15 de Enero de 2015
La
emotividad de los pasados días en París (y, por extensión, en el mundo
occidental) es del todo comprensible, pero sería equivocado no advertir, con el
respeto debido, los riesgos y peligros que comporta. Hay motivos para sospechar
que el sincero sentimiento de cientos de miles de personas asistentes a la
manifestación del 11 de enero (y de los millones que hubieran deseado asistir) ha
sido aprovechado en beneficio de intereses no tan nobles.
EL
RIESGO DE LAS EMOCIONES
La
indignación por la salvajada de los asesinatos de los caricaturistas de Charlie Hebdo no debe impedir una
crítica respetuosa del trabajo de esos humoristas y una moderada alerta sobre sus
consecuencias. Estos días se ha debatido en extenso sobre la libertad de
expresión. Claro está, se han escuchado posiciones e interpretaciones diferentes,
pero la emotiva solidaridad con las victimas ha hecho que la defensa cerrada de
los dibujantes haya colocado bajo el riesgo de la descalificación cualquier opinión
discrepante. El mismo eslogan de la manifestación ("Je suis Charlie")
implicaba una identificación con la revista. No hacerlo podría parecer cobarde
o insolidario. Y no es necesariamente así.
Es
legítimo cuestionar la consigna "Yo soy Charlie". O rechazar que la
adquisición del último número de la revista refleje un mayor grado de
solidaridad con las víctimas. Nadie debería ser descalificado por no hacerlo,
sencillamente porque no comparte su estilo o su línea editorial. Yo declaro que
"no soy Charlie", pero, naturalmente, suscribo la máxima volteriana
de defender el derecho de los humoristas a publicar lo que quieran, sin temor a
ser sancionados, perseguidos o castigados.
La
sátira, como cualquier otra forma de expresión no puede estar blindada bajo una
libertad absoluta. Toda libertad, en una sociedad civilizada, tiene sus
límites, que son los derechos de los demás y el imperativo de la convivencia. Muchas
de las viñetas de Charlie Hebdo eran
groseramente irrespetuosas y no merecían un apoyo incondicional. Antes y
después del 7 de enero.
De
igual manera que condenamos, con razón, los chistes racistas, no estamos
obligados a sentirnos identificados con esas caricaturas solamente porque sus autores hayan sido asesinados. Si alguien
matara a un racista por venganza contra su oprobio, ¿nos sentiríamos obligados
a identificarnos con esa víctima? Muchos de los que han aceptado las
caricaturas de símbolos islámicos se han sentido indignados, con razón, cuando
se han deslizado ironías sobre valores democráticos.
Es
comprensible que se abra una investigación sobre la sátira que el humorista franco-camerunés
Dieudonné ha hecho de Charlie Hebdo y de sus provocadoras
manifestaciones de aparente simpatía por los asesinos. Su estilo es detestable.
Pero el doble rasero y las contradicciones francesas le niegan el reconocimiento
social de su "libertad de expresión", como ha señalado valientemente
una reportera francesa del Canal 24 horas (1).
APROVECHAMIENTOS
OBSCENOS
Por
lo demás, resulta obsceno que en la manifestación del pasado domingo en París dirigentes
democráticos europeos caminaran del brazo con altos dignatarios de países (Arabia
Saudí, Egipto, Turquía, etc.) donde, bajo el instrumento de leyes
anti-blasfemia u otras de similar naturaleza, la libertad de expresión está
amenazada o brilla por su completa ausencia, por no hablar de la represión
sistemática que se práctica.
Como
chocante resulta la presencia del primer ministro israelí, que ha perdido la
noción del control en la persecución del terrorismo islamista, hasta provocar
carnicerías como la del pasado verano en Gaza. Al parecer, Hollande intentó
disuadirlo de su presencia. No sólo fué inútil. Terminó convirtiendo la
tragedia en un acto electoral.
Con
otras connotaciones, también afloraron pugnas políticas locales, francesas. Digámoslo
alto y claro: la manifestación fue, sin duda, un acto cívico de indudable valor
ético. Pero también un instrumento de oportunismo político o diplomático
deplorable.
EL
PELIGRO DEL MIEDO
La
otra preocupación es el miedo que los asesinatos de París han podido incubar en
las sociedades francesa y europea. Es comprensible que se quiera reforzar la
seguridad de los ciudadanos. Pero es dudoso que el camino sea el endurecimiento
de la legislación anti-terrorista. La mayor parte de quienes llevan años
estudiando el fenómeno de la radicalización islamista nos están diciendo que el
problema no es tanto la inadecuación de los instrumentos jurídicos cuanto los
recursos para mejorar la seguridad.
