21 de febrero de 2024
En estos dos primeros meses
del año se han celebrado elecciones generales (presidenciales y/o legislativas)
en tres países del Indo-Pacífico, la zona hacia la que se desplaza el centro de
gravedad del equilibrio mundial, según los expertos: Bangladesh, Pakistán e
Indonesia. Juntos suman cerca de 700 millones de habitantes, casi un 9% de la
población mundial, y reúnen el mayor número de musulmanes del mundo.
El sesgo autoritario allí es
tan grande que las citas electores son simples ceremonias de legitimación del
poder, más hacia fuera que hacia dentro del país. Igual ocurre en Filipinas,
Malasia, Tailandia, etc. Democracias dinásticas, tuteladas o ambas a la vez.
Falsas democracias.
BANGLADESH: ¿UN
PARTIDO-ESTADO?
En Bangladesh, la Liga Awani
ganó en enero tres de cada cuatro escaños del Parlamento, un porcentaje
ligeramente inferior al obtenido en las elecciones de 2018, pero sin que ello supusiera
merma alguna de su abrumador poder. La primera ministra del país es la jeque
Hasina Wajed, hija del padre de la independencia, el jeque Mujibur Rahmanº (1).
La abstención, cifrada en un
60%, explica mejor el resultado electoral. Los principales partidos de la
oposición boicotearon las elecciones en protesta por la falta de transparencia
del proceso y, sobre todo, por los atentados a las libertades básicas. Algunos
de los dirigentes opositores purgan penas de cárcel por motivos
injustificables. Las denuncias por detenciones sin juicio y ejecuciones
extrajudiciales son frecuentes (2).
Hasina dice mantener la
línea progresista de su padre, pero la evolución de su régimen indica lo
contrario. La Liga Awami ha mantenido una alternancia de poder con los
nacionalistas conservadores. Pero últimamente sus enemigo más temidos han sido
los radicales islamistas. En ese combate, Hasina ha contado con el apoyo de la
India. El actual gobierno de Narendra Modi era más afín a los nacionalistas,
pero el pragmatismo ha impuesto una colaboración estrecha. Las derivas
autoritarias en ambos países han favorecido esta convergencia.
PAKISTÁN: UNA DICTADURA
ENCUBIERTA .
En Pakistán, las elecciones
han sido aún más polémicas y tormentosas. El Ejército es el auténtico -por no
decir único- agente político efectivo (3). Los partidos ejercen el poder desde
que los militares se lo cedieron formalmente en 1998. Sólo nominalmente. El
dominio castrense sobre las instituciones del Estado sigue inalterado. El golpe
de Estado reactivo ha sido por reemplazado por actuaciones preventivas que
determinan o condicionan fuertemente el resultado electoral. Se desacredita a quienes
se salen o amenazan con salirse del guion militar.
Ha vuelto a pasar este año.
El Movimiento populista de Isham Khan (un excampeón de cricket, el deporte
nacional) era hasta hace sólo dos años el partido de gobierno, tras haber
ganado las elecciones de 2018. Pero fue acusado esquinadamente de una serie de
delitos, condenado y encarcelado en 2022. Irónicamente, Khan había sido el
candidato preferido de los militares, sin cuyo favor difícilmente hubiera
conseguido alzarse con la victoria. Creyó que con su popularidad podría orillar
a sus antiguos protectores. Craso error. Los militares movieron los hilos de la
justicia y el partido de Khan fue impedido de concurrir a las urnas (4).
El jugador de cricket no se
rindió. Desde la cárcel denunció el tutelaje militar (que antes había aceptado
de mejor o peor gusto) y promovió candidaturas afines a su partido con la
etiqueta de “independientes”. El desafío ha sido exitoso pero insuficiente. Los
“independientes” lograron un centenar de escaños, que no bastaban para formar
una mayoría de gobierno (5). Los dos partidos que se han ido alternando en el
poder en las últimas décadas, la Liga Musulmana (comandada por los Hermanos
Sharif, conservadores) y el Partido Popular (estructura política de la familia
Bhutto, de un confuso y discutible centro izquierda) se apresuraron a ponerse
de acuerdo para formar una coalición de gobierno. Entre ambos suman más de 130
diputados (6).
