11 de octubre de 2023
La guerra entre Israel y Hamás parece a punto de entrar en su fase más sangrienta y peligrosa. Se teme que las Fuerzas de Defensa israelí invadan el asediado territorio palestino con un doble y asimétrico objetivo: primero, liberar a los rehenes que aún queden vivos y recuperar los cadáveres de los fallecidos; y segundo, acabar con el mayor número de dirigentes de la organización guerrillera y destruir por completo su infraestructura de combate.
Mientras que eso ocurre, el
bombardeo de la franja está siendo brutal, “como nunca se había visto antes”,
en consonancia con la amenaza proferida por el Ministro de Defensa israelí.
Otro responsable militar dijo algo aún más espeluznante: “los trataremos como a
animales que son”.
Hasta la fecha, el martirio de
Gaza se había convertido en un asunto de rutina internacional, sólo alterado
por las sucesivas campañas de castigo israelí, tras recibir oleadas de ataques
artilleros de limitado daño y alcance, salvo las más graves en 2008, 2014 y 2021.
En estos intercambios bélicos, la desproporción era tan evidente que apenas
necesitaba explicación. La relación de víctimas entre una y otra parte era
abismal.
El ataque del 7 de octubre ha
cambiado esa narrativa por completo. Israel ha pasado de las represalias más o
menos feroces a un plan de erradicación definitiva del “problema”. La razón de
este cambio de paradigma es doble: por una lado, la percepción de la amenaza se
ha revelado mucho mayor de lo que se creía; y, no menos importante, la
arrogancia de una superioridad técnica y militar tenida por indestructible se
ha diluido en las imágenes lacerantes de unos civiles masacrados, secuestrados
o aterrorizados por un enemigo al que no sólo ser tiene como “banda terrorista”.
Para un Estado que presume de ser el mejor del mundo en la tarea de defender a
sus ciudadanos, el bochorno del fracaso estrepitoso añade injuria a la
catástrofe. Una vergüenza tan dolorosa abona el deseo de una venganza implacable.
Y, sin embargo, los analistas más
lúcidos, incluidos los que se tienen por “amigos de Israel”, se esfuerzan por
aconsejar a los dirigentes israelíes que no se dejan llevar por esa pulsión
emocional. Alguien tan declaradamente afín como el columnista judío Thomas
Friedman, dedicado al conflicto de Oriente Medio desde hace cincuenta años,
advierte que la destrucción presentida de Gaza puede ser una “locura” que ponga
a todos los países árabes de nuevo en contra de Israel y “arruine la simpatía cosechada
en el resto del mundo”. Opina Friedman que la invasión de Gaza es lo que
seguramente persiguen Hamas e Irán (1).
Daniel Byman, principal especialista
en terrorismo del también pro-israelí Centro de estudios estratégicos de la
Universidad de Georgestown, recuerda la política de presión calculada de los
dirigentes israelíes, debido a la profunda implantación de Hamás en todos las
arterias sociales. Aniquilar a Hamás equivaldría a destruir Gaza (2).
Desde una posición más templada y
equilibrada, el profesor de relaciones internacional de Harvard, Stephen Walt, augura
que, de no contenerse, “Israel podría ganar la batalla de Gaza y perder la
guerra”. Tras recordar que “la ley internacional permite a los pueblos
oprimidos resistir una ocupación ilegal, incluso si los medios empleados por
Hamas hayan sido ilegítimos”, Walt desactiva los argumentos empleados por
Estados Unidos para posicionarse incondicional e invariablemente del lado de Israel
cada que vez que estalla una crisis. Frente a la “estrecha” interpretación
legal de que Hamas ha atacado a Israel “sin provocación” previa, el profesor de
Harvard opone otra visión “más amplia” según la cual las condiciones sufridas
por los palestinos en Gaza legitima una respuesta violenta (3).
Tanto Friedman como Walt se
dirigen a la Casa Blanca para sugerir una intervención templada e inteligente,
que trascienda el horror provocado por la carnicería. No parece que eso sea lo
que vaya a ocurrir. Al menos públicamente. El Presidente Biden ha decidido
eliminar incluso las suaves admoniciones críticas que sus antecesores solían
emplear para dar cierta sensación de equilibrio y conservar su posición de “mediadores”.
El espectro del 11-S domina el relato norteamericano. La “barra libre” que Estados
Unidos se otorgó en 2001 para castigar a “culpables” reales o imaginarios será
concedida ahora a Israel para que satisfaga su instinto de retribución. Algunos
comentaristas han tenido el buen juicio de evocar los errores, excesos y
crímenes que tal conducta provocaron (3).
No obstante, otros conocedores de
la política israelí creen atisbar algunos resortes que podrían atemperar la “cólera
de David”. El primer ministro, Benjamín Netanyahu, aunque intransigente y cínico
en su política de “negociación” con los palestinos, siempre ha tenido buen
cuidado en no traspasar ciertas líneas y controlar la escalada de la guerra. Es
cierto que ahora lo tiene más difícil, porque sus socios de gobierno proclaman
abiertamente su deseo de acabar de una vez por todas de cualquier pretensión nacional
palestina, por la fuerza si es necesario.
Sin embargo, a Netanyahu se le entreabre
una puerta: la constitución de un gobierno de unidad nacional, que amplíe su base
de actuación. La oposición le ha tendido la mano y ya se han producido los
primeros contactos. La oferta no es un cheque en blanco. Los partidos “centristas”
tratarán de que Netanyahu congele sus planes de reforma judicial, entre otras
concesiones. Del lado opuesto, los extremistas religiosos que han conquistado posiciones
estratégicas de poder difícilmente aceptarán ser degradados en un nuevo gobierno
de unidad. Si Netanyahu les sacrifica ahora no podrá contar con ellos cuando la
guerra acabe. El primer ministro es un maestro de la manipulación política,
pero esta prueba es gigantesca.
Otro argumento que se desliza
para aconsejar contención es el peligro de alumbramiento de un nuevo frente
árabe. Comenzaría con las hostilidades de Hezbollah desde el Líbano, quizás
complementado por Siria. Naturalmente, actuarían las facciones armadas
palestinas en Cisjordania y Jerusalén, ajenas a Hamas pero sordas a la
moderación de la Autoridad Nacional. Israel podría verse abocado a un peligroso
desafío. Una confrontación de estas dimensiones aumentaría exponencialmente el riesgo
de escalada y podría arruinar, si no lo ha hecho ya, el proyecto de
conciliación con los estados árabes moderados (esquema Abraham) e incluso poner
en peligro la paz fría con Egipto y Jordania.
Cabeza fría para afrontar situaciones
calientes, le recomiendan a Israel, en el fragor un trauma que no se había
experimentado en 75 años de historia. Ni siquiera en 1973, cuando Egipto y
Siria atacaron en el recogimiento del Yom Kippur. Entonces, fueron capaces de
recuperar, durante apenas una semana, parte del territorio perdido en 1967.
Pero no se acercaron ni de lejos al territorio que se le concedió a Israel en
la partición de 1948. Ahora, han sido ciudades israelíes las que han conocido
de cerca el horror de la violencia.
NOTAS
(1) “Irael has never needed to be smarter than in this
moment” THOMAS L. FRIEDMAN. THE NEW YORK TIMES, 10 de octubre.
(2) “What you need to know about the Israel-Hamas war”. DANIEL BYMAN. FOREIGN
POLICY, 7 octubre.
(3) “Israel could win this Gaza battle and lose the war”. STEPHEN WALT. FOREIGN
POLICY, 9 de octubre.
(4) “The troubling analogies
surrounding the new Israel-Hamas war”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST,
11 de octubre.
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