19 de Febrero de 2015
Europa
está en paz. Pero no del todo. En el año de septuagésimo aniversario del final
de la Segunda Guerra Mundial, se
celebrará que el continente viva el periodo de paz más prolongado de su
milenaria historia. Pero los fantasmas bélicos emergen de nuevo en la
periferia, en Ucrania, como ocurriera hace dos décadas en Yugoslavia. Y a esa
guerra, en la que Europa ya participa,
hay que unir la denominada “guerra contra el terror”.
UCRANIA
O EL DÉJÀ VU
Europa participa, efectivamente, en la guerra
de Ucrania. No con tanques, aviones u hombres, claro, pero sin con el arma
silenciosa de la presión económica: con las sanciones a Rusia, por su respaldo
a los separatistas rusófonos del este
y el sur del país. Y como toda ‘guerra’
tiene su correlato diplomático, Europa se muestra activa también en la
persecución de su liquidación, en la búsqueda de la paz.
El
esfuerzo diplomático de la semana pasada es la cara amable de la guerra. Lo
menos importante de Minsk era que el acuerdo que se alcanzara se cumpliera. No
es cinismo: es la lógica de este tipo de actuaciones diplomáticas. Es muy
ingenuo pensar que Minsk-II iba a tener un resultado diferente a Minsk-I. Es
decir, que lo firmado se cumpliría limpiamente, sin brechas, sin violaciones,
sin interpretaciones conflictivas. Por eso, es posible que asistamos a un
Minsk-III. O como se llame
Dijo la
canciller Merkel hace meses que no había una solución militar al conflicto de
Ucrania. Con razón. Pero tampoco habrá una solución diplomática sin que antes
se hayan definido las opciones militares, no tanto para alcanzar una victoria
sobre el terreno, sino para mejorar las posiciones en la negociación. Lo vimos,
durante años, en la antigua Yugoslavia. Solo fue posible un acuerdo negociado
cuando cada parte había agotado su capacidad militar.
Lo
dramático para Europa es que participa en la guerra de Ucrania –como lo hizo en
Yugoslavia- a ‘contracoeur’, sin
desearlo. O mejor dicho, contra sus propios intereses. Si Merkel se ha implicado tanto en una
resolución diplomática es que porque los empresarios alemanes perjudicados por
el régimen de sanciones a Rusia está presionando, y no discretamente desde
luego, para volver a la normalidad y restablecer los negocios con Moscú.
Europa
se mueve en la contradicción de no permitir a Rusia un intervencionismo
descarado y las ganas de que todo termine cuanto antes. Se le explica a
Washington que no se posicione en exceso, que mantenga abierta la posibilidad
de un compromiso. Pero la administración Obama también recibe presiones de
intereses económicos poderosos, que han puesto sus ojos de águila en Ucrania.
Las multinacionales agrarias tienen no sólo expectativas, sino inversiones ya
en marcha ese país y la guerra es para ellos tan peligrosa como una excesiva
influencia rusa, como ha denunciado el Instituto Auckland.
Con
la caída de Debaltsevo en poder de las tropas separatistas rusófonas, es
posible que haya un respiro. El control de este nudo ferroviario asegura la
comunicación entre las pequeñas ‘repúblicas’ pro-rusas de Donetsk y Luhanks.
Está por ver si estas milicias se pararán de momento aquí o intentarán ahora la
conexión con la localidad portuaria de Mariupol para garantizar su salida al
mar.
LA
INDEFENIDA ‘GUERRA CONTRA EL TERROR’
La otra guerra
tiene tintes más inquietantes para la población europea, porque los muertos
caen de este lado. La amenaza del ‘terrorismo islamista’, sube puestos en la
lista de preocupaciones mayores de los ciudadanos de la UE. Los asesinatos de
Copenhague refuerzan el clima de pánico provocado por los atentados de enero en
París.
