28 de septiembre de 2022
La esperada victoria del partido
de extrema derecha Fratelli en las elecciones legislativas del 25 de septiembre
ha provocado sudores fríos en algunas latitudes europeas (1). Naturalmente, no
es agradable que un partido que conserva una simbología y parte de la retórica
fascista haya sido el más votado (26%). Sin embargo, es muy improbable que la
nueva coalición gobernante de derechas en ciernes suponga una deriva ultra. Nada
que ver con otra Marcha sobre Roma, cien años después de la orquestada
por Mussolini para conquistar el poder. Pese a los temores liberales (2) o las
previsiones mediáticas de centro-izquierda (3), Meloni gobernará bajo los
patrones del consenso centrista, con algunas concesiones a sus encendidas
bases. Estas son las razones de que su victoria sea resistible:
1) Italia depende hoy, como ayer
y como casi siempre, del dinero europeo, en este caso de los fondos de
reconstrucción para afrontar la depresión de la pandemia. El pasado junio
Bruselas aprobó el plan de gobierno saliente (Plan de relanzamiento y
resiliencia), que obliga a Italia al cumplimiento de una normas europeas
incompatibles con la retórica de Fratelli o de su socio, la Lega. Los leguistas
ya jugaron al plante frente a Europa y el pulso duró apenas un asalto.
2) El sobresalto de la victoria
extremista en Italia ya está visto y asumido su alcance real. En 2018, dos
formaciones autoproclamadas antisistema fueron las vencedoras por márgenes aún
mayores al obtenido por Fratelli ahora. El Movimiento 5 Estrellas consiguió
cerca del 33% y la Lega más del 17%. Como formaron una extravagante e
inverosímil coalición, estamos hablando de la mitad del electorado activo. Se
sabe cómo acabó la experiencia. El populismo y el aparente desafío a la Europa prepandémica
dejó paso, tras sucesivas crisis, a un gobierno que fue la quintaesencia de la
ortodoxia europea, con una de sus figuras emblemáticas al frente: el
expresidente del Banco Central Europeo y “salvador” canonizado del euro, Mario
Draghi. La derecha italiana vive desde hace treinta años en la dinámica del
pendulazo: de la golosonería del populismo a la frugalidad liberal de aromas
tecnocráticos. El empacho nacionalista se cura con la dieta europeísta. Y al
rigor de ésta sucede el exceso de aquel.
3) El sistema electoral italiano
favorece a las grandes coaliciones como la recuperada por las principales
formaciones de la derecha para esta ocasión. La lógica de los polos (lo
que en otros tiempos llamaríamos frentes y ahora se prefiere denominar acuerdos)
posibilita mayorías muy sólidas de arranque, que se van desgastando de a
poco o de repente, como ocurrió con el consenso en torno a Draghi. Meloni no
tiene el antídoto contra esta enfermedad endémica de la política italiana que
tritura proyectos y liderazgos políticos. Al contrario, parece expuesta más que
algunos casos anteriores, porque carece de bases sólidas. La Lega y Forza
Italia gozan de una implantación regional y local más extensa debido a los años
de gobierno y, lo que es más importante, a su experiencia administrativa y su
acceso a cargos y a presupuestos. Fratelli es ahora il capo maggiore
pero no il capo di cappi en la derecha italiana. Cuando se disuelva la
euforia de la victoria, Meloni empezará a sentir los cuchillos silbar por
encima de su espalda: el inconfundible resplandor del fuego amigo.
4) La cohesión ideológica de los
Fratelli es endeble. Y Meloni es la principal responsable. Ella ha sido quien
ha diluido la retórica combatiente del neofascismo aggiornatto en una respetabilidad necesaria para quebrar
el techo que le condenaba a ser el socio menor en la familia conservadora.
Algunos de los principios proclamados por la líder ultra son más que asumibles
por los partidos conservadores europeos: preeminencia de la empresa privada en
la economía, libertad de elección educativa, centralidad de la familia
tradicional en el modelo social e incluso el control más severo del los flujos
migratorios o la prioridad nacional en el reparto de los fondos sociales (4).
En estos dos últimos, la derecha liberal exhibe un discurso más inclusivo, que
contrasta con políticas reales más restrictivas, como se ha visto en Francia,
en Gran Bretaña o incluso en Alemania y los países nórdicos. La Meloni del
gobierno seguirá muy probablemente ese patrón híbrido. No en vano, fue admitida
en el grupo Reformista y Conservador del Parlamento europeo, que en su día
lideraban los tories británicos (antes del Brexit) y los ultracatólicos
polacos. El grupo más retóricamente xenófobo tenía reservada su cuota italiana
a la Lega de Salvini, con Marine Len como líder más visible.
