22 de Enero de 2015
La
UE intenta demostrar que tiene bajo un razonable grado de control la “amenaza
jihadista”. Francia ya ha asignado más policías y más presupuestos para mejorar
la vigilancia. Los ministros de Exteriores de la UE han anunciado otras medidas,
que suenan más ambiguas y condicionadas por el impacto de la tragedia de París
y por la corriente islamófoba creciente en varios países: creación de
agregadurías de seguridad en embajadas en los países de conflicto, y refuerzo
de la más cooperación con los vecinos árabes.
UN
DISCURSO QUE ELUDE LO FUNDAMENTAL
El refuerzo de
la seguridad en las sedes diplomáticas se justifica por la necesidad de mejorar
la información y la prevención. Pero el verdadero desafío es compartir los
datos que maneja cada estado, incrementar los recursos y, quizás, afinar los
análisis. El peligro terrorista está fuera, pero también dentro. No es realista
pretender resolver el problema sin afrontar, con paciencia y sin efectismos,
las causas que lo originan.
La
cooperación con los servicios de seguridad o inteligencia de los países árabes
vecinos es, quizás, la más inquietante de las medidas anunciadas. Ninguno -o
casi ninguno- de aquellos gobiernos tiene precisamente los mismos intereses que
los europeos, o los nuestros no deberían ser los mismos que los de ellos. Salvo
el de Túnez (y con matices), ninguno puede exhibir conductas democráticas
solventes. Egipto, Argelia o Marruecos no constituyen un ejemplo a la hora de
administrar información libre de contaminación política interna. Esos regímenes
asimilan interesadamente riesgo terrorista y oposición interna y presentan
como amenaza violenta cualquier
discrepancia seria contra los regímenes en plaza.
Se
puede celebrar una actitud cooperadora de los vecinos árabes, pero no debería
omitirse el precio de esa "generosidad". En virtud del pragmatismo
antiterrorista, se corre el riesgo de legitimar unas políticas claramente
represivas y contrarias a las necesidades populares, que son precisamente las
que fomentan respuestas radicales y/o terroristas.
Los
ministros exploraron también un posible encuentro (se sugirió Madrid como sede)
para abordar la situación en Siria e Irak. Es difícil que tal iniciativa cuaje
siquiera. La diplomacia europea se limita a la influencia que puedan ejercer
alemanes, franceses o británicos, como apoyo de Washington, y poco más.
El
terrorismo islamista no será conjurado sin avanzar en la resolución de las causas que lo originan:
principalmente, los enquistados conflictos en Oriente Medio y las condiciones
socio-económicas de las minorías islámicas en los suburbios de las ciudades
europeas.
La
denuncia del primer ministro francés, Manuel Valls, de la existencia de un
‘apartheid’ en numerosos barrios marginados del país es valiente porque no
esconde los hechos y reconoce con franqueza el fracaso de las democracias en dar
solución a estos núcleos de marginación y frustración. Podía –y debía- haber ido
más allá el controvertido dirigente francés y señalar las razones por las que
se había llegado a esta situación. Eso le han reprochado algunos portavoces de
organizaciones cívicas que trabajan en las banlieues.
Pero su mensaje es útil como elemento de reflexión y semilla de autocrítica.
EL
LABERINTO SIRIO
Entretanto,
los escenarios donde se gesta, alimenta y desarrolla la violencia siguen fuera
de control. La guerra siria es un ejemplo descarnado.
Siria
-ahora más que Irak- es el principal vivero de combatientes 'jihadistas'.
Pero Occidente carece de una política clara. Hasta hace menos de un año, se
trataba de apoyar a la oposición armada siria, para acabar con el régimen del
clan Assad, aliado de Irán en la zona. El auge del sector más extremista de esa
oposición, hasta neutralizar e incluso anular a los moderados, ha obligado a un
cambio de orientación. O de prioridades. Ahora se trata, ante todo, de derrotar
al Estado Islámico, aunque sin que ello consolide el poder de Assad. Difícil
ecuación, como se ha visto desde el verano hasta aquí. Por fin se admite
públicamente que hay que cambiar. Sin renunciar a la ambigüedad, por si las
cosas salen mal. Se favorecen discretos y no tan discretos contactos
diplomáticos, que pasan por no exigir la caída de Assad como condición previa.
Hay
actores que no aceptan este giro, y no son precisamente enemigos, sino aliados
regionales, singularmente dos: Israel y Arabia Saudí. Ambos, contrarios antes
que nada a un posible acuerdo sobre el proyecto nuclear iraní, contemplan con
pavor cualquier iniciativa que favorezca a Assad, por ser éste el principal
aliado regional de la República islámica.
Esta
preocupación explicaría el reciente activismo militar israelí, de audacia inusitada. El ataque aéreo de esta
semana contra Hezbollah, la milicia libanesa financiada por Teherán y armada y
sostenida por Damasco, en el sur de Siria, va en contra de lo que los aliados
occidentales desean en estos momentos. Para mayor complicación, una de las
víctimas de ese último ataque ha sido un general iraní, lo que demuestra lo ya
sabido: que los Guardianes de la Revolución, la vanguardia armada de los ayatollahs,
están dispuestos a hacer lo que sea para mantener a Assad en el poder, con
Hezbollah como punta de lanza.
Los
saudíes declaran su repugnancia por el siniestro Califa Al Bagdadi, pero todo
indica que siguen financiando a otros grupos 'jihadistas' rivales
asociados o cercanos a Al Qaeda (Al Nusra), hasta conseguir que sean los únicos
que puedan rivalizar con el Estado Islámico en el desafío al régimen de Assad.
De forma complementaria, la familia real, inmersa en un delicado proceso de
sucesión, mantiene a marcha martillo la producción de crudo para impedir un rebote
de los precios y perjudicar de esta
forma a Irán, cuando más necesita este país de ingresos por la venta del
petróleo, debido a los efectos ya devastadores que están causando las sanciones
económicas occidentales.
Occidente
querría ahora una pausa en la guerra, pero no Israel y Arabia. Que el conflicto
sirio sea un vivero de terrorismo en Europa no inquieta mucho a las élites
saudíes e israelíes, o les resultan un problema mucho menos acuciante que el
acercamiento, aunque sea hipotético, entre Washington e Irán. La diplomacia
europea, con escasa capacidad de influencia, aspira a encontrar ciertos apoyos
en los actores secundarios. Lo que pueda obtenerse por esa vía se antoja poco
decisivo para neutralizar potenciales amenazas de nuevos atentados terroristas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario