13 de Abril de 2015
En
un par de semanas parecen haberse concretado gestos para el legado presidencial
de Barack Obama: el acuerdo preliminar sobre el programa nuclear iraní y la
escenificación de la reconciliación histórica con Cuba. Sin embargo, todo está
en el aire. Por eso, Irán y Cuba, que desde fuera se perciben como grandes
oportunidades, bien pudieran convertirse en potenciales complicaciones bajo la
muy diferente perspectiva de la óptica política interna.
Las
divergentes interpretaciones del acuerdo de Lausana entre la Casa Blanca y
Teherán podrían impedir un acuerdo final en el plazo previsto del 30 de junio o,
lo que es peor, replantear de nuevo las negociaciones por mucho que a ambas
partes no le interese tal escenario. Y, en cuanto a Cuba, el apretón de manos
de Panamá puede congelarse si el "respeto" y la
"admiración" de Raúl Castro se ven superados con la
"paciencia" que anuncia una reconciliación tortuosa.
HILLARY
Y OBAMA: NI TAN LEJOS NI TAN CERCA
Quien
parece entender muy bien estas dualidades es la potencial sucesora de Obama en
la Casa Blanca. El momento elegido por Hillary Rodham Clinton para hacer
pública su candidatura a la nominación ha coincidido con este momento de notoriedad
internacional de su correligionario.
Es
sabido que Hillary no es una partidaria entusiasta de la política exterior de
Obama. Al contrario, hace un año se permitió expresar una crítica con tal grado
de acidez que se vio obligada a rectificar meses después. ¿Gesto calculado o
desliz? Difícil de saber. En todo caso,
en la hora de su segunda oportunidad, Hillary Clinton contempla la política
exterior de Obama como arenas movedizas: puede hundirse ante sus rivales si
intenta asentarse sobre ellas.
El
riesgo es tanto más inaceptable cuando el rédito que podría obtener no parece
determinante. Es un axioma clásico que la política exterior no gana elecciones.
Ni siquiera en el sistema-mundo norteamericano. Pero si puede ser un factor relevante
para perderlas. Irán fué precisamente ese caso para Jimmy Carter. La humillación
de los rehenes, combinada con el segundo shock petrolero tras el triunfo de los
ayatollahs, se convirtió en las arenas
movedizas (más bien en tormenta perfecta) para el entonces presidente demócrata.
El
relato sobre las diferencias entre los dos políticos demócratas actuales en
política exterior es conocido. Hillary es declaradamente más dura de lo que ha
sido Obama con las amenazas. Más intervencionista, más convencional, más
apegada a las alianzas tradicionales de América. Por tanto, si en estos veintiún
meses que le restan de mandato Obama no "cerrara" de forma
inequívocamente satisfactoria el acuerdo nuclear con Irán o no avanzara
decisivamente en la apertura a Cuba, su "compañera" Clinton, de
conquistar la Casa Blanca, podría desandar estos "pasos históricos".
Ni
siquiera tendría necesidad de proclamarlo en campaña. Aunque Obama no
consiguiera confirmar los éxitos exteriores en la recta final de su mandato, no
parecería apropiado que Hillary se apuntara al desprestigio del su Correligionario
para ampliar su base electoral. Por eso, portavoces del equipo de la aspirante
ya han dejado entrever estos días que no resultaría inteligente alejarse
demasiado del actual inquilino de la Casa Blanca, a pesar de esas discrepancias
en política exterior. Resulta mucho más conveniente apoyarse en las mejoras
internas. En particular, la sólida recuperación económica y, en una dimensión
más discutida, la lenta pero segura ampliación de la atención sanitaria (ObamaCare).
LA
ESTRATEGIA REPUBLICANA
Con
toda seguridad, los rivales republicanos se afanaran en las primarias por presentarse,
cada uno de ellos, como la mejor baza para desactivar la herencia del primer
presidente afro-americano.
Resignados
a tener que aceptar que la recuperación económica es un hecho, los aspirantes
del Great Old Party no tienen más remedio que tomar el camino opuesto a
su rival demócrata. Tratarán de amplificar lo que consideran aventurera,
errática y peligrosa política exterior de Obama. Irán y Cuba son muy
convenientes para su demagogia porque en ambos escenarios cuentan los
republicanos con aliados muy irritados con la actual administración.
La
confirmación de Netanyahu en el liderazgo político israelí ha sido una apuesta
que ha resultado exitosa para los conservadores estadounidenses. Pero el factor
que puede cobrar mayor importancia en los meses por venir es el de la
maquinaria financiera de la campaña. Recientemente se han publicado cifras del
respaldo que notables millonarios pro-israelíes (por convicción o por interés) están
prestando o van a prestar a los aspirantes republicanos, a corto y medio plazo,
a la Casa Blanca o al Capitolio. El peso de ese apoyo puede hacer empalidecer
al tradicional "lobby judío", por otro lado más plural y bipartidista
que nunca.
Cuba
también se antoja arena movediza por cuanto al menos tres de los aspirantes
republicanos son latinos o muy cercanos a esa comunidad y, a la sazón, enemigos,
en mayor o menor medida, de la reconciliación con el castrismo: los senadores
Ted Cruz (Texas) y Marco Rubio (Florida) y el ex-gobernador de Florida, Jeff
Bush (marido de una mexicana).
De
estos tres, Rubio, hijo de cubanos exiliados, será el más combativo en el
dossier cubano. En diciembre, cuando se anuncio el acuerdo preliminar, saltó a
degüello, acusando a Obama de traicionar a los demócratas cubanos, "sólo
para pulir su legado". Cruz, de origen mexicano, será menos emocional,
pero sus pulsiones ultraconservadores le instalan en un discurso destructivo.
El
"tercer Bush", el más moderado de los tres, quizás será el menos
agresivo en este punto. Su estado nodriza, y el de Rubio, es Florida, el más "afectado"
por la reconciliación. Aunque sigue siendo santuario de los "enemigos"
de la Revolución, las cosas han cambiado mucho en "Little Cuba". Las
jóvenes generaciones ya no apuestan ciegamente por la confrontación con La
Habana. Por otro lado, como ya viene siendo habitual, Florida podría resultar
clave para conquistar la presidencia en noviembre de 2016. Los votos
anticastristas no serán suficientes para lograr ese objetivo. El equilibrio
puede ser la carta ganadora y eso obligará a Rubio a parecer ser más a Bush
III, que en su día fuera su mentor y hoy es su rival.
En
definitiva, las contradicciones republicanas, las incertidumbres exteriores y
los vientos económicos favorables explican el mediático mensaje con que Hillary
Clinton arranca su campaña. De forma significativa, se han proclamado "defensora"
de los americanos. Pero no de enemigos exteriores que o bien tienden su mano
con mayor o menor entusiasmo (Cuba e Irán, respectivamente), o esa mano no les
alcanza para golpear (Rusia), o se trata de una mano demasiado cautelosa
(China). La amenaza que Hillary cree necesario afrontar es la desigualdad que
la recuperación económica no ha conseguido enjugar. Construir sobre seguro; es
decir, confirmar la mejora de América, y no incursionar en las arenas (siempre)
movedizas de la política exterior
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