17 de mayo de 2024
Hace esta afirmación el Director de Rusia de la Fundación Carnegie, Alexander Gabuev, uno de los politólogos rusos contrarios frontalmente al régimen que viven ya fuera del país (éste, en Berlín). La expresión no es metafórica. Según el autor, numerosos miembros de las élites conectadas de alguna u otra manera con el Kremlin apuntan a sus hijos a las escuelas de mandarín, convencidos de que el futuro de Rusia pasará por China.
Gabuev, como otros colegas
opositores, cree que las relaciones ruso-chinas no se limitan a la afinidad que
demuestran en público Putin y Xi Jinping, ni tienen un carácter coyuntural,
como sostienen algunos analistas occidentales escépticos sobre la solidez de
esa dupla. Por el contrario, sostiene Gabuev, la dependencia rusa del vecino
asiático permeabiliza no sólo todos los aparatos del Estados, sino también al
conjunto de la sociedad y en especial el ámbito académico y científico (1).
Otra analista rusa
expatriada, Tatiana Stanovaya, afirmaba recientemente que las élites rusas
habían dejado hace tiempo de especular con una alternativa a Putin y que una
mayoría de la sociedad rusa o estaba convencida de o se había resignado a la
continuidad del régimen. (2).
En el proyecto político de
Putin resulta esencial la fortaleza de las relaciones con Pekín. Esta semana se
ha vuelto a escenificar esa alianza, aunque ambas partes se resistan a
calificarla técnicamente como tal. En más de cuarenta encuentros Putin y Xi Jinping han transmitido
entendimiento y calidez. Incluso en el ámbito personal. Ese clima tan favorable
se ha codificado en una expresión reiterada una y otra vez: “una amistad sin
límites”.
Aunque hay todavía en
Washington quien desconfía de estos alardes y piensa que se trata de una
relación simplemente “utilitaria”, lo cierto es que los datos son muy
elocuentes. El comercio bilateral batió en 2023 todos los récords, al alcanzar
la cifra de 240 mil millones de dólares. Para los que aún dudan de que Rusia y
China están más cerca que nunca desde la invasión de Ucrania, valga decir que
en este tiempo de guerra el incremento de los intercambios comerciales
bilaterales ha sido del 64%. Puede argumentarse que partían de un nivel
modesto, pero hay otro dato que debería disuadir a los más escépticos y que el
propio Gabuev cita en su análisis: antes de 2022 el comercio de Rusia con
Europa era el doble que el mantenía con China; hoy se ha reducido a la mitad.
Las sanciones explican esta
inversión sensacional de la orientación económica de Rusia. La energía rusa que
hacía funcionar las fábricas y calentaba los hogares europeos se ha redirigido
a Asia. El principal suministrador de petróleo de China ya no es Arabia, sino
Rusia. Desde 2022, este suministro se ha incrementado en un 24%. Seguirá
creciendo también la compra china de gas natural y gas petrolero licuado rusos,
con la puesta en funcionamiento en unos pocos años de un nuevo gasoducto
siberiano.
La dimensión de la factura
energética china es tan grande que el balance comercial se escora a favor del
lado ruso. Moscú exportó a China por valor de 129 mil millones de dólares en
2023, mientras que lo que importó de su socio asiático “sólo” alcanzó 111 mil
millones. El envés de estos números gruesos refleja mejor la naturaleza del
comercio bilateral. China vende a Rusia bienes de equipo, electrónica y
productos industriales de gran valor añadido. En la relación se dibuja el
habitual desequilibrio que caracteriza a los intercambios entre el mundo más
avanzado y los países en desarrollo: productos
industriales a cambio de materias primas. De ahí que muchos analistas
consideran que las necesidades bélicas de Putin estén convirtiendo a Rusia en
“vasallo” de China (3).
Es una explicación quizás
exagerada, aunque no exenta de lógica. La guerra es, sin duda alguna, el factor
que ha dinamizado esta “amistad sin límites”. Es un hecho incontrovertible que
China ha ayudado a Rusia a compensar el efecto negativo de las sanciones sobre
su industria de guerra y, en general, sobre su economía en general. Muchos de
esos productos electrónicos e industriales chinos tienen carácter de “doble
uso” (civil y militar) y han escapado al filtro sancionador de Occidente (4).
LA GUERRA DE UCRANIA
Estados Unidos y Europa
están disgustados con China y le han reclamado de forma continua que no ayude a
que triunfe la agresión rusa contra Ucrania. En vano. Macron se lo pidió hace
unos días a Xi Jinping en París y Biden y sus colaboradores han hecho lo propio
en los tibios contactos bilaterales de los últimos meses. Pekín responde con
una fórmula ya rutinaria: China no participa en la guerra de Ucrania y no
permite que se le dicte su política exterior. Tan cierto es que China de una u
otra manera es parte indirecta pero notable de la guerra, como lo es que
también lo es Occidente, aunque unos y otros lo nieguen.
La presión se hará más
fuerte a medida que los avances militares rusos continúen. Ucrania atraviesa
por el periodo más delicado de la guerra, a decir de todos los analistas y de
los propios mensajes de alarma de Kiev. La ofensiva rusa sobre la zona de
Járkov, segunda ciudad del país a sólo unos kilómetros de la frontera, ha
encendido todas las luces rojas. Los analistas militares creen que Moscú no
pretende asaltar la ciudad, sino ampliar el frente, obligar a Kiev a estirar
sus líneas defensivas y así debilitar sus posiciones en el Donbas, donde las
fuerzas rusas aspiran a ampliar su conquista de territorio. Al reforzamiento de
esta estrategia estarían dirigidas también sus incursiones en la zona sur, en
torno a la ciudad de Zaporiyia (5).
El encuentro de esta semana
en Pekín ha servido para reafirmar esa “relación sin límites” y confirmar el
crecimiento de la cooperación bilateral en numerosos ámbitos económicos,
científicos, sociales y políticos. Pero el comunicado final de la cumbre ha eludido
referencias concretas sobre la guerra. Es un silencio que poco o nada dice. Moscú
y Pekín no se pronuncian, por principio, sobre las condiciones específicas de
sus conflictos exteriores. Se limitan a reiterar el principio de la no
injerencia.
UN PARTENARIADO ESTRATÉGICO
No obstante, en la cumbre ha
estado presente el nuevo ministro ruso de Defensa, Belousov, un economista
colaborador de Putin desde hace más de una década. Su nombramiento refleja la
preocupación del Kremlin por acabar con la mala gestión del conflicto,
maximizar las potencialidades de la maquinaria bélica y asegurar la llegada de
suministros externos que permitan seguir reforzando la posición de Rusia en la
guerra. En este empeño no sólo juega un papel esencial China. Otros países que
Washington tiene hace tiempo en su lista negra (o “eje del mal”), como Irán y
Corea del Norte son también socios importantes; pero también otros estados del
Sur global que no aceptan la visión norteamericana del mundo.
Más allá de la guerra y de
la posición ambivalente o comedida de China, por las razones ya señaladas, esta
cumbre de Pekín ha consolidado una dirección cada vez más evidente. En el
comunicado conjunto se hace expresa la voluntad común de oponerse al intento
norteamericano de imponer la “contención dual” de Rusia y China.
Que ambos estados (con una
superficie total de más de 25 millones de kilómetros cuadrados y más 1.500
millones de personas, una quinta parte de la población mundial) afirmen su
intención de crear un “orden mundial multipolar y más democrático” constituye
una base declarativa de una alianza estratégica, aunque no venga acompaña de
compromisos defensivos mutuos, como los de la OTAN, por ejemplo.
NOTAS
(1) “The West doesn’t
understand how much Russia has changed”. ALEXANDER GABUEV. THE NEW YORK
TIMES, 15 de mayo; “Putin and Xi’s Unholy alliance”. ALEXANDER GABUEV. FOREIGN
AFFAIRS, 9 de abril.
(2) “Putin’s six year
Manifesto sets sights beyond Ukraine”. TATIANA STANOVAYA. CARNEGIE,
1 de marzo.
(3) “The Xi-Putin partnership is not a marriage of convenience”.
THE ECONOMIST, 14 de mayo.
(4) “How is China
supporting Russia, after it was sanctioned by Ukraine war”. BBC, 16 de mayo.
(5) “How Russia has
advanced in Kharkiv despite warning attacks was coming”, DAN SABBAGH. THE
GUARDIAN, 16 de mayo.
(6) “Putin, Xi deepen
‘strategic partnership’ in Beijing”. FOREIGN POLICY, 17 de mayo.
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