22 de marzo de 2017
El
primer debate televisivo de los principales candidatos presidenciales marca el
inicio informal de una campaña electoral en Francia. El resultado no ha
cambiado casi nada: mucho autocontrol de los candidatos, apenas tensión, mensajes
previsibles, sustancia limitada.
Después
de lo ocurrido en Estados Unidos, los analistas se cuidan muy mucho de
arriesgar en los pronósticos, pero si se elude el miedo al error, parece, a
esta hora, que Macron, un candidato vagamente centrista, y Le Pen, la candidata
más segura de sí misma, pasarán el corte el 23 de abril y competirán por el
Eliseo en el pulso bis a bis del 7 de mayo.
Las
posiciones de Marine Le Pen y de Jean-Luc Melenchon fueron las más definidas en
el debate. La primera desde el ámbito de la renacionalización de las políticas
públicas y de la política exterior, con un eje inequívoco: el control férreo de
la inmigración y la recuperación de la soberanía total de Francia en detrimento
de ciertas instituciones europeas fallidas. El segundo, desde una posición
igualmente combativa, la llamada Francia insumisa, igualmente crítica con
Europa, pero no desde sensibilidades nacionalistas sino de solidaridad social.
Pero mientras que Marine Le Pen ha conectado con la frustración de las clases
trabajadoras con mensajes simplistas y engañosos, Melenchon tiene un techo electoral
de acero y Hamon no parece capaz de superar las contradicciones de su propio
partido.
EL
DESGARRO SOCIALISTA
En efecto, Benoît
Hamon no es el candidato socialista. No del todo. Es uno de los frondeurs, es decir, de los que abjuraron
del quinquenato hollandista, de los
que se rebelaron contra la resignación o la rendición ante el austericidio. Interpretó el desencanto
de las bases socialistas hacia sus dirigentes y abanderó el ánimo de rebeldía, el
impulso de giro a la izquierda, de recuperación de los principios más combativos
del socialismo democrático. Un empeño loable, pero igualmente perdedor. Porque llega
tarde y porque se ignora, a estas alturas, qué apoyo tiene realmente Hamon en
su propio partido.
El otro día,
en un diario de fin de semana, el exprimer ministro Valls, el derrotado en las
primarias, se defendía de las acusaciones de traición o de deslealtad hacia su
compañero de partido, por negarle el padrinaje, una suerte de requisito que los
aspirantes necesitan para confirmar su condición oficial de candidatos (1). El primer
secretario del PSF, Cambadelis, coquetea claramente con Macron, como han hecho
otros prominentes dirigentes socialistas. En suma, el candidato mayoritario de
las bases socialistas es cortocircuitado desde dentro. La verdadera dimensión
de Hamon se medirá en lo que algunos llaman “tercera vuelta”; es decir, las
elecciones legislativas que seguirán a las presidenciales. Si Macron alcanza el
Eliseo necesitará un legislativo que no sea un contrapoder, para evitar la
temida y desgastante cohabitación (Presidente y Parlamento de distinto signo
político). Pero ni eso puede garantizar el candidato socialista: ¿asistiremos a
la enésima crisis del PSF? Dependerá del desempeño de Hamon en primera vuelta y
de la lucha de clanes dentro del partido. Las perspectivas no son prometedoras.
Macron enfadó
a mucha gente del PSF cuando quedó clara su ambición de suceder a su padrino y
tutor político, el malhadado François Hollande. El más irritado fue Valls, que
no dudó en considerarlo un oportunista. En realidad, le molestó que no esperara
a que el Presidente resolviera sus dudas. Pero Macron, con su iniciativa,
terminó de enterrar a Hollande y le ganó la posición a Valls. Una jugada muy hábil
que el anterior primer ministro tardó en digerir. Pero su posterior fracaso
frente al ala izquierda del partido le obligó al pragmatismo.
Si Valls
hubiera vencido en las primarias socialistas, no estaríamos asistiendo a la aparente
templanza que él ahora muestra hacia Macron, sino a una amarga letanía de
recriminaciones redobladas. Muchos analistas piensan que Valls no ha renunciado
a sus aspiraciones políticas y que las primarias socialistas pueden vivir una
segunda vuelta, una volta face. Como
hipotético líder socialista, Valls puede encontrarse más cómodo que Hamon poniendo
precio a la colaboración que Macron necesitará como Presidente, porque no
parece probable que la formación de éste (¡En Marche!), tenga tiempo para
consolidarse como fuerza electoral de importancia. No bastará con una aportación
centrista. Tendría que contar con una defección socialista masiva, y eso puede
conducir a la liquidación práctica del partido. y otras no serán en absoluto
suficientes.
RESONANCIA
GISCARDIANA PARA FRENAR A LE PEN
El gran
problema de Macron es que puede resultarle más fácil ganar que gobernar. El éxito
momentáneo de su mensaje se debe, en gran parte, a la debilidad de sus
adversarios en las dos alas del centro. O dicho con más propiedad, en el
paisaje político convencional, a izquierda y derecha. Pero no se puede trazar un
previsible programa del candidato Macron, más allá de lugares demasiado
comunes. Un europeísmo de los noventa, un positivismo facilón, una indefinición
imposible de no confundir con oportunismo. Algunos quieren ver en Macron el
Giscard del siglo XXI: conciliador, europeo, pragmático. Más etéreo, menos patricio,
más cercano, menos altivo (2)
Marine Le Pen,
venenosa sin concesiones, sintetizó el perfil político de su aparente rival de
la segunda vuelta con una codificación brillante: es el “vacío sideral”. O en
tono más personal: “llevo oyéndole siete minutos y soy incapaz de resumir su
pensamiento”.
Macron evitará
el choque, la idea de pugnacidad, incluso con la candidata populista, a la que
algunos, no sin parte de razón, sigan llamando ultraderechista, pero que
acreditará el mayor porcentaje de voto obrero y trabajador… blanco, por
supuesto, de todos los candidatos. Como Trump, en cierto modo, pero no
exactamente igual. Marine Le Pen podrá no ganar, pero ha fijado los elementos clave
de estas elecciones. Ha hecho un trabajo eficaz en liberar al partido de su
imagen más bronca, más áspera, más extrema. Ha redefinido el tradicional
nacionalismo francés, con trampas, pero también con problemas sociales reales.
Sus recetas desagradan, pero sus rivales no han sido capaces, ni en la derecha
ni en la izquierda, de oponer mensajes y discursos más creíbles, más coherentes
(3). Para la derecha, un bochorno. Para la izquierda, una tragedia, casi una
amenaza existencial.
Y puestos a
utilizar referencias teatrales, ninguna como la que le encaja a Fillon, el
favorito de hace un par de meses solamente. Fillon pretendía parar a Le Pen
como lo intentó hacer Sarkozy: robándole parte de su mensaje nacionalista, pero
desde aproximaciones tradicionales, desde el neoliberalismo económico y el
conservadurismo social. Y encima, con la seriedad que el expresidente nunca
pudo adquirir.
El candidato de la derecha ha pasado de presunto ganador a un más que
probable ex próximo presidente.El candidato de la derecha ha pasado de presunto ganador a un más que
probable ex próximo presidente. Una especie de Hillary
Clinton de la política francesa. Perfectamente dotado para el cargo, pero
abrasado por cuestiones relacionadas con su credibilidad, por una torpeza que
pasará a los anales de la política francesa. Le ha lastrado un asunto si se
quiera menor, pero muy dañino, porque ha proyectado esa impresión de impunidad
propia de una casta que podía hacer casi lo que quisiera, sin temor a una
sanción.
En
fin, de aquí al 23 de abril no deben esperarse muchas novedades. Ni de los
favoritos, porque una tiene tiene muy definido su mensaje (Le Pen), y el otro
porque no quiere definirlo en absoluto (Macron). Tampoco de los outsiders: o porque no tienen posibilidad real de ser
otra cosa (Hamon y Melenchon), o porque hace tiempo que perdieron el tren de la
victoria (Fillon).
(1) JOURNAL DU
DIMANCHE, 19 de marzo.
(2) “Le macronisme est un nouveus giscardismo”. THOMAS
GUENOLÉ. LE MONDE, 16 de marzo.
(3) “As French election nears, Le Pen targets voters that
her party once repelled”. NEW YORK TIMES,
19 de marzo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario