7 de febrero de 2024
Las dos guerras que consumen el
debate político y económico en Occidente están estancadas, si como tal se
entiende la falta de resolución satisfactoria.
En Ucrania, a punto de cumplirse
los dos años de guerra, aumenta el consenso sobre la imposibilidad de que las
Fuerzas Armadas del país consigan recuperar siquiera una parte del territorio
ocupado ahora por Rusia (1). Sólo una minoría de analistas y/o dirigentes
políticos occidentales, generalmente ex altos miembros de la OTAN o del
Pentágono, hacen coro al Presidente Zelensky y su retórica de victoria (2). El
liderazgo occidental no está preparado para admitir que no se han conseguido
los objetivos fijados al apostar decididamente por la causa ucraniana. Y mucho
menos para decirlo públicamente. Estamos en la fase de la preparación del
terreno, de la búsqueda de una narrativa alternativa que permita contemporizar
el fracaso, por ejemplo mediante un cambio de estrategia que privilegie la
defensa (3).
UCRANIA: EL TRABAJOSO CAMBIO DE
DISCURSO
En la discusión pública se
entremezclan factores diferentes que reflejan posiciones políticas pero no
alteran la situación militar. Se dice ahora, para explicar la frustración, que
la “ayuda” (en dinero y en armas) ha sido considerable, pero no suficiente, y
tardía en cualquiera de sus fases. Las resistencias políticas han sido siempre
fuertes o al menos capaces de dilatar las decisiones. El esperado cansancio de
las opiniones públicas y los efectos de la guerra económica contra Rusia se ha
instalado ya de forma irreversible en el ánimo de la clase política.
Tampoco ha ayudado las grietas en
la conducción ucraniana de la guerra. La unanimidad de los meses favorables no
ha resistido la prueba de los primeros fracasos, y en particular de la famosa
contraofensiva del verano pasado. Se han exagerado las debilidades rusas (caos
organizativo, incoherencia operativa, errores de bulto, falta de liderazgo
militar sólido, confusión en los objetivos estratégicos, etc). Se ha enrevesado
la propaganda con la realidad. Esta acumulación de problemas ha terminado por
crear un cisma entre el mando militar y el liderazgo político, y de forma
pública, además. La disputa entre Zelensky y el comandante militar Zaluzhny ha
sido el último episodio de una divergencia creciente (4). Si a eso sumamos las
sucesivas denuncias de corrupción y muy especialmente las referidas al mal uso
de la ayuda exterior, el panorama no favorece el mantenimiento de la confianza
occidental.
En este momento, no es de
extrañar que la nueva infusión de recursos externos no concite el entusiasmo
que podría haberse esperado en fases previas del conflicto. Europa ha aprobado
un nuevo paquete de ayuda, económica y militar, por un momento de unos 50 mill
millones de euros (desbloqueado al fin por Hungría, tras un largo pulso con las
instituciones comunitarias). La Casa Blanca sigue sin convencer a los
republicanos para que hagan lo propio, a pesar de que ha accedido a endurecer
la lucha contra la inmigración irregular en la frontera sur.
Es difícil anticipar qué impacto
real van a tener estos fondos suplementarios en la marcha de la guerra, pero son
muy pocos lo que esperan un giro radical de los acontecimientos. La mayoría de
los analistas recomienda el fortalecimiento de las defensas o de la capacidad
de disuasión de las fuerzas ucranianas, para mejorar las opciones de
negociación con Rusia. Pero cada vez se acepta más como inevitable que el
presidente ruso aguarda un triunfo de su “amigo” Trump en las elecciones de
noviembre antes de comprometerse en una vía negociada. Si el expresidente hotelero
cumple su promesa de “acabar con la guerra” en una breve conversación con
Putin, debe esperarse lo peor para los intereses ucranianos. A eso se añade una
evolución favorable del desempeño militar ruso y su capacidad de adaptación a
las circunstancias de la guerra (5).
PSICOSIS DE GUERRA
Y lo mismo debe decirse de
Europa, que habrá visto esfumarse una buena cantidad de recursos en una guerra
que se ha querido presentar como “una batalla por la democracia y la legalidad
internacional”, cuando en realidad se ha tratado de una mala lectura de los
temores rusos (justificados o no) y una pésima gestión de los planes de
ampliación de la Alianza Atlántica.
En año de elecciones y de
renovada amenaza de auge de la extrema derecha (fuerzas identitarias
nacional-populistas, menos hostiles al Kremlin que los partidos del consenso
liberal-centrista), en Europa se detecta
una “psicosis de guerra” (6), ante una más que probable reedición de la dupla
Trump-Putin. Vuelve a evocarse la posibilidad de que una América de nuevo bajo
la deriva trumpiana se salga de la Alianza u obligue a revisar algunos
de sus postulados básicos: de hecho, si no de derecho. Un grupo de expertos,
entre ellos una exministra española de Exteriores, ha hecho una serie de
recomendaciones ante un “abandono americano de Europa” (7).
Académicos y estrategas
recomiendan a los gobiernos que no sean tímidos en el incremento de los
presupuestos de defensa y en una capacidad militar propia, autónoma de la OTAN.
De forma paralela, se intensifican las alarmas sobre el riesgo de una nueva
“agresión rusa”, sobre todo en el Báltico, donde se concentra ahora el frente
más radicalmente anti-Moscú (8).
En esta elaboración del “gran
miedo” se introducen otros factores de inestabilidad, como el alejamiento del
Sur Global, que no ha comprado el discurso occidental sobre Ucrania. Después de
la “guerra de Gaza”, esta tendencia se ha reforzado y ampliado, no sólo en el
mundo árabe e islámico, sino también en África, América Latina y Asia, como ha
puesto de manifiesto el caso presentado por Suráfrica ante la Corte
Internacional de Justicia.
