16 de octubre de 2019
En
tan sólo unos días, Trump ha conseguido que una guerra que duraba siete años y estaba
próxima a resolverse, al menos en su fase militar, se haya reavivado y adquirido
una dimensión internacional aún más amplia y complicada. El norte de Siria es
hoy un lugar mucho más inestable, un peligro creciente para la paz regional y motivo
de escarnio para el entramado diplomático y militar de la superpotencia
mundial. Pocas veces se ha visto un desastre autoinfligido de estas
proporciones.
Y
lo peor es que la decisión presidencial se venía venir, que no ha sido consecuencia
de una crisis inesperada o de un acontecimiento repentino. Es el famoso “instinto”,
del que Trump presume con la audacia de quien se siente único cuando en realidad
ignora casi todo.
Al
anunciar la retirada del millar de soldados -unidades especiales, la mayoría-
que protegían a las milicias kurdo-sirias vencedoras de los yihadistas del
Daesh, Trump envió la señal que el presidente turco estaba esperando para
modificar el mapa regional y crear una situación de mejor acomodo a sus
intereses. Que el presidente norteamericano no le diera luz verde expresa es
irrelevante: a un personaje como Erdogan le basta con que le abran la puerta, no
es necesario que le inviten a pasar.
OPERACIÓN
PEACE SPRING
El
nuevo sultán tiene una necesidad, un propósito y un designio al invadir
Siria. La necesidad es crear una zona de seguridad de unos 30 kilómetros de
profundidad, para alojar allí a millones de sirios huidos de su país durante la
guerra, que malviven hacinados en campos de refugiados. El propósito va más
allá de la necesidad humanitaria: pretende acabar con el experimento político
kurdo afincado en la frontera que alienta a los connacionales de Turquía, de
forma que se elimine cualquier riesgo de contagio. El designio supera al propio
Erdogan, pero él cree que puede interpretarlo: convertirse en un actor
imprescindible, no sólo en Siria, sino
en todo el Oriente Medio, ahora que el abandono de Washington abre el juego
(1).
Al
percatarse de que su decisión no era tan brillante como él había imaginado y
que los turcos se tomaban el brazo, cuando sólo les había ofrecido la mano,
Trump manipuló el relato para capear el temporal. Pero Erdogan tenía preparada
la operación desde hace meses (un año o más, en realidad) y se movió con
rapidez. Avance de tropas mercenarias sobre el terreno, apoyo artillero y
bombardeos aéreos para provocar el pánico en la población y poner a las
milicias sirio-kurdas a la defensiva. Tampoco se privó de liberar presos
yihadistas, potenciales cómplices futuros si le hicieran falta (2). Ni de
permitir actos de gansterismo, como el asesinato de una líder kurda y su chofer
(3).
Que Trump anunciara sanciones económicas a los principales dirigentes turcos
e incluso amenazara con “destruir la economía turca” no modificó los planes de Erdogan,
ni cambió el rumbo de los acontecimientos. Ya era tarde
Los
kurdos, que llevan un siglo soportando traiciones y engaños de las potencias
occidentales (4) se defendieron como pudieron, por supuesto, pero, haciendo de
tripas corazón, pactaron con Assad (soldados sirios ya patrullan en áreas kurdas)
y se encomendaron a la única potencia con capacidad para construir un orden
alternativo al de Estados Unidos: Rusia.
El año pasado, cuando Trump amagó con
el repliegue que ahora ha ejecutado, los kurdos sirios declinaron una oferta de
Moscú, porque creían que Washington frenaría a Erdogan. No lo hizo del todo
(los turcos ocuparon Afrin, en el extremo occidental de la zona) pero la
operación fue limitada y se mantuvo el precario status quo en esa región
que los kurdos llaman Rojava (5).
RUSIA
RECOGE EL TESTIGO
Putin
ha jugado las cartas con destreza profesional. El Kremlin goza de bazas
limitadas, pero, como no hace estupideces, obtiene resultados razonables. Para los
rusos, lo principal es que la Siria de Assad vuelve a ser el actor regional de
antes de la guerra, después de haberla ayudado a ganar un envite militar
impresionante. Pero Putin tiene que
resolver ese triángulo infernal que forman Turquía, Siria y los kurdos. La
forma de hacerlo es paciencia y habilidad: dando a cada uno lo que cree que le
pertenece y consiguiendo que todos acepten concesiones. Sin vencedores ni
vencidos.
Siria
anhela recuperar la soberanía sobre el conjunto del territorio, conceder una forma
de autonomía a los kurdos y garantizarse la protección rusa frente al empuje
turco.
