14 de febrero de 2024
La edad de los políticos
vuelve a aparecer en el centro del debate político norteamericano. Es un asunto
recurrente, que no presenta solución a corto plazo. Un informe de un fiscal
especial sobre posibles irregularidades cometidas por el Biden al manejar de
forma inapropiada material clasificado y compartirlo con un ayudante que le
escribía sus memorias se ha convertido en un ‘boomerang’ para el Presidente en
ejercicio en sus aspiraciones de ganar un segundo mandato de los electores. Las
conclusiones del fiscal son exculpatorias en el fondo de la cuestión. Pero al
señalar como atenuante la “pobre memoria” de Biden, debilitó su posición
política (1).
El intento desesperado del Presidente
por demostrar que su memoria es buena y que está capacitado para la función que
desempeña resultó un desastre. Más que disipar dudas -que era imposible- lo que
ocurrió fue justo lo contrario: contribuyó a considerar que, después de todo,
el fiscal Hur fue bastante suave en sus apreciaciones (2).
Algunos republicanos
solicitaron que se abriera el debate de la inhabilitación. Los demócratas
incidieron en su doble lenguaje habitual cada vez que la edad de Biden (81
años) se pone bajo los focos: apoyo público e inquietud privada. ¿Podría
concluir un segundo mandato?
Comentaristas liberales se
apresuraron a señalar que tampoco Trump anda sobrado de juventud: apenas tiene
cuatro años menos que su contrincante (3). Y en cuanto a capacidad cognitiva...
pues qué decir. Su problema quizás no sea la memoria, pero sí, desde luego, su
claridad de juicio. Partidarios del presidente y algunos supuestos neutrales
replican que una cosa es expresar opiniones poco consistentes con la cultura
política dominante, como hace frecuentemente Trump, y otra la integridad de su
discernimiento. Esta defensa es porosa. Trump no sólo es un “disidente” del
“mainstream” político norteamericano. En su intento por presentarse como el
“solucionador en jefe” o el “desatascador” de las disfunciones del sistema, suele
ignorar las obligaciones legales nacionales o internacionales.
Su más reciente despropósito
ha generado una nueva tormenta entre sus aliados europeos, algo también
recurrente. Al decir en un mitin electoral que “sugeriría que Putin que hiciera
lo que demonios quisiera con aquellos aliados que no paguen lo que les corresponde
por su defensa”, habría cruzado una línea roja: la vulneración del artículo 5
del Tratado del Atlántico Norte, que obliga a cualquier Estado miembro a
responder si uno de ellos es atacado. Algunos notables republicanos como el
Senador Marco Rubio, salió en su defensa, relativa, al señalar que Trump no
habla como un político al uso. Otros indicaron que no es lo mismo patinar por
rompedor que perder los papeles por fragilidad biológica. Los patinazos de
Trump son autoprovocados; los de Biden son involuntarios.
GERONTOCRACIA NORTEAMERICANA
El trasfondo de este debate,
que la cercanía electoral agita y emborrona, es mucho más complejo. La política
norteamericana es, desde hace tiempo, una gerontocracia en su cúspide. Es menos
conocido aquí el caso de los legisladores que dominan (o dominaban) con mano
firme el Congreso. La anterior Presidenta de la Cámara de Representante, la
demócrata Nancy Pelosi, pasó ampliamente los ochenta antes de retirarse, un
poco voluntariamente, un poco empujada por la última derrota de su partido. El
líder de la minoría republicana en el Senado, Mitch McConnell también es
octogenario y, recientemente y por dos ocasiones, se ha quedado súbitamente
paralizado mientras comparecía en público, ante la alarma de los presentes. Su colega
demócrata, Chuck Schumer, es sólo algo más joven (73 años), pero lleva mucho
tiempo desempeñando el liderazgo de su grupo y está muy afianzado en su escaño
senatorial por Nueva York. Coincidencia infeliz, el Secretario de Defensa,
Lloyd Austin, protagonizó hace poco un notable revuelo en Washington al saberse
que ocultó las razones médicas de una ausencia pública: luego tuvo que aclarar
que padece un cáncer de vejiga, que finalmente le ha obligado a ser
hospitalizado.
La edad , y justamente los
agujeros de memoria, ya fueron motivo de discusión pública durante el mandato
de Ronald Reagan, que confundía nombres de países e identidades de dirigentes
con cierta frecuencia. En su caso, nunca quedó claro si se trataba de una forma
de senilidad o de puro desconocimiento del mundo. O de ambas cosas.
