29 de marzo de 2017
La
cuenta atrás de la desvinculación europea de Gran Bretaña ha comenzado. La premier May ha remitido al Presidente
del Consejo Europeo, el polaco Donald Tusk, una carta con la solicitud formal
de activar el artículo 50 del vigente Tratado de la Unión. A esto se añade la
presentación ante el Parlamento de un Libro
Blanco sobre el que debe construirse la llamada great repeal bill o ‘Ley de la gran derogación’.
Si,
por sí solo, el Brexit ya plantea dudas, interrogantes e incertidumbres enormes,
la convergencia con otro proceso de separación, el posible Scotxit, es decir, la separación de Escocia del Reino Unido,
compone un panorama de pesadilla. Para G.Bretaña y para Europa.
ESCOCIA:
¿EUROPA O GRAN BRETAÑA?
En la víspera
del inicio formal del Brexit, el
Parlamento escocés, dominado por los nacionalistas, votó a favor de solicitar
de nuevo a Londres el permiso preceptivo para convocar otro referéndum de
independencia. En el anterior, celebrado en septiembre de 2014, la iniciativa
independista fue derrotada por casi diez puntos de diferencia.
Ahora
corren otros tiempos. El Brexit fue
rechazado en Escocia, igual que en Irlanda del Norte, en Londres, Liverpool o Manchester.
Los territorios que gozan de autogobierno y los grandes núcleos urbanos viven
mayoritariamente este proceso de separación de Europa con preocupación y
escepticismo, como ya se sabe.
Pero Escocia
es, sin duda, el terreno más hostil, con diferencia. Los escoceses manifestaron
su deseo de permanecer en la UE por amplia mayoría: 62% frente al 38%. En el referéndum
de 2014, la permanencia en el Reino Unido triunfó por un margen menor: unos
diez puntos. En ese momento, votar independencia suponía desvinculación, al
menos inmediata, de la UE, ya que Escocia se hubiera visto obligada a solicitar
su ingreso como nuevo estado en el club europeo. Ahora, curiosa paradoja,
resulta justo lo contrario. Muchos escoceses que antes preferían seguir en el
Reino Unido, podrían ahora cambiar de opinión porque tendrían opción al “premio”
europeo.
Naturalmente,
no es que independencia del Reino Unido signifique permanencia automática en la
UE, al producirse antes de consumarse el Brexit.
Algunos países, entre ellos España, se opondrían a la permanencia de Escocia en
la UE, tras su desenganche del Reino Unido. Pero el SNP considera que Escocia
se encontraría en mejores condiciones negociadoras, ya que Londres, ya fuera de
la Unión, no podría ejercer su veto decisivo. La confirmación de Escocia como
estado independiente de la UE podría ser una realidad en un plazo de tres años,
según algunas estimaciones (1).
La
solicitud del Parlamento escocés fija la consulta entre el otoño de 2018 y la
primavera de 2019, es decir, antes de que deba consumarse el Brexit. Pero Theresa May ya se ha anticipado
su negativa, por considerar que ese proceso independentista debilitaría a
Londres en la negociación con Bruselas y con las capitales europeas. Sturgeon
ha anunciado que después de Pascuas presentará una estrategia para afrontar la negativa
de Londres.
Los
argumentos de ambas tienen fundamento, desde sus respectivas lógicas. A primera
vista, el asunto parecería zanjado, puesto que May tiene la llave del
calendario,. Pero aquí es donde entran los riesgos políticos de carácter
estratégico. Una negativa contumaz de Londres podría engrosar las filas del
independentismo y, aunque el eventual referéndum se celebrara después de
consumado el divorcio entre el Reino Unido y la Unión Europea, la perspectiva
de una ruptura británica sería mucho más probable.
De igual
manera, una posición muy rígida de Londres, que derivara en el llamado hard Brexit, es decir, una
ruptura radical, con escasos o nulos anclajes al continente, alimentaría
también el resentimiento anti-tory no
solo en Escocia, sino en los núcleos de población que no respaldan el divorcio
(2).
Debido a estos
riesgos, las dos dirigentes han tenido mucho interés estos últimos días en
ofrecer un talante negociador, cada cual con su retórica y con la vista puesta
en sus potenciales apoyos. Sturgeon dice mostrarse flexible en el calendario, ma non troppo. May apela a otro
nacionalismo, el británico, la fuerza latente detrás del Brexit, para movilizar
el voto unionista en Escocia y evitar que balanza de 2014 cambie de signo.
La analista
Jannah Ganesh sostenía recientemente en el FINANCIAL TIMES que Sturgeon
presenta un liderazgo independentista más peligroso para Londres, porque
resultaba más convincente que su predecesor, Alex Salmond, carismático pero
demasiado old style. La actual líder
escocesa, aunque tiene posiciones progresistas, también domina el debate
económico y financiero y utiliza argumentos más prácticos, menos emotivos.
UN CAMINO
PLAGADO DE MINAS
Los
laboristas, escoceses o británicos en general, se preparan para una batalla
política que no es bienvenida. A la aparente oportunidad que representa una
oposición implacable en la gestión institucional, con una defensa cerrada de
las atribuciones del Parlamento, como hace un sector importante de la bancada
tory, se contrapone el impulso unionista del Partido. Los laboristas escoceses
confluyen con los conservadores en rechazar el referéndum antes de la
culminación efectiva del Brexit. Una concordia que les puede dar votos en
algunas zonas del Reino Unido, pero que le impedirá recuperar parte del
electorado que ha emigrado en masa a los caladeros del SNP, desde el giro a la
izquierda de los nacionalistas.
La cautelosa
May (THE ECONOMIST llegó a denominarla Theresa May-be, por su indefinición en el proceso de gestión del Brexit) seguirá andándose con pies de
plomo, debido a las contradicciones en su propio partido. La crítica permanente
de los remainers, como el ex-premier John
Major o el conspirador por excelencia contra Thatcher, Michel Helsetine, no es
el riesgo mayor. Hay dos frentes de mayor zozobra. Uno, el enfrentamiento entre
partidarios del Brexit blando y del Brexit duro; y dos, el celo de los
parlamentarios tories que no quieren quedar marginados por el Gobierno en la
negociación con Europa.
Este mismo mes,
el selecto comité de los Comunes que se ocupa de este asunto sacó adelante, con
apoyo de los conservadores, una llamada de atención al gobierno, al acusarlo de
“negligencia” por no haber prestado adecuada atención a la posibilidad de un
fracaso en las negociaciones de divorcio.
En un
principio cameronita partidaria de la
permanencia, pero luego ejecutora del Brexit
sin remilgos, Theresa May pretende presentar una imagen de solidez, unidad y decisión
ante la envergadura de la tarea que tiene por delante. La negociación puede
tornarse agría, debido a determinados asuntos espinosos, como el estatus de los
europeos residentes en Gran Bretaña, la deuda británica con la UE o el nuevo
marco comercial (3). En algo coinciden casi todos los analistas, el Brexit no solo define un mandato, sino
que puede arruinar una carrera política de los pies a la cabeza.
NOTAS:
(1) “Four
ways a second independence campaign would be different”, DAVID CLARKE. THE NEW STATESMAN, 21 de marzo.
(2) Editorial. THE GUARDIAN, 17 de marzo.
(3) “Brexit: quatre enjeux pour a casse-tête”. LE MONDE, 29 de marzo.
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