Pero,
con todo, el mayor peligro para las libertades no es la adopción de una
normativa restrictiva, sino la retórica que la envuelve y justifica. ¿Es que no
hemos aprendido de las perversiones que rodearon la Patriot Act en
Estados Unidos después del 11-S? ¿No resulta escandaloso que más de la mitad de
la población norteamericana aún justifique la tortura para combatir el
terrorismo islámico?
Occidente
debe aprender a vivir con el conflicto, porque ha elegido el conflicto para
superar la amenaza del islamismo radical. No se puede bombardear países y
pretender que tales acciones no van a tener consecuencias, aun aceptando (que
es mucho aceptar) la intención 'positiva' de esas políticas. Se ha comprobado
que no se puede aniquilar el llamado "terrorismo islamista" mediante
actuaciones bélicas. Los bombardeos en Siria, Iraq, Afganistán o Yemen pueden
debilitar la capacidad combativa del Estado Islámico, de Al Qaeda o de los
talibán, pero provoca un resentimiento no sólo entre los ciudadanos de esos
países identificados con los radicales, sino entre segmentos de población que
no necesariamente comulgan con sus ideas. La 'guerra contra el terror' ha
alumbrado más 'terroristas' de los que ha eliminado, como dice acertadamente el
periodista Jeremy Scahill.
NECESIDAD DE POLÍTICAS POSITIVAS Y PACIENTES
Estados
Unidos y sus aliados se han gastado una fortuna exorbitante en operaciones
militares. Si se hubiera empleado ese dineral en mejorar mucho más la
educación, las infraestructuras, las
redes sociales de participación, la calidad de vida de esas poblaciones,
seguramente el caldo de cultivo radical se hubiera adelgazado mucho más. El
éxito más palpable en Afganistán no ha sido precisamente la derrota militar de
los estudiantes coránicos, sino el aumento de la escolarización de niños y
niñas afganas. Lástima que la relación del esfuerzo bélico con respecto al
apoyo educativo sea, sin exagerar, de 10000 a 1, si no más. Entender a las
sociedades locales y trabajar con sus portavoces es mucho más positivo y
eficaz, como indican algunos ejemplos, desgraciadamente limitados en alcance y
recursos. (2).
Puede
entenderse la ansiedad de dirigentes europeos por prevenir matanzas como la de
París, Madrid, Londres, Toulouse, Montauban o Bruselas. Pero como han señalado
expertos poco sospechosos (3), el fenómeno de los "lobos solitarios"
resulta muy difícil de combatir sólo con medidas restrictivas o policiales. Sin
políticas que destierren la islamofobia y aumenten las oportunidades de los
millones de jóvenes musulmanes sin futuro de los extrarradios y poblaciones
marginales de nuestras ciudades, nada será realmente eficaz. Hay experiencias
de inserción de jóvenes radicalizados que regresan de combatir en zonas de
guerra, muy prometedoras en la reducción del riesgo terrorista (4).
En
definitiva, el Islam -ni siquiera el radical- no es una amenaza existencial
para las sociedades occidentales, ni es la solución vital para los jóvenes
musulmanes que están, o se sienten, discriminados. Hay que ser pacientes para
hacerles entender que la manipulación de sus sentimientos religiosos es un
veneno con el que falsamente se pretende aplacar su malestar, desprecio y odio hacia
un sistema que no es capaz de proporcionarles una vida digna.
(1) "France is an unequal
opportunity offender". LEELA JACINTO. FOREING POLICY, 14 de enero.
(2)"United States will never win the propaganda war
against the Islamic State. America needs to let local allies do the
talking". MANAL OMAR. FOREIGN POLICY, 9 de enero.
(3) Estos días se han publicado muchos análisis sobre el
peligro terrorista. Destacamos sólo algunos:
-"Be afraid, be a little afraid. The Threat from Western Foreign Fighters in Syria and
Iraq". DANIEL BYMAN and JEREMY SAPHIRO. BROOKINGS INSTITUCION.
- "Europe focus on emergent threats from smaller crews
of terrorists". STEVE ERLANGER. THE NEW YORK TIMES, 14 de enero.
-"No One in Europe was tougher on terror that France.
That didn't stop the attacks". JOSHUA KEATING. SLATE, 15 de enero.
-"Measuring
the threat from returning jihadists". JITTY KLAUSEN. FOREIGN
AFFAIRS, 1 de Octubre de 2014.
(4) Es el caso de Aarhus, una ciudad danesa gobernada por la
socialdemocracia. La experiencia se cuenta en "For jihadists, Denmark
tries rehabilitation". ANDREW HIGGINS. THE NEW YORK TIMES, 13 de
diciembre.
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