El cinismo de la política
pakistaní es más que notable. Los dos partidos que ahora unen sus fuerzas han
sido enemigos cerrados con un destino compartido: ambos han sido maltratados
por los militares, que han encarcelado y obligado a exilarse a sus dirigentes
en varias ocasiones. De hecho, el fundador de la dinastía Bhutto (Zulfikar Alí)
fue derrocado tras un golpe militar en 1971, acusado y condenado en 1974 por el
supuesto asesinato de un oponente político y finalmente ejecutado en 1979. Su
hija Benazir fue dos veces primera ministra, depuesta, exilada y asesinada por
un supuesto extremista islámico en 2007, cuando regresaba a su país. Los Sharif
potentados empresarios, han tenido un destino menos trágico, pero han vivido entre
el favor y la desgracia. La corrupción ha sido el sustento jurídico de sus
caídas, con no poco fundamento. Pero ha sido usada como arma arrojadiza cuando
convenía a los cuarteles.
Nawaz Sharif ha preferido
apartarse ahora de la primera línea y reponer como primer ministro a su hermano
Shehbaz, que ocupaba el cargo tras la caída de Khan. El jefe del clan se marchó
al exilio en Arabia Saudí y sólo cuando negoció satisfactoriamente la anulación
de las penas regresó a Pakistán para controlar el proceso político tras la
parcial liquidación de Imran Khan. El pacto poselectoral también tiene premio
para la familia Bhutto. Aunque el líder formal del PPP es Bilawal, hijo de
Benazir, quien realmente mueve los hilos es su padre viudo, Asif Ali Zardari,
que también ha purgado penas por corrupción, de la que hay pocas dudas. Zardari
será el nuevo Presidente, un cargo más ceremonial, pero no exento de poder para
mantener sus privilegios.
El panorama que se le
presenta a las dos dinastías ahora coaligadas es aterrador. Antes de 2026,
Pakistán tendrá que pagar 78 mil millones de dólares, como servicio de la deuda
externa, una de las más altas del mundo. Eso supone casi una cuarta parte de su
PIB (340 mil millones). Las negociaciones con el FMI son a cara de perro, pero
el margen de maniobra es casi nulo (7). El deterioro económico ha sido
imparable en las últimas décadas. A comienzos de siglo la economía pakistaní
era cinco veces menor que la su rival, la India; hoy es una décima parte (8). Ni
los militares ni las élites políticas han sido capaces de reconducir las crisis
sucesivas. Pakistán es un barco a la deriva, en permanente estado de guerra con
la India. Ambos enemigos cuentan con arsenales nucleares, lo que añade un
factor enorme de peligrosidad a sus recurrentes disputas.
Pakistán ha sido actor
principal en la prolongada guerra de Afganistán, como aliado y rival de Estados
Unidos, sucesiva o alternativamente. En Washington nunca sabían si los
militares pakistaníes les ayudaban o les boicoteaban. Bin Laden fue liquidado
por un comando americano cuando se escondía en Abbottabad, una ciudad en la que
viven muchos oficiales, pero la poderosa inteligencia militar siempre negó
conocer su paradero. Tras la retirada de Afganistán, las relaciones entre
Pakistán y Estados Unidos han perdido peso. En Washington es prioritaria ahora
la ‘carta india’. Pero los tradicionales lazos económicos y militares entre
Pakistán y China obliga a los norteamericanos a no descuidar a ese socio tan
escurridizo como caótico.
INDONESIA: DUPLA DE ANTIGUOS
RIVALES
En Indonesia, las cosas no
pintan mejor. En las elecciones presidenciales, el vencedor ha sido Prabowo
Subianto un militar autoritario que jugó un papel represivo destacado durante
la dictadura militar de su suegro, el General Suharto, que dirigió el país en
el último tercio del pasado siglo, entre atroces violaciones de los derechos
humanos (9).
