3 de Mayo de 2015
El
'nuevo' rey saudí ha dado un aparente golpe de autoridad, ha roto la línea
sucesoria y ha promocionado a los principales puestos de mando del Estado-familia
a dos de los exponentes de la 'nueva' generación. Por primera vez,
el heredero y el heredero del heredero no serán ya hijos del patriarca
Abdulazziz. El último hijo que quedaba vivo, el príncipe Muqrin, ha sido
desplazado. Ya no será el último bin Abdelazziz que reinará. Con el
actual monarca, Salman, se cerrará la primera generación de herederos.
El
desplazamiento de Muqrin puede obedecer a varias causas, no necesariamente
contradictorias entre ellas. El último hijo de Abdelazziz no es sudairi, es decir, no es hijo de la favorita del
fundador, sino de una esclava yemení que supo hacerse su sitio en el harem de
la Corte. Durante decenios, los sudairis han ejercido una cierta
hegemonía, pero no absoluta. Por ejemplo, el anterior monarca, Abdallah, tampoco
era sudairi, pero supo ejercer su
derecho al trono y luego su mandato con autoridad contrastada. Salman, el último sudairi en el trono,
no ha respetado la voluntad en vida de su antecesor y se ha desprendido de
Muqrin. Esta lucha palaciega entre clanes familiares puede haber influido en el
desbaratamiento del orden sucesorio establecido. Pero otros analistas apuestan
por motivos más prácticos.
LOS
DOS MOHAMMED
Al
abrir paso anticipadamente a los hijos de los hijos, a los nietos,
Salman, ya casi octogenario, procede a un relevo generacional que las
circunstancias supuestamente demandan. Los dos promovidos, Mohammed Bin Nayef y
Mohammed Bin Salman, primos entre sí, son de la rama sudairi, por supuesto. Pero más importante que sus orígenes
familiares maternos es que gozan de fuertes anclajes en la estructura de poder
saudí. Otro cambio sonado es la jubilación del ministro de exteriores, Saud Al
Faisal, cuatro décadas en el cargo, y el ascenso del actual embajador en
Washington, Al Jubeir, externo a la familia saudí.
Bin
Nayef ha sido nombrado heredero primero, es decir, sería el siguiente Rey, a la
muerte de Salmán, su tío. Heredó de su padre, el sudairi Nayef, el mando de las fuerzas de seguridad e inteligencia.
Mantiene excelentes relaciones con Estados Unidos. Se le considera un duro en
los asuntos antiterroristas. Pasa por ser el hombre fuerte de la cúspide de
poder saudí. Su elección no ha sido una sorpresa. Su perfil y el de Salman
pueden reflejar cierta contradicción, ya que el rey actual es conocido por su
orientación ultraconservadora, muy apegado a la tradición wahabbi (la corriente
saudí del islam, rigorista), pero sobre todo protector de ciertas
organizaciones caritativas a las que se han atribuidos conexiones con núcleos
cercanos a Al Qaeda en el pasado. Esta duplicidad no es extraña en el universo
saudí.
Bin
Salman, el primogénito del rey, ha experimentado un ascenso meteórico. Fué una
sorpresa su promoción al Ministerio de Defensa y al frente de importantes
comisiones económicas y sociales, cuando su padre accedió al trono. Ahora, con
el desplazamiento de Muqrin, se convierte en el heredero del heredero. Entre
sus primeras responsabilidades de importancia, sin duda, destaca el pilotaje de
la operación militar saudí en Yemen. Si esta aventura saliera bien, se
consolidaría su posición en la estructura de poder estatal-familiar. Pero, de
momento, tal resultado positivo no parece garantizado, ni mucho menos.
LA
INCIERTA AVENTURA EN YEMEN
Yemen,
por el contrario, puede convertirse en una pesadilla para la familia real. Las
palabras amenazantes de Suleiman, el temido general iraní que manda la Guardia
de la Revolución, el cuerpo pretoriano de los ayatollahs, en las que
afirmaba que Yemen anuncia la decadencia y derrumbamiento de Arabia, ha sonado
a muchos como el anuncio de una confrontación más directa entre las dos gran
potencias regionales.
Lo
cierto es que no resulta convincente la estrategia que supuestamente el joven
Bin Salman habría aplicado en el vecino país. El apoyo al depuesto Presidente
Hadi no ha resultado suficiente para hacer retroceder a los houthis, que siguen
una línea local del chiismo y, por tanto, cuentan con la simpatía y el apoyo
material de Irán. Los rebeldes son una etnia resistente y profundamente
enraizada en el país, lejos de la imagen de agentes exteriores como Riad quiere
hacer creer. La alianza de los houthis con el anterior presidente, Saleh,
sunní, responde a necesidades pragmáticas de ambas partes.
El
mando saudí anunció la detención de los bombardeos hace más de una semana.
Oficialmente, se habían logrado los objetivos propuestos. Pero sobre el
terreno, nada de eso podía confirmarse. Pese a la potencia de fuego empleada, los
houthis mantenían el cerco a Aden, la segunda ciudad del país. La pausa pareció
provocada, más bien, por las presiones de la Casa Blanca, ante la pavorosa
situación humanitaria en Yemen. Los mil muertos y 300.000 de desplazados, el
colapso de los servicios básicos, incluidos los sanitarios, la falta de
alimentos y medicinas y el desamparo de millones de personas obligaron a
suspender los bombardeos. Sin embargo, sólo días después, los saudíes volvieron
a la carga, quizás temerosos de que sus rivales pudieran aprovechar la tregua
para mejorar sus posiciones. La Cruz Roja Internacional y otras organizaciones
no se cansan de advertir de la catastrófica situación humanitaria.
A
mediados de mayo, Obama ha convocado en Camp David una cumbre con las
monarquías petroleras del Golfo Pérsico para redefinir una alianza de décadas.
El acuerdo nuclear con Irán y un eventual acercamiento posterior entre
Washington y Teherán (que algunos jeques ya dan por hecho) es el principal
asunto de una agenda que no se ha cerrado. El presidente tratará de aplacar
inquietudes y tensiones, pero necesitará de algo más que promesas para
conseguirlo. El apoyo brindado a Arabia en la operación de Yemen va en esa
misma línea de amortiguar los resquemores ante el acercamiento a Irán. A Obama
no parece convencerle esa última guerra regional, pero no podía permanecer
completamente al margen, debido a la implicación iraní, en todo caso, muy
exagerada por los saudíes para forzar una reacción de Washington favorable a
sus intereses. El presidente norteamericano podría contentar un poco más a los
jeques, abriéndoles el bazar de las armas. Una 'golosina' letal con la que
aliviar el pánico a Irán. La veterana corresponsal en el Pentágono del NEW YORK
TIMES, Helene Cooper, cree que podrían acceder a la nueva vedette de la
tienda, el supersofisticado F-35. Eso sí, tres años después de que lo
adquiriera Israel, por aquello de la ventaja estratégica.
El
complicado tablero regional podría, pues, originar peligros severos en este
viaje al futuro que se ha iniciado en la corte saudí. La aventura exterior
puede hacer naufragar el relevo generacional, desprestigiar a uno de los dos
protagonistas del futuro (o a los dos) y hacer parcialmente realidad el mal de
ojo del gran enemigo iraní.
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