Turquía puede aceptar la continuidad del régimen sirio, al menos por el
momento, siempre que la frontera no se convierta en un laboratorio de un proyecto
nacional kurdo y se tenga a raya a las milicias del YPG.
Por su parte, los
kurdos regresan a esa casilla que les es tan conocida: la lucha por la supervivencia.
Sólo Moscú puede proporcionarles la protección que hasta ahora les garantizaba
Washington. Limarán su poder militar, convertirán a sus soldados en policías y
tratarán de mantener su modelo social más o menos a flote, pese a ser muy
subversivos para los dos países entre los que se encuentran atrapados, como ha
explicado muy bien Jenna Krajeski tras convivir tiempo prolongado con ellos (6).
Trump
podría conformarse con eso, siempre que le permita alardear de haber puesto fin
a una de esas “guerras interminables” que prometió liquidar durante su campaña
electoral. Pero el establishment político, diplomático y militar
norteamericano tiene una visión más completa de lo que se ventila en la región.
El renacimiento de la Siria alauí (una rama local de chiismo) no sólo conforta
a Moscú, sino que refuerza la supuesta pretensión de Irán de extender sus
tentáculos en Oriente Medio. Assad no habría ganado esta guerra sin el apoyo ruso,
pero los guardianes de la revolución islámica iraní y los milicianos libaneses
chiíes de Hezbollah (financiados y armados por Teherán) han librado batallas claves
para la supervivencia del régimen baasista.
MALESTAR
EN WASHINGTON
Hace
unos meses el secretario Pompeo, altoparlante diplomático de Trump, proclamó que
Washington no pararía hasta conseguir que la “última bota iraní saliera de Siria”.
Para lograr tal objetivo, no parecía muy juicioso sacar antes de allí a las botas
norteamericanas. Pero ese es el tipo decisiones incoherentes que prodiga su
jefe. Como sostiene Martin Indyk, un veterano de la diplomacia norteamericana
en la región, el abismo entre la retórica de Trump y los hechos sobre el
terreno no resisten un mínimo escrutinio (7). El nuevo equilibrio en Siria fortalece
al Kremlin, proporciona a Irán una plataforma de conexión con el Mediterráneo y
favorece una eventual resurrección del Daesh. Inaceptable para Washington.
Este
desastre que un presidente bajo sospecha ha originado quizás sea “irreparable”,
como sentencia el WASHINGTON POST (8). Su “instinto” ha provocado una “calamidad
inmediata”, en palabras de David Sanger, analista de seguridad del NEW YORK
TIMES (9). Sólo cabe esperar que Putin ordene el tablero y pacifique las
riberas del Éufrates. Luego puede pasarle la factura a Trump, siempre que éste
sobreviva al impeachment, a la contienda electoral o a sí mismo. ¿Quién mejor,
para preservar los intereses de Rusia en este tiempo de turbulencias en el que
las alianzas ya no sirven y el equilibrio en varias zonas del planeta se
encuentra en permanente revisión?
NOTAS
(1) “What
is driving Turkey’s invasion y what comes next”. SONER CAGAPTAY. THE
WASHINGTON INSTITUTE OF NEAR AND MIDDLE EAST, 12 de octubre.
(2) “Turkish
backed Syria Free Army is deliberating releasing ISIS prisoners”. LARA SELIGMAN.
FOREIGN POLICY, 14 de octubre.
(3) “Syrian
arab fighters backed by Turkey kill two Kurdish prisoners”. THE NEW YORK
TIMES, 13 de octubre.
(4) “The
Kurdish Awakening”. HENRY J. BARKEY, FOREIGN AFFAIRS, marzo-abril 2019; “The
secret origins pf the U.S.-Kurdish relationship explain today’s disaster. BRYAN
GIBSON. FOREIGN POLICY, 14 de octubre.
(5) “The
scramble for northeast Syria”. AARON STEIN. FOREIGN AFFAIRS, 22 de enero.
(6) “What
the world loses if Turkey destroys the Syrian kurds. A radical political
experiment is in peril”. JENNA KRAJESKI. THE NEW YORK TIMES, 14 de octubre.
(7) “Disaster
in the desert. Why Trump’s Middle East Plan can´t work”. MARTIN INDYK. FOREIGN
AFFAIRS, 15 de octubre.
(8) “Trump
followed his gut on Syria. Calamity came fast”. DAVID SANGER. THE NEW YORK
TIMES, 15 de octubre.
(9) “Trump’s
blunder in Syria es irreparable”. EDITORIAL. THE WASHINGTON POST, 15 de octubre.
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