21 de abril de 2022
Pocas sorpresas, reafirmación de
posiciones y estrategias en cada parte y resultado abierto a interpretaciones.
El debate de este miércoles entre los dos candidatos finales a la Presidencia
de la República Francesa no es previsible que altere la voluntad de los
indecisos o más bien de los abstencionistas dubitativos.
Macron se mostró quizás más a la
ofensiva de lo que ciertos analistas esperaban, no tanto por necesidad (los
sondeos le auguran un cómoda victoria) cuánto por poner en evidencia las
contradicciones y fragilidades programáticas y argumentativas de su adversaria,
sobre todo en lo referente a las propuestas económicas y de gestión de los
servicios públicos.
Hubo momentos de tensión, como es
natural, pero dentro de los límites aceptables en un formato tan encapsulado
como son los debates electorales. Cada contendiente trató de afirmarse en las
actitudes en que se sentían más seguros.
Una de las polémicas más vivas tuvo
lugar cuando el presidente en ejercicio reprochó a la aspirante sus
vinculaciones económicas con la Rusia de Putin (financiación de su partido por
un banco ruso), que ella defendió por la falta de apoyo crediticio de las entidades
francesas.
El dirigente liberal se regodeó
en sus dominio del lenguaje y los conceptos económicos y técnicos para descalificar
la inconsistencia de su oponente en asuntos como fiscalidad, inversión, deuda y
macroeconomía. Le Pen insistió una y otra vez en su cercanía a los problemas de
las clases modestas y su contacto permanente con la gente que sufre para sacar
adelante sus vidas, frente a su rival, a quien reprochó altanería y falta de empatía.
La líder nacional-populista hizo
un esfuerzo permanente de moderación en las formas, sin renunciar a la dureza
de sus medidas sobradamente conocidas en materia de inmigración, religión,
delincuencia, justicia y seguridad. En contraste con lo sucedido en 2017, su representación
fue aceptable y salió viva del enfrentamiento.
Particular interés tuvo, ya en la
recta final del debate, el intercambio incluso atropellado de reproches a
cuenta de la reforma política y la mejora del sistema democrático. Le Pen defendió
el recurso del referéndum como vehículo directo de la voluntad popular, entre
otras cosas para reformar la Carta Magna y favorecer un legislativo más
representativo. Macron acusó a su adversaria de ignorar la Constitución y de no
respetar la legitimidad de la Asamblea Nacional.
De fondo a la polémica subyace un
sistema electoral manifiestamente diseñado para favorecer el bipartidismo
centrista y eliminar las opciones más radicales. Es un hecho que con un sistema
más proporcional, sin elecciones a doble vuelta, el partido de Marine Le Pen obtendría
una mayor representación en el Parlamento. Con el sistema actual, se propicia
el cordón sanitario que ha creado esta paradoja peligrosa de la política
francesa: siendo la segunda candidata presidencial sin apenas discusión, su
partido se ve reducido a una marginalidad provocada por la coalición de los
partidos centristas que se benefician del sistema mayoritario de las segundas
vueltas.
En definitiva, un debate que
seguramente no cambiará muchas voluntades ni animará a votar a quienes no se
sientes defendidos por ninguno de los contendientes. Las últimas encuestas
indican una ventaja de hasta trece puntos a favor de Macron. Pero es preciso
recordar que, en 2017, éste se impuso por 22 puntos (66%-34%). Un resultado peor
que éste no sería una buena noticia para el actual Presidente.
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