9 de Abril de 2015
El
espantoso atentado de los islamistas somalíes en una Universidad de Kenya, la
semana pasada, provocó centenar y medio de muertos. En Europa, tal salvajada
hubiera monopolizado espacio y tiempo informativo durante días. Pero la
espantosa puesta en acción de este grupo terrorista sólo mereció la atención
propia de 'teloneros' en esa especie de 'espectáculo' siniestro en el que a
veces se convierte el terrorismo en el tratamiento mediático. Por lo demás, en
estos casos, la atención puntual se centra casi siempre en los detalles más
escabrosos del acontecimiento. Se ignora, desdeña o, en el mejor de los casos,
se reduce a lo mínimo el contexto. Que es, sin embargo, lo más importante.
El
terrorismo sólo parece 'interesarnos' cuando ocurre o nos golpea a nosotros, en
nuestra 'casa' o en tierra 'enemiga'. Los actos de terror en los que las
víctimas son ajenas, periféricas, da igual su número, ven reducido su valor. Esas
muertes se asimilan a las provocadas por catástrofes o calamidades, tan
frecuentes, por otra parte, en esas zonas del mundo. Sólo bajo este enfoque
puede entenderse el interés público marginal por fenómenos como Boko Haram
(Nigeria) y Shabab (Somalia).
SHABAB:
UN PRODUCTO DEL VACÍO ABSOLUTO DE PODER
Somalia
es un país maldito. Por así decirlo, dejó de ser un país en los noventa, cuando
el final de la guerra fría le restó importancia como contrapeso occidental de
Etiopía, el satélite soviético en el cuerno de África. El dictador Siad Barre (una
especie de Sadat local, por su ruptura con Moscú y su entrega a Occidente),
dejó el país en estado de descomposición. Una sequía atroz y una hambruna
devastadora convirtió la vida de sus habitantes en una pesadilla. Estados
Unidos intentó intervenir para acabar con la anarquía de las bandas armadas.
Con el desafortunado resultado que Hollywood mostró en la película "Black
Hawk derribado".
La
desintegración del Estado creó tal vacío de poder que los islamistas radicales
no tuvieron demasiadas dificultades para presentarse como alternativa. Los
tribunales islamistas aportaron orden, lo que explica que recibieran el apoyo
de empresarios y comerciantes locales. Pero como el entorno no terminaba de ser
seguro, los jueces islámicos necesitaban un brazo armado. Surgió
entonces el Harakat Al Shabab Al Moudjahidin ('Movimiento de los jóvenes
combatientes'), una versión local de los taliban afganos: estudiantes trasmutados
en milicianos implacables. De 2007 a 2010 controlaron férreamente la Somalia
"útil" (1).
Nadie
contaba con que el ascenso de estos jóvenes terribles fuera duradero. Pero, al
cabo, fue necesaria primero la intervención armada de Etiopía (ya entonces
aliado occidental) y luego de una fuerza multinacional africana para
desalojarlos del poder en Mogadiscio y posteriormente de otros núcleos urbanos.
El caos en que seguía sumido la mayor parte del país facilitó su acomodo en numerosos
santuarios rurales, aunque los drones norteamericanos hayan contribuido
a su notable debilitamiento, incluyendo la liquidación física de su líder
histórico, Ahmed Godane, el año pasado (2)
Tras
estos reveses, los 'shabab' revisaron sus objetivos prioritarios. Sus
ataques se centraron en los países percibidos como cómplices del imperialismo
occidental, especialmente Kenia. Los
sucesivos atentados de los últimos años han demostrado la vitalidad de este
grupo terrorista. El atentado de la semana pasada en la Universidad católica de
Garissa ha significado la culminación de la amenaza, pero también ha dejado
elementos nuevos de actuación. Las víctimas no sólo fueron seleccionadas por su
confesión católica. Hubo también un componente de clase. El centro atacado es
uno de los preferidos de las clases acomodadas kenyanas, y como tal fue
señalado por el grupo terrorista. Y, asimismo, se identificaron cómplices
locales pertenecientes a las etnias musulmanas kenyanas cercanas a la frontera
somalí (3).