LAS PARADOJAS DE LA ANIQUILACIÓN
DE GAZA
Esta línea de argumentación nos
lleva al segundo conflicto “estancado”: el de Gaza. Que, en realidad, ya no es
sólo el de Gaza, sino, de nuevo, el del conflicto palestino en su conjunto.
Israel se ha enfangado en una operación militar indefendible, por mucho que sus
poderosos protectores internacionales se estén empleando a fondo en apaciguar
un estado de opinión cada vez más hostil. La destrucción de esa “cárcel a cielo
abierto” y el sufrimiento de las personas es lo único asegurado. La eliminación
total de Hamas, como se pretendía al menos oficialmente, no tanto. Y aunque, al
final, así fuera, continúa abierta, y sangrando en abundancia, la herida del
futuro de la Franja y, por extensión, de la “convivencia” israelo-palestina (9).
La administración Biden se
encuentra tan atascada como su protegido israelí. Su papel como mediador
neutral nunca ha sido aceptado más que por sus aliados más cercanos, como les
ocurrió a sus antecesores en Washington. Ahora, ni siquiera por ellos. El mundo
árabe, desgarrado y ninguneado, exige gestos convincentes, que pasan por
concesiones israelíes, ahora menos probables que hace cuatro meses. Peor aún:
la complicación tantas veces anunciada de la crisis de Gaza, ha metido a
Estados Unidos en un nueva operación militar en la región, sin salida clara (10).
A Biden le está pasando lo que a Obama: pese a sus intenciones, no se ve capaz
de librarse de la trituradora que supone la gestión convencional de los
problemas en la zona.
No obstante, sigue vigente la
tentación, entre israelíes, norteamericanos y algunos estados europeos de la
crisis actual tiene una salida militar. Que se podrá liberar a los rehenes, a
casi todos, y que con el aplastamiento de Hamas, poco a poco todo volverá a la
“tranquilidad”, a una suerte de “pax americana”, que, como es sabido,
constituye un pudrimiento sin solución verdadera.
Hay un discurso paralelo,
público, que insiste en la opción de los dos Estados, pese al rechazo
continuado y explícito del actual gobierno israelí. Ni siquiera debería darse
por hecho que, con otro ejecutivo (más moderado, más “centrado”), habría más
posibilidades de un acuerdo. Se especula con la caída de Netanyahu, bastante
improbable (11). Pero ni Benny Ganz, ni siquiera el liberal Yaïr Lapid, caso de
que pudieran reeditar algo similar a la exgobernante coalición Blanco y Azul,
podrían comprometerse con un pacto de contenido tan difuso. No sería suficiente
con recuperar el mecano de Oslo, hacer algunos ajustes y ponerle más pisos.
Ni siquiera se sabe que nivel de
aceptación podría encontrarse en el socio palestino. La Autoridad Nacional está
desacreditada desde hace tiempo, en parte por sus prácticas corruptas, pero
también por su servilismo hacia Israel. Y los sectores palestinos no islamistas
más activos no están por la labor de “blanquear” la barbaridad de Gaza con un
acuerdo de mínimos.
En todo caso, la crisis ha
producido una importante paradoja. Después
de repetir por activa y por pasiva que el “terrorismo” palestino nunca podría
llevar a una solución del “conflicto”, lo que estamos viendo es que lo que
precisamente ha llevado a rescatar las viejas fórmulas diplomáticas ha sido
precisamente la operación militar de Hamas del 7 de octubre, que para Israel,
Estados Unidos y gran parte de Europa es simplemente una “operación
terrorista”. Quienes sostienen que, con sus excesos y hechos condenables, se
trató de una acción militar de una fuerza de resistencia frente a un
poderosísimo ocupante, pueden sentir sus análisis validados.
NOTAS
(1)“Ukraine’s hopes for victory over Russia are
slipping away, ISHAAN THAROOR. WASHINGTON POST, 29 enero; “How Russia stopped Ukraine’s Momentum”. STEPHEN
BIDDLE. FOREIGN AFFAIRS, 29 enero.
(2)“Ukraine has a
path to Victory”. ROSE GOTTEMOELLER y MICHAEL RYAN. FOREIGN POLICY, 8
enero.
(3)“How Ukraine can
win through Defense”. EMMA ASHFORD y KELLY GRIECO. FOREIGN AFFAIRS, 10 de
enero; “Ukraine can win a war of attrition”. DAVID WHITE. WILSON CENTER, 25 enero. “How Ukraine can regain its edge”. ANDRYI
ZAGORODNYUK. FOREIGN AFFAIRS, 17 enero.
(4)“The feud between
Ukraine’s President and army chief boils over”. THE ECONOMIST, 30 enero.
(5) “Russia’s Adaptation Advantage”. MICK RYAN (militar australiano
retirado). FOREIGN AFFAIRS, 5 de
febrero.
(6)”Inquietud por la amenaza rusa”. BEATRIZ NAVARRO (corresponsal en Bruselas).
LA VANGUARDIA, 29 de enero.
(7)”Trump-proofing Europe. How the Continent can prepare for American
abandonment”. ARANTXA GONZÁLEZ-LAYA et als. FOREIGN AFFAIRS, 2 de
febrero.
(8) “Why are European
defence leader talking about war”. DANIEL SABBAGH. THE GUARDIAN, 26
enero.
(9) “Why an end to
the war in Gaza is still far off” AARON DAVID MILLER (Carnegie). FOREIGN POLICY, 24 de enero.
(10) “The
ever-expanding Middle East war”. THE ECONOMIST, 24 de enero.
(11) “Is Netanyahu
cornered?”. DAVID AARON MILLER. FOREIGN POLICY, 6 de febrero.
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