3 DE NOVIEMBRE DE 2010
El giro a la derecha en Estados Unidos, con el triunfo de los republicanos -o mejor: la derrota demócrata- en las legislativas deja algunas consideraciones de urgencia:
1) Una vez más, las elecciones legislativas de mitad de mandato presidencial castigan al partido gobernante. Es casi una ley de hierro de la política norteamericana, que admite escasas excepciones, y siempre motivadas por climas de emergencia: el más reciente, en 2002, cuando se votó bajo el clima de arropamiento al presidente Bush tras el trauma del 11 de septiembre y el intenso clima prebélico inducido en el país. En esta ocasión, los republicanos podrán presumir de haber obtenido un resultado similar al que comandó Newt Gingrich, en 1994, frente a un debilitado Bill Clinton.
2) El control demócrata del Senado, por los pelos, atenúa la marea conservadora y le proporciona a Obama margen de maniobra. Lo que no está tan claro es cuál será la nueva estrategia de la Casa Blanca, más allá de las obligadas proclamas de mano tendida. No se visualiza muy bien cómo será ese Obama 2.0. Es más que dudoso que tenga capital político para convencer a sus desmoralizados correligionarios de que es preciso rearmarse moral y políticamente para retomar y reorientar el programa de reformas. Ni siquiera es seguro que quiera hacerlo. Más probable se antoja que opte por tomar el camino que le parezca menos peligroso para intentar la reelección.
3) Nuevamente, los demócratas se han mostrado incapaces de mantener una sintonía y una complicidad suficiente como para neutralizar una intensa campaña de intoxicación y manipulación propagada por poderosos medios de comunicación, cada vez más vinculados a los grandes intereses corporativos. El desencuentro entre el presidente Obama y numerosos dirigentes demócratas ha sido casi tan escandaloso como la falta de sintonía de éstos con las bases sociales más interesadas en la profundización de un cambio frustrado.
4) Las grandes operaciones de marketing político se quiebran ante pruebas exigentes de la realidad social y económica. Obama no ha representado revolución alguna, ni un desafío al establishment, ni siquiera una alteración sustancial de la forma de concebir la política en Estados Unidos, como muchos medios e intelectuales europeos proclamaban hace dos años. El actual presidente no es responsable del desaguisado económico que ha tenido que gestionar, pero en el ejercicio del poder no ha demostrado la audacia que le sirvió para conquistarlo. Demasiadas vacilaciones, mucho miedo a ser castigado por quienes lo tenían sentenciado antes de empezar y exhibiciones de unos reflejos políticos en los que resulta difícil rastrear ese nuevo estilo tan publicitado en su campaña.
5) Con el auge un poco artificial Tea Party puede ocurrir algo parecido. La supuesta consagración de este movimiento político ultra no ha sido completa. Los resultados han consagrando a algunas de sus figuras como Rand Paul, en Kentucky, o a Marc Rubio, en Florida; pero han dejado fuera a otras figuras emergentes, con la estridente Christie O´Donnell (Delaware) a la cabeza. Otra prueba de que el éxito no ha sido completo es que algunos objetivos preferentes del Tea Party han salvado la cabeza, como el líder de la mayoría demócrata en el Senado, Harry Reid, o la derrota conservadora en California o Nueva York, donde aguantas los baluartes liberales. Habrá que ver cómo digiere el Partido Republicano esta presión ultraconservadora. Puede parecer arriesgado decirlo en estos momentos de euforia, pero es muy probable que estos ácratas de derechas se terminen convirtiendo en una pesadilla para el gran partido conservador estadounidense. De momento, su relevancia está siendo magnificada por medios y operadores políticos que han visto en el movimiento un instrumento eficaz de desgaste de la administración Obama.
7) El sistema político norteamericano muestra sus carencias y perversiones, para quien se esfuerce por verlas, naturalmente, más allá de la espuma y la superficialidad proverbial del espectáculo. El despilfarro que se ha producido resulta especialmente escandaloso en estos momentos de desempleo crónico, de estrangulamiento crediticio, de desahucios y pesimismo generalizado. Por no hablar de la las ominosas prácticas de privación de voto y otras artimañas, que siguen sin ser atajadas por falta de una voluntad real de reforma en profundidad del sistema y de sus mecanismos.
8) Una vez más, se corre el peligro de que las anécdotas le roben el foco principal de los análisis a las grandes cuestiones de fondo, que los triunfos o derrotas personales merezcan más atención que las tendencias o movimientos de fondo, que son anteriores y serán posteriores a esta cita electoral. La maquinaria del espectáculo político exige refrescar actores y renovar caras. No sólo para actualizar los repartos, sino también para ir madurando las golden stars del futuro próximo, que tienen cita en las presidenciales de 2012. Pero las elecciones no han resultado determinantes para señalar a los precandidatos republicanos. ¿Surgirán demócratas avispados que estimen no disparatado hacer sombra a Obama?
9) Los dos años que restan hasta las presidenciales serán de gran combatividad conservadora y de perplejidad progresistas. No es descartable, como auguraba Krugman hace unos días, una ofensiva republicana en toda regla, e incluso un repetición del bloqueo del gobierno.
10) Atención a las lecturas interesadas que se harán de estas elecciones en España y en otros países europeos. Ya se han venido escuchando algunas extrapolaciones sonrojantes sobre la significación del Tea Party y los estímulos para demoler lo que queda del Estado y de las políticas públicas. El debate se acentuará en los próximos meses, de forma oportunista y seguramente superficial.
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