BOKO
HARAM O EL ESPERPENTO DE LA BRUTALIDAD
El
otro "telonero" del terror sólo resulta más conocido por lo
vulgarmente brutal de sus "apariciones". Boko Haram representa la
degradación más cruel del extremismo islamista. Nuevamente, el entorno explica
gran parte de este fenómeno terrible. Nigeria, el país más grande del
continente, es el ejemplo más contundente del fracaso del África independiente.
Por su dimensión, sus recursos y su diversidad étnica, las principales lacras del
continente -la corrupción, la violencia y la injusticia- han tenido allí un
impacto demoledor.
Boko
Haram ha aprovechado el fracaso institucional, político y social del país para amplificar
su presencia. Sus seis mil integrantes controlan 20.000 km2 de territorio en el
nordeste del país, una superficie equivalente a la de Bélgica. No lo suficiente
para amenazar la estabilidad del estado nigeriano, pero si para cuestionar su
credibilidad y solvencia. Hasta el punto de necesitar el auxilio de una fuerza
multinacional africana para combatirlo (4).
En
Occidente nos ocupamos un poco más de Boko Haram cuando se produjo el secuestro
de más de 200 muchachas, sometidas enseguida a una situación de esclavitud y
humillación escandalosas. La campaña que se puso en marcha para conseguir su
liberación (en la que se involucró personalmente Michelle Obama) fue de corto
vuelo. Las veinte mil víctimas acumuladas por estos fanáticos en tan solo seis
años de trayectoria apenas si han merecido una atención fragmentaria y
secundaria de los medios occidentales. Su reciente alineamiento con el DAESH
(Estado Islámico) despertó un interés adicional, pero seguramente efímero.
Las
recientes elecciones en Nigeria han confirmado el regreso de Mohamed Bujari, un
ex-general que, como tantos otros antes y después que él, accedió al poder en
los ochenta mediante un golpe de Estado.
Su breve mandato, sin embargo, se distinguió por cierto rigor en la lucha
contra la corrupción y el despilfarro, aunque fuera desde una posición
autoritaria y despótica. Su revalida, ahora por la vía democrática, se
contempla con esperanza por quienes creen posible el encarrilamiento del país,
en general, y la liquidación del terrorismo enloquecido de Boko Haram.
No
será fácil, ni lo uno ni lo otro. La vinculación de los terroristas nigerianos
con el 'Califato' es más un factor propagandístico que otra cosa. No existe la
mínima posibilidad de que estos fanáticos amenacen la estabilidad del país. Por
eso, no debe esperarse una implicación occidental en su persecución y
destrucción, como ocurriera hace un par de años en Malí, cuando Francia
consideró que sus intereses y su prestigio como potencia exigía una respuesta
contundente a la amenaza creciente de la franquicia local de Al Qaeda.
(1) Uno de las monografías más
completas sobre estos talibán somalíes es el libro del investigador noruego SITG
HARLE HANSEN titulado "Al Shabab en Somalia. Historia e ideología de un
grupo islamista militante".
(2) La inclusión de Somalia en la
"guerra global contra el terrorismo" lanzada por Estados Unidos a
comienzos de siglo está muy bien tratada en el libro de JEREMY SCAHILL
"Guerras sucias: el mundo es un campo de batalla".
(3) La estrategia de expansión de
los shabab en Kenya pueden leerse los análisis recientes de Centro
África del ATLANTIC COUNCIL (Washington), referenciados en el NEW YORK TIMES,
el pasado 6 de abril.
(4) Sobre el auge de este grupo
terrorista nigeriano destaca el trabajo de la sección africana del
INTERNATIONAL CRISIS GROUP (http://www.crisisgroup.org/en/regions/africa/west-africa/nigeria/216-curbing-violence-in-nigeria-ii-the-boko-haram-insurgency.aspx)
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