19 de septiembre de 2013
Salvo sorpresa mayúscula, Ángela
Merkel revalidará su cargo de canciller alemana el próximo domingo. Está por
dilucidar la fórmula de su gobierno: en solitario (poco probable), con sus
socios liberales (dudoso, a tenor de los sondeos), o en gran coalición con los
social-demócratas (la opción preferida por los alemanes, pero no tanto por el
SPD).
Más Merkel, por tanto. ¿Eso
quiere decir más austeridad, más rigidez en las políticas europeas, más
penurias para los países más afectados por la crisis? Aparentemente, sí. Pero
cada día se escuchan más opiniones sobre la confirmación de un cambio, si no de
rumbo, sí de intensidad, de énfasis. En todo caso, la 'ausencia' de
Europa en la campaña electoral aconseja no anticipar en exceso lo que ocurrirá
a partir del otoño.
Ángela Merkel resulta un
personaje político paradójico. Convertida por las víctimas de la austeridad en
la encarnación de todos sus males, su imagen fuera de Alemania es de
intransigencia, dureza, falta de empatía y severidad. A su pesar, se la compara
habitualmente con Margaret Thatcher, la primera ministra británica que lideró
el asalto al modelo social europeo surgido de la reconstrucción de posguerra.
Pero cuando se investiga en la
percepción pública de la figura de Merkel en su país, el diagnóstico es bien
distinto.
Ángela no es Maggie. No es
la "dama de hierro" de este comienzo de siglo. La supuesta afinidad
ideológica de una y otra es aparente e incluso engañosa. El liberalismo
doctrinario de Thatcher tiene elementos de proximidad con el liberalismo de
contable de Merkel. Pero ambos responden a impulsos y objetivos distintos. El
enfoque de la británica era acérrimamente individualista; el de la alemana está
más teñido de comunitarismo.
A estas diferencias ideológicas,
políticas o culturales, se añaden las de carácter o personalidad. Thatcher era
una apasionadora, tenía poca atención a los matices y gustaba de apabullar y
despreciar a sus adversarios. Merkel practica un estilo suave, ambiguo, cauto.
No descalifica a sus oponentes, los escucha -o parece que lo hace- y, lejos de
ningunearlos se apropia a veces de sus opiniones, consejos y propuestas, con
una habilidad sorprendente. Lo mismo ocurre con sus socios europeos. Maggie
irritaba por su aspereza. Ángie desespera por su tenacidad amable. Eso
dicen quienes la conocen en tales lides.
De las lecturas recientes,
destacamos algunas valoraciones agudas o inteligentes sobre el proyecto
político y el estilo personal de la Canciller.
'MERKIAVELO'
El sociólogo Ulrick Beck
encuentra notables analogías entre Merkel y Maquiavelo, hasta el punto de
construir este guiño lingüístico: "Merkiavelo". Beck ve en Merkel una
hábil interprete de las enseñanzas de 'El Príncipe', en el manejo de las
contradicciones entre soberanía nacional y construcción europea, en su temple
para alargar la toma de decisiones hasta que los asuntos maduran y caen por sí
solos. Combina seducción y coacción. Pese a la percepción de conducta
impositiva, la legión de tecnócratas merkelianos ha desarrollado una notable capacidad para
convencer a sus socios de la necesidad de la austeridad, hasta convertirla en una política europea y no
simplemente alemana. Ahora que parece haberse tocado fondo, ya no hablan de 'austeridad',
sino de 'solidaridad'. Juego de palabras.
Comparte Beck la idea de que
resulta absurdo hablar de IV Reich, ni de amenaza teutona, porque el gran logro
de "Merkiavelo" ha consistido en lograr una Europa alemana sin
"lanzar las tropas". Más aún: sin caer en la tentación de presumir de
liderazgo. Alemania mantiene un comportamiento inhibido, una modestia de
discurso que no se corresponde con su poderío real.
Merkel es el símbolo de esa
potencia discreta. Este público perfil bajo contrasta con el esfuerzo de los
sucesivos presidentes franceses a no admitir, en la liturgia de las grandes
ceremonias internacionales, la pérdida de peso nacional. O con la astucia
británica de cultivar el poder de los símbolos imperiales. Alemania ha
enterrado las manifestaciones públicas de sus viejos demonios de dominación. Sigue
combatiendo con ellos de puertas adentro, con más o menos fortuna, como hemos
visto recientemente con la actividad neonazi.
UNA POTENCIA DISCRETA
El reconocido intelectual crítico
Jünger Habermas califica de "durmiente" la hegemonía alemana en
Europa. En un artículo reciente para DER SPIEGEL, consideraba que detrás de
esta estrategia se confundían tanto el deseo de no despertar viejos temores
europeos como la falta de un auténtico proyecto político para fundamentar un
liderazgo continental. "Ángela Merkel carece de un núcleo normativo",
escribió Habermas. Este adormecimiento de las situaciones conflictivas hasta
lograr lo que se pretende sin levantar polvo, esta práctica del antihéroe, tan
propio de la narrativa oficial alemana de posguerra, no es lo que ahora
necesita Europa, ni lo que cabe exigirle a Alemania en su papel real de estos
tiempos, sostiene el intelectual.
Esta noción de "aburrimiento
político" como táctica de gobierno es empleada también por el director del
SUDDEUTSCHE ZEITUNG, Stefan Kornelius, en un artículo publicado por THE NEW
YORK TIMES. Incide en esa discrepancia entre la Merkel real y la Merkel
pública. Destaca su paciencia, su tesón, su capacidad de escucha, su búsqueda
de consenso. Incluso su simpatía en las distancias cortas. Su reflejo de tortuga
aflora en las campañas, en los actos públicos, en las ceremonias mediáticas: se
hace lejana, distante, antipática, aburrida.
No debería contemplarse estas
señales como carencia de habilidades políticas. Por el contrario, siguiendo a
Ulrick Beck, quizás se trate de cálculo maquiavélico. Después de todo, esa
actitud de administradora prudente le ha reportado éxitos políticos sucesivos.
Uno de los esloganes de campaña de la CDU es revelador: "Mantén la cabeza
fría: Vota por la canciller".
LAS SOMBRAS DEL PASADO
En esta celosa discreción puede
tener algo que ver la oscuridad que reina sobre gran parte del pasado de
Merkel. Este año se publicó un libro que causó una gran polémica en Alemania
sobre los orígenes políticos de la Canciller. Aunque nació en Alemania
Occidental, su padre, un pastor protestante, se trasladó voluntariamente a la
República Democrática, debido a sus convicciones socialistas. Ángela militó
activamente en la juventud comunista, y llegó a ser responsable de
"agitación y propaganda". A esta militancia contribuyó mucho, al
parecer, su pasión por la cultura rusa, a la que la joven Ángela consideraba
"plena de sentimiento".
Los autores no atribuyen a Merkel
las habituales veleidades delatoras que se han descubierto, al cabo, en
destacadas figuras de la intelectualidad germano oriental (o de otros países
del Este). Pero recuerdan que ella nunca pretende pasar por una
disidente. En todo caso, mostró su respaldo a la 'perestroika' y la 'glasnost'
de Gorbachov. De hecho, Merkel no estuvo presente en las movilizaciones del
otoño de 1989, ni fue una de las primeras dirigentes del periodo de transición.
Helmut Kohl la descubrió cuando la unificación ya era un hecho.
Tal vez estas pinceladas arrojen
una imagen más contrastada, menos estereotipada y superficial de la dirigente
europea más impopular fuera Alemania, pero suavemente temida y
desapasionadamente querida en su país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario