14 de febrero de 2013
Nunca,
desde sus primeros días en la Casa Blanca, había dado el Presidente Obama la
impresión de sentirse tan a gusto en el cargo. Transmite confianza, seguridad y
una determinación muy reconocibles. Es en el repliegue indisimulable de sus
rivales políticos republicanos donde se hace más palpable ese momento de
fortaleza presidencial. Los empeños de "pasar por la parrilla" a dos
de sus principales colaboradores de los próximos años, el Secretario de Defensa
y el Director de la CIA, en las audiencias legislativas constituyen más una
liturgia parlamentaria que una baza seria para reducir o condiciones el poder
presidencial.
Ni
una mejora apreciable de la coyuntura, ni un repentino cambio favorable de la
balanza de poder, ni otras consideraciones
fácilmente identificables explican esta impresión, por lo demás bastante
generalizada. Es como si Obama, que ofreció
muestras inequívocas de cansancio y hasta de cierta depresión durante los
últimos meses del año pasado -y más en concreto, en plena recta final de la
campaña electoral-, se hubiera revigorizado. Quizás no tanto, o no solamente,
por la victoria en noviembre, cuanto como resultado de una reflexión
autocrítica sobre sus primeros cuatro años y la imperiosa necesidad de no
desaprovechar la oportunidad de cambiar ciertas cosas.
En
su segundo discurso inaugural, Obama marcó el rumbo de su legado. El pasado
martes, en su intervención ante el Congreso, con motivo del tradicional Estado
de la Unión, confirmó las líneas programáticas:
-
revertir la dinámica social en Estados Unidos, favorecer una vida mejor para
las capas medias y bajas (subida apreciable del salario mínimo) y hacer recaer
sobre "los más ricos y poderosos", vía impuestos, la carga de la
recuperación de la crisis; la palabra más empleada por el Presidente, más de
cincuenta veces fue 'jobs' (empleos).
-
resolver con justicia y eficacia el asunto pendiente de la inmigración.
-
abordar el inicio del cambio del modelo productivo (abandonar la inhibición
ante la agresión al medio ambiente).
-
afrontar ciertos tabús perniciosos del estilo de vida americano (el descontrol
de la violencia por el uso/abuso doméstico de las armas de fuego.
Obama
ha clarificado su agenda política. Parece haberse liberado de cierto reflejo
condicionado dominante en Washington y da muestras de haberse convencido de que
fracasará como presidente si no cumple con estos objetivos. Después de cuatro
años de ofensiva conservadora contra el concepto del "gobierno como
problema", el Presidente parece haber encontrado una divisa con la que
pretende imbuir políticamente a su gestión: no se trata de hacer más grande el
gobierno sino más 'inteligente'. No más, sino mejor.
Algunos
analistas apreciaban en Obama un 'impulso activista', después del ánimo
pactista iniciado a mediados de su primer mandato y de cierta tentación
claudicante que le reprocharon los sectores más liberales (progresistas) de su
propio partido.
Para
dar la réplica del discurso presidencial, los republicanos eligieron al Senador
Marco Rubio, por su imagen supuestamente de futuro (juventud y origen
inmigrante). Sin embargo, este líder hispano acudió a una fórmula demasiado tradicional
en la oposición conservadora: presentar al Presidente como el típico dirigente
demócrata que sólo piensa en "tax more, borrow more and spend more"
("gravar más, pedir prestado más y gastar más"). No fue precisamente
brillante este potencial candidato del 'Great Old Party' en 2016. Lo que
parece confirmar una cierta suerte de 'depresión republicana' desde noviembre.
El
recomendado 'regreso al centro' de los republicanos no será rápido ni fácil,
porque muchos sectores del partido siguen anclados en una visión retrógrada,
porque la mayoría de sus lubricadores de fondos no están por la labor de ceder
terreno y porque no se percibe un liderazgo convencido y comprometido con ese
cambio de rumbo. De momento, las iniciativas políticas emprendidas por los
conservadores parecen puramente tácticas o reactivas.
Del
lado progresista, debería haber cierta satisfacción por este "enfoque
social" de Obama, más preciso y explícito que nunca en el Presidente desde
su llegada a la Casa Blanca. Y, sin embargo, en los púlpitos y tribunas más a
la izquierda del panorama social y político se percibe cierta desconfianza e
incluso escepticismo.
El
debate sobre el uso (abuso) de los 'drones', actualizado por la
audiencia legislativa del candidato de Obama a director de la CIA, hizo emerger
este 'malestar progresista'. Hay ciertas suspicacias por el 'doble lenguaje' de
Obama en esta materia. Se le reprocha al
presidente inconsecuencia e insensibilidad, incluso complacencia por una
política que contraviene sus principios declarados. Decíamos en el comentario
anterior que Obama está lejos de ser un pacifista y poníamos como ejemplo el
refuerzo de ciertos programas de carácter militar que han recibido un fuerte
impulso con su presidencia.
Uno
de ellos, quizás el más emblemático es el de los 'drones' porque pone en
evidencia más que cualquier otro las contradicciones de Obama como máximo
dirigente del país. Ya no se trata de pragmatismo o ejercicio cínico del poder,
sino de un elevado y difícilmente justificable coste en vidas humanas, y encima
sin transparencia o, peor aún, con
maniobras de ocultamiento.
Hace
unos días, el NEW YORK TIMES, por lo general muy propenso a justificar las
decisiones de Obama, publicaba un acerado análisis en el que equiparaba los
vicios de la lucha antiterrorista del Presidente con los de Georges W. Bush, a
cuenta precisamente del programa de los aviones tripulados a distancia.
Brennan, ya Director de la Central de Inteligencia, hombre de confianza
presidencial y arquitecto de esa herramienta predilecta de Obama en la supuesta
persecución de la amenaza terrorista, no despejó la mayoría de las dudas, ni
resolvió los reproches que varias publicaciones de izquierda han detallado
estos días.
Si
Obama no da una respuesta convincente en esta materia, corre el riesgo de que
de que esos sectores críticos, por lo demás próximos ideológicamente a sus
objetivos de gobierno, interpreten su actitud como una señal de altivez. Una condición
similar a la que atribuyen a los 'drones' como parábola del ejercicio
arrogante del poderío militar norteamericano.
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