Los patinazos de Biden y el
Informe Hur llegan en un momento no sólo sensible de calendario electoral, sino
también de graves crisis bélicas internacionales. No es fácil discernir si a
los demócratas más activos les preocupa más la “poor memory” de Biden o su
capacidad de juicio en particular en lo que está ocurriendo en Gaza. A medida
que las barbaridades del ejército israelí se hacen cada vez más insoportable,
su inicial posición de apoyo incondicional se ha ido matizando, pero sin
cuestionar lo fundamental. En esto se ve arropado por sus colaboradores más
cercanos que, como hacían los de Trump para mitigar sus entuertos, tratan de
poner en contexto sus pronunciamientos.
Pero hay comportamientos en
Biden que no pueden imputarse en modo alguno a la edad o a su consecuente
frágil memoria. Y en particular, en el conflicto entre Israel y Palestina. Es
bien sabida su larga trayectoria de apoyo y justificación de las acciones del
estado sionista. Pero estos días, el director del Centro Árabe de Washington,
Yussef Munayyer, ha recordado un episodio que resulta muy significativo para
entender lo que cabe esperar de Biden ante la tragedia de Gaza. Cuenta este
intelectual palestino que, con motivo de un viaje del entonces primer ministro
israelí, Menahem Begin a EE.UU en 1982, los senadores norteamericanos le
afearon la crudeza de los bombardeos contra las posiciones palestinas en
Beirut, tras la invasión del Líbano. Incluso el Presidente Reagan, poco
sospechoso de ser crítico con Israel, había dicho previamente que esas acciones
estaban provocando un “holocausto” y debían concluir. Entre todas esas
manifestaciones de suave incomodidad, se alzó la voz del joven senador
demócrata Joseph Biden, respaldando los bombardeos “aunque provocaran la muerte
de mujeres y niños” ( ).
LA ANCIANIDAD DEL SISTEMA
En realidad, el problema es
mucho más grave que la idoneidad del Presidente para aspirar a mantenerse en el
cargo, por razones de salud. Lo que es realmente preocupante es la incapacidad
del sistema político norteamericano para regenerarse. O, para ser preciso, de
renovarse en los puestos de la cúspide. Cuando surgió la figura de Obama, a
mitad de la primera década de siglo, los comentaristas más conservadores (en
ambos partidos) trataron de atajarlo con referencias al peligro de su inexperiencia,
sobre todo en el terreno internacional. No les faltaba razón: Obama pasó al
Senado desde un único mandato en el legislativo de Illinois y a la Casa Blanca
tras un solo periodo legislativo en la Cámara Alta. Pero lo que realmente
inquietaba era que Obama contravenía los rígidos mecanismos de escalada
política.
Desde entonces, la base de
las élites políticos se han rejuvenecido un tanto. En el GOP (Great Old
Party), los revitalizadores han sido políticos ultraconservadores,
primero bajo la estela del movimiento Tea Party (en los años 10) y ahora
impulsado por la corriente Trump, en la que se confunden
tradicionalistas, rompedores y simples oportunistas, pero sin un liderazgo
visible que no sea el del anterior Presidente. Los jóvenes legisladores
demócratas, por el contrario, han girado a la izquierda, provocando una
pluralidad de posiciones políticas, como la crisis de Gaza está poniendo de
manifiesto. Pero ni los pesos pesados convencionales ni esta tendencia más dinámica
han sido capaces de proponer candidatos alternativos con solvencia (5). En
parte por respeto reverencial al anciano líder; en parte, por los obstáculos de
la maquinaria partidaria.
Una última reflexión: la rejuvenización
no siempre es garantía de renovación. En EE.UU se está viendo con los comportamientos erráticos y dinamitadores de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes o en los
legislativos de muchos Estados conservadores, con asaltos permanentes al
derecho de voto y de las minorías. Más que la edad de los principales líderes,
el problema más grave reside en la obsolescencia del sistema.
NOTAS
(1) “4 takeaways form the
report on Biden’s handling of classified material”. SHANE HARRIS & JOSH
DAWSEY. THE WASHINGTON POST, 8 de febrero;
(2) “Special counsel’s
report puts Biden’s age and memory in the spotlight”. MICHAEL SHEAR. NEW
YORK TIMES, 8 de febrero.
(3) “Why the Age issue is
hurting Biden more so much more than Trump”. REBECCA DAVIS O’BRIEN. NEW
YORK TIMES, 10 de febrero.
(4) “Is Joe Biden uniquely
indifferent to Palestinian suffering?”. YOUSEF MUNAYYER. THE
NEW REPUBLIC, 8 de febrero.
(5) “Joe Biden’s chances do
nor look good. The Democrats have no plan B. THE ECONOMIST, 4 de enero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario