8 de marzo de 2017
Comienza la semana
próxima el maratón electoral más inquietante en la reciente historia de la
perpleja Europa. Nunca antes las formaciones políticas moderadas se habían
visto sometidos a tantos y tan amenazantes desafíos en las urnas.
Holanda es la
primera prueba del año. Insólito hasta hace poco tiempo. Como en otros países
fundadores de la Unión, los nacional-populistas (creo que ésta formulación es
más precisa que la de extrema-derecha)
figuran como favoritos en las encuestas, aunque su fuerza parece que se ha
debilitado en las dos últimas semanas.
UNA FIGURA PROVIDENCIAL
El gran
líder es Geert Wilders. O más que líder, hombre orquesta, casi un sumo
sacerdote de la holandidad, si se
permite el barbarismo. Se le corta el traje ideológico con pocas palabras:
nacionalista a ultranza, xenófobo sin disimulos, enemigo declarado de la
integración europea, adicto a los redes sociales y enfant terrible de la escena nacional. Amigo confeso de Israel,
desde que pasó un periodo de juventud en un kibutz,
curiosamente un modelo de inspiración socialista. El provocador político
holandés es un especialista en agitar el debate con todo tipo de
manifestaciones, tuiters y
pronunciamientos gruesos. (1) En suma, el estilo Trump de incorrección política
que tanto parece seducir a Esperanza Aguirre.
No en vano, Wilders es, de todos estos líderes
nacional-populistas europeos, el más cercano al inquilino de la Casa Blanca (el
único, en todo caso, que consiguió entrada en la Convención del pasado verano
en Cleveland). Incluso tiene su Bannon,
el diputado Martin Bosna, uno de los teóricos de este neo-nacionalismo europeo.
Pero incluso sus críticos le conceden mayor inteligencia y habilidades
políticas que al magnate estadounidense. Con estas credenciales, Wilders es
algo así como el macho-alfa de la
camada ultra en Europa (2).
Así lo contemplan también algunas organizaciones
ultraconservadoras de Estados Unidos, que le han brindado apoyo económico,
tanto para sus actividades políticas como para afrontar causas judiciales por panfletos
y documentales anti-musulmanes (3)
Wilders teme por su
seguridad. Mucho. Hasta el punto de interrumpir su campaña, o de refugiarse en
los tweets y eludir actos públicos. Hace poco, los servicios de seguridad
detuvieron a un ciudadano de origen marroquí relacionado con el hampa local que
preparaba, supuestamente, un atentado contra él. Lo pusieron pronto en
libertad, al comprobar que el individuo era un fanfarrón y poco más. Pero
Wilders no se fía y ha restringido sus apariciones públicas. No se sabe si para
protegerse o para blindar su ventaja en los sondeos (4).
UN PARLAMENTO
FRAGMENTADO, UNA COALICIÓN TRABAJOSA
El Parlamento holandés cuentan con 150 diputados.
Los nacional-populistas del Partido por la Libertad (extravagante nombre para
lo que representan) podrían obtener en torno a un 20%, es decir, unos 30
escaños. Los liberal-conservadores del actual primer ministro Rutte rondan el
16%. A continuación, aparecen en los sondeos los liberales europeístas del
D-66, los ecologistas del Partido de la Izquierda Verde y luego los dos
partidos del espectro socialistas los socialistas de izquierda y los laboristas
(social-demócratas), éstos últimos muy debilitados por su apoyo a las políticas
de austeridad: uno de sus dirigentes, el ministro de finanzas, Jeroen
Dijsselbloem, es el actual presidente del eurogrupo.
Todos los cálculos
probables anticipan que será preciso una coalición de cinco partidos para
asegurar una mayoría eficaz de gobierno. Nadie acepta entenderse con el partido
de Wilders, ni siquiera los liberal-conservadores que ya experimentaron esa
agria experiencia en otro tiempo, hasta que Wilders rompió la baraja. El problema es que, sin Wilders, las cuentas
se quedan muy estrechas. Todos confían en que se repita lo que hasta ahora
viene siendo habitual: que los nacional-populistas se desinflen en las urnas.
Pero este momento es distinto.
UNA CARRERA METEÓRICA
El auge de Wilders se apoya en dos asesinatos. El
político Pym Fortuny y el cineasta y documentalista Theo Van Gogh, dos
destacados portavoces de la supuesta “islamización de Holanda”, fueron
asesinados en 2002 y 2004, respectivamente. Hasta esa fecha, la xenofobia
parecía controlada en el país. En la última década ha crecido de manera
inquietante y Holanda ha aportado algunos de los teóricos más vociferantes de
la xenofobia europea, aunque cueste creerlo en un país con unas tradiciones de
libertad, tolerancia y protección social más sólidas del continente. Wilders,
por tanto, no ha inventado nada, pero le ha dado a la xenofobia populista un
alcance que no había tenido antes. Con toda soltura utiliza expresiones como
“chusma marroquí” y otras lindezas.
A sus rivales
políticos les preocupa su capacidad para poner en evidencia e implantar en los
votantes las debilidades, contradicciones, incumplimientos y fracasos de los
demás. Quizás por eso, sin asumir de forma clara el discurso xenófobo, algunos
partidos holandeses se han mostrado mucho más proclives al control migratorio y
se han desmarcado de la idea merkeliana, ya corregida, de puertas abiertas a
los refugiados (5). Como hizo Sarkozy en su momento ante el auge del Frente
Nacional.
Wilders ha
conseguido también debilitar el compromiso de la sociedad holandesa con el
proceso de construcción europea. Durante décadas, los dutch figuraban siempre entre los más adeptos, como integrantes del
núcleo fundador (e incluso antes, con la constitución del Benelux). Pero como
sostiene Kem Korteweg, analista del londinense Centro para la Reforma europea,
las cosas están cambiando muy sensiblemente (6).
Desde fuera de Holanda sorprende que, entre algunas
minorías por lo general discriminadas en no pocos países, como los
homosexuales, crezca el apoyo electoral a esta Partido por la Libertad. La
explicación parece sencilla. Esas minorías ven en el Islam, o al menos en
algunos de sus exponentes, una amenaza de intolerancia y negación de la
libertad individual. De hecho, Fortuny era gay y su discurso ahondaba en esta
desconfianza hacia el crecimiento de la población musulmana en Holanda.
Con 17 millones de habitantes y una superficie similar a la de Extremadura, Holanda es el país más
densamente poblado de Europa, como es de sobra conocido, y el peso de la
población de origen extranjero ha crecido en las últimas décadas, sin duda,
pero no llega a la cuarta parte del total. Dos de las comunidades más numerosas
son los marroquíes y los turcos, con 400.000 cada una, en números muy redondos.
La acumulación de estas minorías en determinados barrios de ciudades
neerlandesas ha disparado la xenofobia.
Pero el factor fundamental ha sido el debilitamiento
del estado de bienestar. Holanda ha sido considerado muchos años por el
Instituto Brueghel como un país más del llamado “modelo nórdico”, debido a la
fortaleza y amplitud de su sistema de protección social. La crisis ha
deteriorado eso notablemente. La conocida sensación, en parte real, en parte
inducida, de que “no hay para todos” es un mantra también ya en Holanda.
Los nacional-populistas apelan a las capas más
modestas de la población autóctona, porque son ellas las que “compiten” con los
inmigrantes por la consecución de las ayudas. Este discurso de protección de
los trabajadores nacionales, un mantra
en Le Pen, en Trump, de la Liga Norte italiana o en los alemanes de AfD, es
también el reclamo electoral de Wilders. El líder populista acusa a los
partidos de izquierda de haberse refugiado en un electorado funcionarial o de
empleados públicos, cuando no de la burguesía acomodada, y de haberse olvidado
de los obreros y empleados, de los más vulnerables ante la crisis económica y social.
NOTAS
(1) “Why the Dutch are drawn to right-wing populist Geert Wilders”.
SEBASTIAN FABER. THE NATION, 21 de
febrero.
(2) “Geert Wilders,
reclusive provocateur, rises before Dutch vote”. THE NEW YORK TIMES, 27 de febrero.
(3) “Before the elections,
Dutch fear Russian medling, but also U.S. cash”. NEW YORK TIMES, 8 de marzo.
(4) “Dutch Trump even scares
his own brother”. NADETTE DE VISSER. THE
DAILY BEAST, 28 de febrero.
(5) “Aux Pays-Bas, le leader
d’extrême droite Geert Wilders domine la campagne des legislatives”. LE MONDE,
28 de febrero.
(6) “How the Dutch fell out
of love with the EU”. KEM KORTEWEG. CARNEGIE
ENDOWMENT IN EUROPE, 2 de marzo.
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