25de marzo de 210
Los dos se encontrarán la semana que viene, en la cumbre transatlántica que tradicionalmente mayor interés político y mediático global suele despertar. Las habituales fricciones entre París y Washington –elevadas al rango categórico en las relaciones internacionales desde la época gaullista- parecen ahora mitigadas, después de que se superaran los peores momentos de la invasión de Irak.
Obama y Sarkozy representan dos perfiles muy distintos y dos proyectos políticos de pronunciado contraste. A cualquier analista le resultaría muy fácil oponer sus diferencias.Y, sin embargo, existen ciertas semejanzas subyacentes en las trayectorias, estilos y desafíos de cada uno de ellos.
En el pulso del momento, las diferencias prevalecen. El presidente norteamericano, viene de saborear una victoria que ha sabido mejor si cabe por lo incierto y arriesgado que llegó a presentarse. Su colega francés arrastra la primera derrota indiscutible desde que llegó triunfal al Eliseo. Se trata de una mera circunstancia de la caprichosa rueda de la fortuna política. Lo que nos parece más interesante es reflexionar sobre los destinos políticos que les ha tocado liderar y gestionar. Y aquí detectamos diferencias abismales, por supuesto, pero tambien curiosas coincidencias.
Ambos son políticos contradictorios, productos –y victimas potenciales, también- de la nunca resuelta tensión entre imagen y sustancia, que caracteriza estos tiempos de mercantilización de la política. Obama quiere “cambiar el rumbo”de su país, como pregonó en su ultramediática campaña, pero subvirtiendo las raíces de la familia política a la que pertenece, el Partido Demócrata, en permanente crisis de identidad. Sarkozy debe gran parte de su liderazgo a la ambición de trastocar la cultura política y el contrato social sobre el que se han establecido la cuarta y la quinta repúblicas. Ambos, aunque cada uno en su estilo, han presumido de esa voluntad transformadora que, probablemente, en los dos casos, se sitúe muy por encima de sus posibilidades reales. Los dos son partidarios de jugar a romper moldes, más que a romperlos en realidad. Pero los dos son conscientes de que los políticos, -los grandes o muy grandes, incluso- más que impulsar la historia, la mayoría de las veces son arrastrados por ella.
A Obama le ha tocado la responsabilidad de liderar la reforma de la atención sanitaria, aunque no era ése el principal proyecto de su campaña, ni siquiera fuera su planteamiento el más atrevido de su programa como candidato. Otros correligionarios demócratas eran más ambiciosos. Pero había una necesidad objetiva de hacerlo. El táctico Obama consideró seriamente aparcar el envite. Pero ya fuera por propia convicción o por oportuno consejo de su círculo más cercano, lo cierto es que asumió todos los riesgos de la batalla final. Al ganarla, probablemente ha marcado el destino de su mandato. Pero veremos… En los análisis políticos hay una exagerada tendencia a magnificar los acontecimientos inmediatos.
Lo que Obama ha hecho es proponer un giro en la trayectoria de América. La última vez que un presidente cambió de rumbo fue Ronald Reagan en los ochenta. El propio Obama recreaba este hecho, con una admiración que disgustó a los progresistas. La “revolución conservadora” agudizó las desigualdades sociales hasta niveles no conocidos en un siglo. En un interesante artículo en THE NEW YORK TIMES, uno de sus gurús económicos, David Leonhart, analiza la reforma sanitaria precisamente en esta clave: como corrección –parcial, incompleta- del proceso de desigualación social del proyecto neoliberal en América. Aconsejamos completar su lectura con el artículo del corresponsal político del semanario progresista THE NATION. Después de felicitarse por la aprobación de la ley en la Cámara Baja, John Nichols insta a “reformar la reforma”, precisamente por sus “insuficiencias y por su limitado alcance a la hora de afrontar el principal problema de la salud en su país: el dominio abusivo que ejerce sobre ella una industria aseguradora voraz y tramposa.
Nicolas Sarkozy también ha pretendido cambiar el rumbo de Francia, rompiendo en primer lugar con algunos tabúes de su familia política, el gaullismo. Ya casi nadie con relevancia política se reclama de ese marchamo nacionalista gastado por el uso y por el abuso.El orgullo del gaullismo se ha disuelto en el magma de sus contradicciones y su retórica grandilocuente. Sarkozy expresó mejor que nadie la necesidad de enterrarlo. Como quiso superar también el discurso antinorteamericano de salón. Construir una derecha moderna, defensora de los interesentes de siempre, pero con los mensajes oportunistas del centrismo. La fórmula parecía rentable, hasta que la pavorosa crisis financiera, primero, y económica, a continuación, hizo aflorar la verdadera crisis de Francia: la crisis social.
La elevada abstención registrada en las elecciones regionales habilita al principal editorialista de LE MONDE, Eric Fottorino, a pergeñar este diagnóstico: “Una Francia al borde de la crisis de nervios, incapaz de proyectarse en un porvenir común… sin encontrar en el Estado o en la política un recurso adaptado a sus males”. La lista de esos males está encabezada por un desempleo de larga duración y la recurrente crisis del “modelo social”. Cabría preguntarse si lo que está en crisis, no sólo en Francia, sino en gran parte de Europa, es ese modelo social de protección y promoción de derechos sociales o precisamente lo contrario: la falta de voluntad política para defenderlo, reformarlo y reforzarlo. O , como denuncian los progresistas norteamericanos, las amenazas no surgen de invertir en desarrollo social, sino de tener miedo a hacerlo.
En LIBERATION, el afamado analista Alain Duhamel hace recaer la responsabilidad del batacazo electoral del centro-derecha francés sobre el “hiperpresidente”. Considera que Sarkozy tiene dos posiblidades: “renunciar a varias reformas” o, “admitiendo y corrigiendo errores”, asumir los riesgos de continuar adelante. Le desaconseja lo primero, que Duhamel tilda de “derrotismo después de bonapartismo”, y le emplaza a lo segundo, con este programa: reforma ambiciosa de pensiones, actuación vigorosa contra los nichos fiscales y, con dimensión internacional, liderar la regulación de los mercados financieros.
La izquierda francesa ha recuperado oxígeno después de una asfixia que amenazaba ya con colapsar su cerebro político. Las encuestas de temperatura indican que la mayoría de los franceses quiere un cambio en el Eliseo en 2012. Lo que significaría un fracaso estrepitoso del proyecto sarkoziano de reforma. También en Estados Unidos, ciertos sondeos predicen que los republicanos tienen serias posibilidades de recuperar la mayoría legislativa en noviembre. Tanto Obama como Sarkozy van a gobernar en los próximos meses bajo la presión electoral. Una prueba interesante para comprobar sus respectivas voluntades “reformistas” y para calibrar el alcance de sus destinos políticos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario