’ que se sienten amenazados por los inmigrantes de creencias
islamistas, porque supuestamente “arrebatan el trabajo a los ciudadanos
originarios del lugar donde viven”, suelen presentarse, como cristianos
creyentes y practicantes.
LO
QUE LA RELIGION (O LA ‘NACION’) ESCONDEN
Esta versión
de guerra de religiones, o de ‘choque de civilizaciones’ como se ha intentado
codificar con pretensiones más intelectuales, esconde el verdadero conflicto de
las sociedades modernas: la crisis del sistema socio-económico hegemónico, la
desequilibrada distribución de recursos y una desigualdad creciente. Las
creencias son arietes de un malestar mucho más profundo y devastador, provocado
por la imposibilidad de disfrutar de una vida digna.
Puede
reclamarse, incluso con escándalo, que no es lo mismo manifestarse contra la ‘islamización’
de las sociedades occidentales, como en los ‘lunes de Dresde’ que resolver a
tiros la indignación por la irreverencia de unos humoristas hacia signos e
iconos de un sentimiento religioso. Sin
duda. Pero la sociedad que inspira las movilizaciones de Dresde (como símbolo:
hay muchas otras), incuba políticas y mecanismos de una concepción política y
social que, de imponerse, justificaría la conculcación de derechos y libertades,
como la historia nos ha demostrado trágicamente.
Es
positivo que destacados exponentes de la sociedad y la política alemanas se
movilicen contra ese inquietante movimiento de “patriotas europeos contra la
islamización de Occidente” (acrónimo de PEGIDA). Pero no debemos olvidar que
dirigentes que hoy ocupan la centralidad del espacio político, como la propia
Ángela Merkel, en su momento abonaron una actitud de sospecha e incomodidad
hacia la inmigración musulmana. La rectificación actual es oportuna y
elogiable. ¿Recorrerá este mismo camino Nicholas Sarkozy en su regreso a la
lucha política o flirteara con las ideas de defensa de la identidad nacional
para seguir extrayendo electorado anclado hoy en los caladeros del Frente
Nacional?
DE
MARÍA ANTONIETA A MAHOMA
Otro elemento
que no debe eludirse, por mucho respeto que nos merezca su memoria, es la
naturaleza del trabajo de los dibujantes asesinados este miércoles. La libertad
de expresión debe ser defendida y protegida y nada puede justificar su
supresión o la eliminación de quienes la ejercen, sea de forma brutal, como en
este caso, sea con medidas represivas o persecutorias más suaves, como está
ocurriendo, por ejemplo, en Turquía (3).
La
sátira que Charlie Hebdo hacía del
Islam (aunque también de otras religiones o de la política) resultaba de todo
punto provocadora. Desde las posiciones agnósticas, e incluso ateas, que
inspiran al autor de estas líneas, no puede ignorarse que la mofa persistente y
el escarnio de figuras espirituales reverenciadas por millones de creyentes
contribuyen a crear un clima de incomodidad y malestar. La mayoría de las
personas equilibradas que sienten lesionada su sensibilidad reacciona ante estas
burlas con desprecio o indiferencia. Pero los promotores y creadores de Charlie
Hebdo sabían que sus viñetas los convertían en un blanco más que potencial de
la ira de los intolerantes y extremistas. Lo ocurrido el miércoles es un cruel
acto venganza anunciada.
En
los medios de comunicación de todo el mundo se debate estos días qué actitud
profesional de solidaridad debe adoptarse ante la masacre de los colegas
franceses. Los franceses han protagonizado un acto de solidaridad necesario y
comprensible (4). No obstante, fuera del país, algunos han decidido no
reproducir portadas o viñetas de la revista, unos por considerar que sus
creaciones u ocurrencias son de mal gusto, desagradablemente irrespetuosas, innecesariamente
provocadoras e incluso ofensivas. Otros, directamente por temor a ser señaladas
por los extremistas como blancos futuros.
Francia
tiene una tradición satírica que se remonta a la Revolución francesa (o incluso
antes, a los Ilustrados). Hay una línea reconocible entre las sátiras de María
Antonieta y las de Mahoma, como se ha escrito estos días. La irreverencia como
método de crítica social al Poder ha tenido siempre muchos adeptos en Occidente
(España no es un caso menor), donde la ironía y el cinismo han producido
reflejos culturales de enorme fecundidad creativa (4).
Estas
revistas satíricas, la de curso legal y las que han circulado en otro momento
por conductos subterráneos o directamente clandestinos, consideran que
cualquier límite a su libertad de expresión, incluso las auto-regulaciones, son
formas disimuladas de censura.
Más inquietante
aún resulta que el insulto, la ridiculización o la insidia se hayan convertido en moneda corriente también en
medios convencionales o de otra naturaleza. De hecho, las tertulias o los
debates radiotelevisivos han ido ganando terreno a la información y la
documentación de los problemas y conflictos sociales. La descalificación y la
mordacidad han asfixiado a la reflexión. Hoy por hoy, denigrar a cualquiera
resulta completamente gratuito. El amparo de la libertad de expresión está
alumbrando monstruos tan indeseables como la censura o la represión. La mejor
manera de responder, desde la sociedad, a la atrocidad de París, a la semilla
perniciosa de Dresde o a muchas de las venenosas tertulias radiotelevisivas es afianzar
un compromiso ciudadano, colectivo e individual, a favor de una convivencia
democrática sana entre culturas diferentes y un ejercicio crítico respetuoso y
veraz.
(1) En el momento de escribir este comentario, se ignora si
el asesinato de un policía en una localidad del sur de la capital francesa está
relacionado con los actos criminales del miércoles.
(2) “’Dangerous
moment’ for Europe, as fear and resentment grow”. NEW YORK TIMES, 8 de enero.
(3) “Turkey’s
President traces a new internal threat: the way he is drawn”. NEW YORK TIMES, 3 de enero.
(4) “Les medias entre la sideration y le mobilisation”, LE
MONDE, 8 de enero.
(5) “French
satire will not be silenced. FOREIGN
POLICY, 7 de enero.
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