En
realidad, se trata de un problema que, por así decirlo, no tiene solución. Una
pronta solución. Europa debe aprender a vivir con este conflicto, porque
acumula responsabilidades (en menor medida que Estados Unidos) de sus políticas
en Oriente Medio y el Norte de África. Esto no debe sonar a justificación de
los extremistas. Las medidas policiales deben mejorar, por supuesto, en la
práctica más que en las declaraciones solemnes, compartiendo más generosamente
la información y afinando las herramientas de seguimiento y control de los
elementos más peligrosos.
Lo
inquietante es que, tras los sucesos de Copenhague, se cuestione el modelo
danés de integración e incluso las fórmulas de reinserción de la población
islamista potencialmente peligrosa, cuando, en realidad, Dinamarca constituye tal
vez el mejor ejemplo posible el más fiable, solvente y responsable, de abordar
el riesgo. El trabajo paciente con combatientes regresados de las zonas de
guerra ha dado un resultado apreciable (1). Pero resulta imposible evitar atentados
como el del pasado fin de semana. Ni siquiera se trata, en este último caso, de
un ‘lobo solitario’, de un militante liberado de la disciplina organizativa. El
criminal era un delincuente común sumergido en una ducha rápida y fría de
retórica extremista.
LIBIA.
PELIGRO EN CIERNES
Y, finalmente,
una más que preocupante perspectiva de guerra se abre en Libia. La tentación de
intervenir militarmente en ese país por la supuesta expansión del ISIS (o
DAESH, según su nombre original) es sumamente peligrosa. Pero el ISIS no ha
destruido Libia: se limita a aprovecharse ahora del ‘pandemonium’ en que las milicias ‘revolucionarias’ han convertido
al país. Atraído por los pozos de petróleo bajo frágil control, el ISIS ha
olido la posibilidad de obtener más fondos para seguir financiando el aparato político-militar
del Califato. Pero pronosticar un
avance irresistible de sus fuerzas resulta exagerado y poco sólido (2).
Libia está
fragmentada y rota, exhausta por tres años de lucha insensata y desquiciada. El
supuesto gobierno ‘legítimo’, expulsado de Tripoli, es solamente la expresión
política de una fracción, sujeta a una alianza tan endeble como la que sustenta
a sus enemigos, bajo un heterogéneo perfil islamista.
Consciente de
que Europa no tiene un aliado confiable en Libia, Egipto parece querer jugar el
papel de intermediario regional de vanguardia en una operación militar. El
asesinato de una veintena de coptos cristianos puede ser la excusa del régimen militar egipcio para justificar una
implicación directa en el país vecino. Los ataques aéreos de los últimos días parecen
el preludio de una operación más amplia. El general-presidente Al Sisi quiere
arrastrar a Occidente, pero sobre todo a Europa, aireando el peligro del
extremismo islámico.
El preferido
de Egipto (y, por extensión, de los jeques saudíes) en Libia es el jefe del
aparato militar del gobierno desplazado, el general Heftar, quien fuera jefe
militar con Gadafi hasta finales de los ochenta, exiliado luego en Estados
Unidos y colaborador de la CIA. Ahora practica un discurso antiislamista, en
parte por convicción pero también por oportunismo: es la garantía de contar con
el apoyo egipcio y, quizás, occidental (3).
Conviene no
equivocarse en Libia. No debe sucumbirse a la tentación de una implicación
militar, directamente o a través de Egipto. Equivaldría a tapar con un error
otro error anterior, que fue la operación militar que propició la caída de
Gadafi. Con el que, por cierto, se había alcanzado un modus vivendi de conveniencia después de años de beligerancia.
(1)
“For
Jihadists, Denmark tries to rehabilitation”. NEW YORK TIMES, 13 Diciembre 2014.
(2)
Dos interesantes artículos en FOREIGN POLICY para apreciar en su
correcta dimensión la amenaza del ISIS en Lybia: “The Islamic State Of Libya
isn’t much of a state” y “The Smarter way to intervene in Lybia”, ambos del 17
de febrero.
(3)
El veterano periodista John Lee Anderson publica
una amplia entrevista con el General Heftar en el último número del NEW YORKER.
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