2 de julio de 2025
La guerra por el programa nuclear de Irán parece haberse cerrado en falso. Desde los bombardeos norteamericanos de las instalaciones críticas ha pasado más de una semana y sigue sin saberse con precisión los daños causados. Se contaba con ello. De hecho, esta ambigüedad beneficia a todos. Al régimen de Irán, porque le permite salvar la cara ante sus ciudadanos; a Israel, porque puede seguir esgrimiendo la amenaza iraní para justificar su política de barra libre en el uso de la fuerza, incluso contra poblaciones indefensas, ante la pasividad/complicidad de la mayoría de los países occidentales; a Trump, porque su ego ha experimentado una inflación como sólo las guerras desiguales pueden provocar.
Los estrategas y comentaristas norteamericanos están sugiriendo vías y agendas de negociación con Teherán, para que el repaso militar tenga un corolario diplomático que inutilice, a efectos prácticos, lo que queda útil del programa nuclear ( ). Se trata, por los general, de recomendaciones que tienen un cargado contenido técnico, pero basadas todas ellas en la supuesta ilegitimidad de un país para decidir los medios de su defensa (2). Israel posee armas nucleares, todo el mundo lo sabe, la comunidad internacional tuvo que aceptar el hecho consumando y nadie lo cuestiona hoy en día. Pero Irán no goza ni gozará del mismo privilegio, por haber hecho de la destrucción del estado sionista una política de Estado.
Esta asimetría en la aplicación de los principios internacionales, y en concreto, en este caso, de la no proliferación nuclear, supone un profundo revisionismo de la arquitectura política e institucional del llamado Orden Liberal. La reciente guerra, contemplada como una necesidad por dirigentes, burócratas, analistas y periodistas occidentales, ha sido legitimada sin necesidad de verbalizarlo. El mantra “se ataca porque se debe”, se ha completado con el “se ataca porque se puede”.
EL DOBLE RASERO
Las críticas al uso de la fuerza se han hecho muy selectivas, como todo el mundo que esté medianamente informado sabe perfectamente. Resulta escandaloso que, por ejemplo, el debate público se centre en aspectos secundarios o consecuenciales de la agresión israelí en Gaza, sin cuestionar el principio de la razón que tiene un país de hacer un uso desproporcionado e ilegal de la fuerza, con la población civil como grupo más expuesto. Se critican los abusos, no el autoproclamado derecho de Israel a usar las fuerza, bajo el pretexto del dominio en Gaza de una organización armada enemiga que atacó su territorio hace 20 meses. Se saca fuera de la discusión la actuación ilegal y reiterada de Israel como potencia ocupantes y se ignora el derecho de los ocupados a resistir por todos los medios.
En cambio, el discurso en torno a la agresión rusa a Ucrania es completamente inverso. Se construye toda la política pública sobre los hechos inmediatos, mientras se ignoran los antecedentes y precipitantes. No se trata de justificar la conducta de Moscú, pero es sesgado ignorar las percepciones de seguridad de Rusia en el origen del conflicto., con independencia del uso manipulativo que Putin haya hecho de ello.
Hace unos días una profesora de Derecho de Yale y Presidenta electa de la Sociedad Americana de la Ley Internacional, Oona Hathaway, firmaba un interesante análisis sobre el deterioro del sistema normativo mundial que ilegalizó el uso de la fuerza como método de resolución de conflictos desde el pionero pacto Kellogg-Briand de 1928. Hathaway considera que las grandes potencias militares de la actualidad exhiben un peligroso comportamiento que puede atrasar el reloj de la Historia hasta unos tiempos en que la guerra era una herramienta no sólo legal, sino deseable (3).
Curiosamente, la profesora sólo cita a Israel de paso entre esas amenazas, a pesar de que este estado ha ampliado sus conquistas territoriales y desconocido desde un principio el código de comportamiento de los países ocupantes en las zonas ocupadas. Los motivos que los dirigentes israelíes han esgrimido para justificar sus operaciones militares y represivas y sus evidentes motivaciones anexionistas son las que denuncia Hathaway en su largo y razonado artículo.
Nada hace pensar que las cosas vayan a cambiar. Poe el contrario, este recurso a la fuerza al margen de las condiciones estipuladas por la ONU (última actualización de ese esfuerzo secular por deslegitimar la guerra como herramienta de poder ) avanza hasta haberse instalado en la Casa Blanca como referencia recurrente. Con Trump, la acción militar directa o la amenaza de emprenderla se ha convertido en política de Estado. Más aún, como señala Stephen Walt, profesor de Relaciones Internacionales de Harvard, el actual Presidente norteamericano hace del músculo militar una palanca preferente para aplicar su confuso y oportunista proyecto de engrandecimiento de América (el movimiento MAGA), lo que le sitúa en la senda de dictadores y ‘hombres fuertes’ que acabaron debilitando notoriamente a sus naciones (4).
Pero resultaría ingenuo -o más bien cínico- atribuir a Trump y su política de amenazas (Groenlandia, Panamá, Canadá) el motivo de este acrecentado riesgo. Los defensores del Orden Liberal han actuado con hipocresía (como admite Hathaway) al presentar operaciones militares flagrantemente ilegales como tributarias del derecho público internacional. La guerra de Irak de 2003 es el ejemplo que se invoca siempre, pero se omiten críticas sobre la multitud de intervenciones norteamericanas y de sus aliados occidentales en las últimas décadas.
EL EMPUJE MILITARISTA
Este mismo doble rasero lleva a defender políticas presupuestarias de aumento del gasto militar. Sólo los adversarios agreden y, en consecuencia, nosotros no tenemos más remedio que defendernos. Sin embargo, se omite que la desproporción entre los medios militares de Occidente y los de sus enemigos , incluso combinados, es abismal. (5). Se pone el énfasis en los esfuerzos militares realizados por China, Rusia y otros actores menores o secundarios, sobre los que pesa la sombra de la sospecha (Irán, Corea del Norte y pocos más), pero se guarda silencio sobre el que practican países vecinos que actúan por cuenta de los países occidentales en todas las zonas mundiales.
Así las cosas, esta información desequilibrada, de la que participan la mayoría de los medios liberales, genera un clima de cierto desasosiego sobre las percepciones de inseguridad. Se sigue insistiendo en la amenaza rusa sobre Europa Occidental, a pesar de que la campaña de Ucrania ha puesto de manifiesto la limitada capacidad del ejército de Putin para derrotar a un adversario sensiblemente inferior en recursos militares y económicos.
Igual ocurre en Oriente Medio, donde la política occidental ha consistido durante décadas en presentar a Israel como un país asediado por unos vecinos belicosos y superiores en casi todo lo que influye en el arte de la guerra (población, animosidad, autoritarismo, retórica), menos en lo que importa; es decir, la capacidad tecnológica, económica y militar para imponer sus razones por la fuerza. Israel es hoy el Estado que ataca, invocando provocaciones menores, como las famosas salvas de misiles, que apenas si provocan desperfectos materiales de segundo orden y, sólo ocasionalmente, daños humanos. Ni siquiera irán, la gran potencia militar de la zona -después de Israel- ha podido, en un momento de enorme peligro para el régimen político, poner en serios aprietos esta indiscutible hegemonía militar israelí.
Con China pasa tres cuartos de lo mismo. El programa de fortalecimiento militar de Pekín en la zona del Pacífico se contempla como una prueba inequívoca de su voluntad de imponer por la fuerza la unificación nacional, lo que implica la eliminación de la soberanía de Taiwán, la China insular, cuya legitimidad no es reconocida por toda la comunidad internacional por sus oscuros orígenes (fundada por nacionalistas extremistas contrarios al Orden Liberal). Hoy en día, Taiwán es una democracia liberal al estilo occidental, con una potente industria electrónica que le han convertido en líder en la producción de los semiconductores que mueven el mundo.
Estados Unidos ha venido apoyando el estatus quo, pero sin reconocer oficialmente a Taiwán. Esa política de “ambigüedad estratégica” se ha ido clarificando en los últimos años, para intentar disuadir a China de lanzar una invasión, a la que Washington y sus aliados de la región tendrían que responder para no perder la credibilidad como gendarme internacional de un Orden construido a la medida de sus intereses.
China afirma su compromiso con la restauración de la unidad nacional, pero desmiente continuamente que tenga la intención inmediata de lograrlo por la fuerza. A la ambigüedad occidental, Pekín replica con una estrategia simétrica basada en insinuaciones y gestos de complicada interpretación. En cada posición que China adopta sobre las sucesivas crisis internacionales, y en particular las bélicas, analistas y mentores del Orden Liberal ven una traslación de sus intenciones con Taiwán (6).
Mientras tanto, Occidente se afana en un rearme y una política de fortalecimiento de las alianzas contra Pekín en la zona. Estos días se celebrará en Delhi una cumbre del Quad (abreviatura de Quadrilateral), que agrupa a Estados Unidos, India, Japón y Australia (7). Esta organización, a la que los dirigentes chinos califican como la “OTAN de Asia” se encuentra todavía en fase preliminar de desarrollo, pero ya ha colocado los asuntos militares en primera línea de prioridad, en detrimento de otros como la cooperación civil en ámbitos tecnológicos, científicos y culturales. Lo que para unos es legítima defensa frente al expansionismo chino, para otros es una palanca de cerco a China, debido a la enorme proyección de su potencial industrial y comercial.
NOTAS
(1) “Back to the table? : Recommendations for negotiations with Iran. WASHINGTON INSTITTUTE, 27 de junio.
(2) “Iran Is on Course for a Bomb After U.S. Strikes Fail to Destroy Facilities”. JANE DARBY MENTON. FOREIGN POLICY, 27 de junio.
(3) “Might unmakes rights. The Catastrophic Collapse of Norms Against the Use of Force”. OONA HATHAWAY y SCOTT J. SHAPIRO. FOREIGN AFFAIRS, 24 de junio.
(4) “How Trump will be remembered”. STEPHEN M. WALT. FOREIGN POLICY, 30 de junio
(5) “United States’ dominance of global arms exports grows as Russian exports continue to fall”. Informe del SIPRI (Instituto sueco para la Paz). 10 de marzo.
(6) “Would Beijing Welcome Escalation in the Middle East? China has plenty to lose from instability”. DENG YUWEN. FOREIGN POLICY, 26 de junio.
(7) “The Quad finally gets serious on security. The Indo-Pacific coalition signals a tougher approach to China”. THE ECONOMIST, 30 de junio.