21 de Noviembre de 2013
A
mitad de la década de los sesenta, el entonces Presidente Mao Zedong vistió de
"revolución cultural" una gigantesca operación política, que acarreó
una feroz represión. Frente a lo que percibía como peligros de una tímida
apertura, Mao generó una dinámica de afirmación de su poder personal y una
purga sin miramientos de posibles rivales, con la excusa de un giro a la
izquierda y una purificación de las amenazas "revisionistas".
A
finales de los setenta, muerto el patriarca y tras unos años de
posicionamientos e indecisiones en la jerarquía del aparato comunista, una de
las "víctimas" de la "Revolución Cultural", Deng Xiao Ping,
se afianzó como el líder de una tendencia "modernizadora" que se
marcaba como objetivo superar los excesos del pasado, mejorar el sistema
productivo del país y sustituir la ideología por la eficacia. Contrariamente al
"padre fundador", Deng escenificó el rechazo del poder personalizado con
su renuncia a cargos formales (excepto la aparentemente discreta presidencia de
la Comisión militar de la Asamblea Nacional). Un poder en la sombra, aunque
reconocido, respetado y hasta temido por todos.
En
esa línea trazada por Deng estamos aún, aunque el proceso haya pasado por fases
de agitación, crisis, rectificaciones y bloqueos, con la matanza de Tiananmen
como momento más dramático. Treinta y cinco años después de la corrección
estratégica impulsada por Deng, ese "intelectual orgánico" de la
Revolución china que es el Partido Comunista ha vivido una sucesión de
dirigentes grises, llamados a interpretar un libreto estricto, constreñidos por
la exigencia del consenso sistémico y con estrechos márgenes para el sello
propio.
UN
NUEVO MANDARÍN
El
último de estos 'mandarines rojos', el actual Secretario del Partido (todavía
el cargo político prevalente) y
Presidente de la República (la púrpura institucional), es Xi Jinping. Desde su
acceso a la cúspide del poder en Pekín, se le ha escrutado con paciente
dedicación en Occidente, por considerar que su perfil personal y el momento en
que le ha tocado ejercer la función de 'primus interpares' generaba notables
expectativas de que podía ser el líder llamado a concluir, por fin, el proyecto
estratégico de Deng.
Xi
Jinping, efectivamente, presenta una hoja personal de servicios y una tradición
familiar muy atractivos. Una triada de elementos le situaba en posición de envidiable
oportunidad para convertirse en el hombre del momento histórico: hijo de un
general héroe de la Larga Marcha (legitimidad revolucionaria); carrera
continuada y firme a través de todos los escalones y áreas burocráticas
(experiencia de gestión) y una estancia de formación en Estados Unidos (conocimiento
del mundo exterior).
Entre
los "sinólogos" no existe un consenso sobre el verdadero alcance de
la figura de Xi. Sin duda, sería prematuro establecerlo, puesto que apenas
lleva un año al frente del gigantesco aparato. Los más audaces consideran, en
todo caso, que ya hay elementos suficientes para pensar que su liderazgo va a
ser el más asertivo desde el comienzo de las reformas. Su actuación en la recientemente concluida Conferencia
del Partido avalaría esta estimación. Xi anunció unas sesenta medidas que deben
profundizar el cambio económico, social y político de China en los próximos
años.
LOS
DESIGNIOS DE XI JINPING
El
proyecto político del nuevo líder comunista se basa en tres pilares: la
consolidación del nuevo modelo económico híbrido (el llamado "capitalismo
comunista", un auténtico oxímoron) que confirme a China como segunda
potencia mundial con capacidad para condicionar el liderazgo planetario de la
superpotencia norteamericana; la reestructuración del sistema político, mediante
una combinación de una apertura significativa pero contralada, que neutralice
las fisuras regionales y los desafíos de las aspiraciones democráticas; y la
hegemonía estratégica y militar en su amplia zona de influencia (el Extremo
Oriente).
En
el primero de estos pilares es donde parece registrarse los avances más visibles.
La Conferencia Política mencionada ha confirmado la adopción de medidas que
aparentemente profundizan en la liberalización económica, al otorgar un
"rol decisivo" al mercado en la definición y orientación de la
política económica. Xi Jinping, en
tándem con su primer ministro Li Keqiang, ha conseguido aprobar políticas que
en tres décadas de proceso reformista no habían avanzado lo suficiente. Son,
entre otras, la capacidad de los campesinos para vender o enajenar sus tierras
de labranza, la autonomía de los bancos para establecer los tipos de interés, el
permiso a inversores privados para crear bancos nuevos, la imposición de multas
y sanciones mucho más severas a las viejas industrias altamente contaminantes y
otras medidas de protección medioambiental, y el control más eficiente del
gasto público.
En
el segundo pilar, la reestructuración del sistema político, la Conferencia del
Partido ha adoptado quizás las decisiones más llamativas, puesto que se ha
decidido la creación de dos órganos de poder hasta ahora inexistente en la
arquitectura institucional, como son el Consejo de Seguridad (según el modelo
del existente en Estados Unidos) y una especie de Consejo de notables que
estará encargado de impulsar las reformas económicas, para reforzar el combate
contra las trabas burocráticas, el veneno de la corrupción y otras inercias del
sistema.
Pero,
además, en esta esfera política, han llamado mucho la atención en Occidente la
abrogación o significativa suavización de ciertas políticas restrictivas o
directamente represivas que habían conseguido mantenerse a lo largo de estos
treinta años. Las más destacadas son la eliminación de los campos laborales de
reeducación (auténticos campos de concentración), la limitación de la aplicación
de la pena de muerte y la relajación del control de la natalidad (la famosa
política de "un solo hijo"). A propósito de esta última medida,
algunos especialistas, como Daniel Altman, señalan que es demasiado tímida o
llega demasiado tarde, porque China se encuentra ya indefectiblemente en una
dinámica demográfica equiparable a la de Japón en términos de envejecimientos
con las amplias consecuencias que ello comporta.
Este
segundo pilar se completa con otros reajustes en las dinámicas políticas
internas, que parecen confirmar un mayor control de Xi Jinping y su primer
ministro Li Kequiang. Algunos hablan ya de una mayor concentración del poder de
la cúspide, con respecto a los equipos dirigentes anteriores. O de una menor
dependencia de los órganos tradicionales, que viene a ser lo mismo. Ésa sería una
de las razones de los Consejos (Seguridad y Económico) anteriormente
mencionados. En el caso del primero, se perfila el modo de gestión del tercer
pilar del proyecto de Xi: un control más personal, o más 'presidencial'
de la política exterior y militar (totalmente interconectadas), favorecido por
las excelentes conexiones que se le atribuyen con las fuerzas armadas.
Los
analistas más escépticos advierten, no obstante, que, de momento, estas medidas
sólo están enunciadas, pero se desconocen calendario y procedimientos concretos
de aplicación, por lo que conviene ser prudentes a la hora de valorar las
intenciones reformistas del actual equipo dirigente.
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