4) Otro factor de tensión en la gran coalición de derechas puede ser el
ambiguo proyecto de reforma constitucional para implantar un régimen
presidencialista al estilo francés. Se trataría de pasar a la II República, de
la que se habla en Italia desde comienzos de los noventa, cuando se desfondaron
dos de los pilares del sistema de partidos de la posguerra: la Democracia
Cristiana y el Partido Socialista, junto a los socios menores en ese juego tan
italiano de la alternancia caprichosa entre el centro-sinistra o el pentapartito (centro derechista). Al final, se jugó con las mismas cartas
institucionales y normativas. La I República se mantuvo con la flexibilidad que
otorga la experiencia pragmática. Ahora, ciertas ambiciones personales pueden
tensionar más la cuerda. No es un secreto que Berlusconi quiere despedirse de
la política desde el Quirinal. Ese 8% largo que ha obtenido su partido es mejor
de lo esperado y, desde luego, suficiente para utilizarlo como moneda de cambio
para consumar sus aspiraciones presidenciales. Salvini ha arropado el fracaso
de una pérdida de la mitad del porcentaje de votos y de escaños en una
coalición triunfante. A cambio de apoyar al Cavalieri en sus ambiciones de
púrpura estatal, planteará exigencias que lo beneficien de cara al futuro.
Meloni cuenta con ocho diputados más (119) que Salvini (66) y Berlusconi (45) juntos:
no suficientes para cabalgar en solitario. Tampoco puede esperar un cambio de
alianzas a mitad de camino.
5) Las tensiones internacionales pueden favorecer otra línea de
fractura en la coalición de derechas. Meloni ha hecho profesión de fe
atlantista durante la crisis de Ucrania, y ya antes. Esto también explica su cercanía con los
polacos. Berlusconi, en cambio, aún ahora tiende a ser comprensivo con Putin,
con el que cultivó una peligrosa e interesada relación. Hace sólo unos días, el
ya anciano magnate vino a decir que a Putin lo habían empujado a invadir Ucrania
sus malas compañías. Por el contrario, Salvini arrastra unos vínculos más
astutos y oscuros con el presidente ruso, anclados en la retórica
ultranacionalista, pero convenientemente engrasados con apoyo financiero
moscovita. Algo similar a lo que se le atribuye a Marine Le Pen. En las bases
se puede generar ruido que podría resultar útil en maquinaciones con otros
propósitos. Si se tiene en cuenta que el Italia es el país europeo menos
entusiasta con las sanciones a Rusia, el margen demagógico en ese terreno es
amplio. Pero no lo suficiente para que, a la hora de la verdad, la macro
coalición de derechas se salga del camino acordado en la OTAN (5).
En definitiva, Italia estrena novedad política, un gusto muy habitual
en el país transalpino. La estabilidad del sistema italiano no se basa en la
invariabilidad de las cabeceras de gobierno, sino en la capacidad de absorción
y fagocitación de los extremismos y/o excentricidades. En el caso de la
derecha, esto es meridianamente claro: Forza Italia, Lega y ahora Fratelli
emergieron como formaciones rupturistas. Nada o poco rompieron las dos
primeras, más bien al contrario, y nada esencial es previsible que altere la
última, anclada y dependiente de las anteriores.
Más que un resistible ascenso de una neofascismo posmoderno, las
fuerzas progresistas italianas deberían preocuparse del vacío sideral
programático y de liderazgo de una izquierda impotente, que no está dividida
por las ideas sino por los egos, enganchada a eslóganes compatibles con las
redes sociales y alejada de las preocupaciones de sus teórica base social. Hace
unos días, el diario Il Fatto
Quotidiano (próximo al M5S)
publicaba una encuesta en la que se reflejaba que el PD (Partido Democrático), de insulso
nombre, atraía más a los acomodados de la sociedad que a los más necesitados, justamente
lo contrario de Fratelli, cuya base trabajadora es mucho más numerosa. El
partido de Gramsci, de Togliatti e incluso de Berlinguer es hoy un espectro
irreconocible.
NOTAS
(1) “Pour la presse italienne,
le ‘triomphe’ de Giorgia Meloni est un tremblement de terre” (Resumen de prensa
italiana). COURRIER INTERNATIONAL,
26 de febrero.
(2) “La sfida di Meloni: transformarse da Lady Orban a Lady no-Spread”.
CLAUDIO CERASA. IL FOGLIO, 27 de
septiembre (reproducido en
COURRIER INTERNACIONAL).
(3) “Inchiesta su M.” LA REPPUBLICA, 14 de agosto; “L’irrésistible
ascension de Giorgi Meloni, la nouvella figure de la droite radicale
italienne”. LE MONDE, 23 de septiembre.
(4) “Giorgia
Meloni’s interview”. THE WASHINGTON POST, 13 de
septiembre.
(5) “Italia’s
election paradox. Why America and the UE should root for a far-right populist”.
ELETTRA ARDISINO y ERIK JONES. FOREIGN AFFAIRS, 21 de septiembre.
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