Si los pactos en Pakistán
carecen de cualquier ética política, en Indonesia ocurre tres cuartos de lo
mismo. O peor. Hace cinco años, el
actual Presidente, Joko Widowo (conocido como Jokowi), abandono el
pálido progresismo del Partido de la Lucha democrática, fundado por
Megawati, la hija de Sukarno, y se apuntó a la corriente populista en boga. Con
este giro táctico consiguió derrotar a los nacionalistas conservadores de
GERINDRA (Movimiento de la Gran Indonesia), que habían acudido a Prabowo como
figura de ‘hombre fuerte’ para alzarse con el poder. Widowo, se consolidó en el
poder con una política populista de grandes proyectos de infraestructuras, financiados
en parte por China, mano dura contra el crimen y el islamismo radical y una ambiguo
equilibrio en las relaciones con Washington y Pekín
Cuando se sintió fuerte, Widowo
integró a Prabowo en su gobierno nada menos que como Ministro de Defensa.
Sukarno se habría removido en su tumba.
Ahí no quedó la cosa. Jokowi quiso formar su propia dinastía,
pero su hijo Gibran era aún demasiado joven para heredar su puesto. Incluso
tuvo que retorcer la ley (con la complicidad de un juez cuñado suyo) para que
fuera candidato... pero no de su partido, del que se apartó definitivamente,
sino como segundo de Prabowo (10).
El éxito estaba garantizado.
La dupla de antiguos rivales ha ganado con amplitud las presidenciales. Pero en
las legislativas el resultado ha sido más discutido. Según los datos
provisionales, el exgeneral no contará, con un Parlamento alineado. En todo
caso, en un país tan corrompido e institucionalmente frágil, la cohabitación
podría ser más fluida de lo esperable (11). El director del programa Asia-Pacífico
en la reputada Chathan House londinense anticipa cambios, pero confía en
que el pragmatismo de Prabowo limitará sus instintos autoritarios (12).
Este wishful thinking
de los analistas occidentales cuando evalúan los regímenes autoritarios con
disfraz democrático es muy recurrente y responde a la lógica persistente desde
la guerra fría. Al cabo, lo que determina su bendición no es la calidad
democrática de los sistemas políticos sino su disposición para defender o
actuar conforme a los intereses occidentales. Y en estos tiempos de hoy, estar
en el “lado bueno” de la historia equivale, fundamentalmente, a tomar partido
por Occidente en la disputa estratégica con China.
NOTAS
(1) https://www.cidob.org/biografias_lideres_politicos/asia/bangladesh/hasina_wajed
(2) “Bangladesh is
now in effect a one-party state”. THE ECONOMIST, 8 de enero.
(3) “The Military is
still pulling the strings in Pakistan’s election”. MUNEEB YOUSUF & MOHAMAD
USMAN BHATTI. FOREIGN POLICY, 5 de febrero.
(4) “Pakistan’s real
test begin after elections”. AL JAZEERA, 8 de febrero.
(5) “The rise and
fall, and rise again of Imran Khan”. THE NEW YORK TIMES, 11 de febrero.
(6) “Imran Khan’s
opponents reach deal to shut his allies out of government”. THE NEW YORK
TIMES, 14 de febrero.
(7) “Pakistan can’t
stop the cycle of discontent”. HUSAIN HAQQANI. FOREIGN AFFAIRS, 16 de
febrero.
(8) “Pakistan is out
of friends and out of money”. THE ECONOMIST, 14 de febrero.
(9) “Indonesia’s
election winner has a dark past and a cute image”. JOSEPH RACHMAN. FOREIGN
POLICY, 14 de febrero.
(10 ) “Indonesia’s
election reveals its democratic challenges”. THOMAS PEPINSKY. BROOKINGS,
12 de enero.
(11 ) “La démocratie indonésienne résistera-t-elle à la
presidence de Prabowo Subianto?” COURRIER INTERNATIONAL, 16 de febrero; “The world’s third-biggest democracy could be sliding
backwards”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 14 de febrero.
(12) https://www.chathamhouse.org/2024/02/continuity-prabowo-means-change-indonesia
;
“Indonesia’s democracy is stronger that
a strongman”. BEN BLAND. FOREIGN
AFFAIRS, 13 de febrero.
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