18 de abril de 2022
En apariencia, la elección de la
cúspide política de Francia es idéntica a la de hace cinco años. Los dos
contendientes en la ronda final de las elecciones presidenciales son los mismos
que en 2017: Emmanuel Macron y Marine Le Pen. Pero ni el uno ni la otra son
exactamente los mismos, las circunstancias que les rodean son en cierto modo
diferentes y, sobre todo, el cambio del ecosistema político se ha confirmado y
profundizado tras el 10 de abril. La primera vuelta de las elecciones dejó
estas lecciones básicas:
1) Los dos candidatos
triunfadores mejoran sus resultados de 2017 (más de tres y de dos puntos,
respectivamente), pero no establecen una bipolaridad política: necesitan de los
demás para aspirar al triunfo definitivo. Y como hace cinco años, ese
alineamiento parece claro: de un lado, las formaciones del consenso centrista
agrupadas a regañadientes en torno a una figura liberal, reformista y
europeísta; del otro, un nacionalismo populista que, sin abandonar del todo sus
referencias identitarias y tradicionalistas, se orienta cada vez más a convocar
a las clases populares, frustradas por la inoperancia de la izquierda
sistémica.
2) El modelo partidista dominante
de la V República queda completamente impugnado en las urnas. Los gaullistas de
origen, maridaje liberal-conservador, y los socialistas, como alternativa de un
progresismo vacilante y contradictorio, han sido laminados. Nunca hubo
bipartidismo en Francia, pero tras el mandato de Giscard en la segunda mitad de
los setenta, se había implantado una alternancia similar a la británica, la
alemana o la española, pilotada por los dos polos del consenso centrista, con
las correcciones aportadas por los partidos menores.
3) La batalla de la ultraderecha
la ha ganado abrumadoramente Le Pen. El nacional-populismo que ella defiende se
ha impuesto al identitarismo racista del polemista Zemmour (7%). No es previsible
que este triunfo le sirva a Le Pen para alcanzar el Eliseo, tampoco en esta
ocasión, pese a su moderación y
“desdiabolización” de los últimos años. Pero se consolida como expresión genuina
del estado de ánimo permanente de un tercio del electorado, de la Francia
popular, perdedora y resentida por el desigual e injusto dividendo de la
globalización. Sólo un sistema electoral concebido para blindar el centrismo le
priva de disponer de un altavoz parlamentario acorde a su fuerza social. Esa
frustración, lejos de debilitar al nacional-populismo, lo fortalece en la calle.
Su combate por mejorar el poder adquisitivo de las clases medias y populares ha
resultado muy eficaz.
4) La izquierda se volatiliza y dispersa.
No hay un nuevo reagrupamiento centrista, como en la derecha, sino una
atomización que el buen resultado de Jean-Luc Melenchon (La Francia Insumisa) no
consigue mitigar. Aunque el veterano disidente socialista supera la barrera del
20%, mejora su porcentaje de hace cinco años y salva el honor de la izquierda,
su figura no aglutina de momento a un electorado confundido y desencantado.
Melenchon navega sobre las ruinas de su anterior partido, el fracaso permanente
de un ecologista fagocitado y disperso y una izquierda radical testimonial. De
nuevo ante el dilema binario de las dos derechas (la liberal y la populista),
el líder insumiso se pronuncia contra Le Pen, pero no a favor de Macron. Su última
apuesta, formulada esta misma semana por televisión, es lograr un resultado en
las legislativas que le permita ser primer ministro. Puede ser una manera de
restar trascendencia a la elección presidencial y movilizar al electorado de
izquierda en torno a su figura.
5) La debacle socialista alcanza
dimensiones de tragedia política, pero difícilmente puede resultar una
sorpresa. La “española” Anne Hidalgo, obtuvo un doloroso 1,74%, resultado más
que humillante, que hace ahora increíblemente deseable el logrado por Hamon
hace cinco años (6,3%). Para la historia quedará que, por primera vez en la V
República, el PSF tiene menos votos que el Partido Comunista (2,3%). La
alcaldesa de París nunca obtuvo el apoyo sincero y enérgico de sus compañeros.
La campaña ha estado sumida en un ambiente depresivo y amargo, propio de quien
conoce de antemano su sentencia. El lento suicidio del socialismo francés se ha
cocinado en una marmita de chismes, conspiraciones y traiciones rancias. Ya se
han producido las primeras recriminaciones, a las que pocos prestarán atención.
6) La catástrofe
liberal-conservadora tampoco tiene paliativos. La candidata Valérie Pécresse se
ha quedado dos décimas por debajo del 5%, más de quince puntos menos que su
candidato de 2017. Su triunfo relativamente sorprendente en las primarias hizo
concebir cierta esperanza de duelo más igualitario con Macron, por su aparente
moderación. Pero el electorado liberal-conservador ha preferido apostar por la
baza más segura. El partido fundado por De Gaulle hace tiempo que se diluyó en
un camuflaje ideológico que su aséptico nombre delata (“Los Republicanos”). Los
permanentes escándalos de corrupción le han empujado a la irrelevancia.
7) Se confirma de nuevo que Francia,
a su pesar, ha dejado de ser el
laboratorio político de Europa. El comportamiento de los franceses es cada vez
más “nacional”, más específico y proyecta menos su influencia sobre el resto de
Europa. En ningún otro país grande o mediano de la Unión el nacional-populismo
tiene tanta fuerza, la derecha conservadora se hunde tan sonoramente, o la
izquierda moderada toca fondo de manera tan profunda.
ANTE LA SEGUNDA VUELTA
La clave del resultado del 24 de
abril reside en el comportamiento del electorado de izquierdas, desencantado y
sin representación en esta “batalla definitiva”.
Macron, que ha gobernado estos
cinco años como un dirigente de la derecha liberal con alardes modernizadores,
trata ahora de repetir lo que propició su victoria en 2017; es decir, convencer
a la ciudadanía más progresista de que merece la pena renovarle su confianza,
“para frenar a la ultraderecha”. Estos días ha hecho guiños con las pensiones y
otros asuntos de la política social, pero no parece que haya resultado
convincente. Gran parte de la Francia popular ya no le cree.
Marine Le Pen ha tratado de
incidir en los aspectos más sociales del debate, con promesas muy populistas pero poco viables, engañosas o
directamente irrealizables, a decir de los expertos. En su esfuerzo por
suavizar su discurso racista u hostil con las poblaciones de origen inmigrante,
ha corregido algunas de sus propuestas, como la prohibición de portar el hijab
(pañuelo sobre la cabeza) de espacios públicos, y se ha pronunciado de manera
conciliatoria hacia el Islam.
Al final, el ánimo de los
abstencionistas puede ser decisivo. Como reza una de sus sentencias de protesta
de estos días, se trataría de una indeseable elección entre “la peste y el
cólera”. Lo más probable es que Macron sea reelegido y el pulso entre las dos
derechas que heredan la hegemonía de conservadores y socialistas quede
confirmado en las legislativas de junio.
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