22 de marzo de 2010
Obama ha conseguido el primer gran éxito de su presidencia. Catorce meses de vacilaciones propias, de campañas insidiosas o groseras, de un debate en muchos momentos venenoso y terrible, la reforma de la sanidad ha salido adelante. Hay que confiar en que termine convirtiendose no en un triunfo suyo, sino de todo su país.
La Cámara de Representantes votó a favor de la versión que le había enviado el Senado por sólo tres votos de márgen. En un voto posterior, fueron aprobadas unas enmiendas que mejoran la ley y que ahora el Senado tendrá que considerar, seguramente de forma positiva. Ni un solo congresista republicano votó a favor.
El presidente parecía satisfecho al término de la votación. “No se trata de una reforma radical, pero si de una gran reforma”. Incluso después de conseguida la victoria, Obama se vió obligado a seguir espantando los fantasmas que han estado agitando la minoría conservadora. En este debate, los republicanos se han echado en brazos de la ultraderecha (los tea party y otros grupos de francotiradores contra todo aquello que suponga un avance social), de forma irresponsable. Incluso los comentaristas que han preferido mantener la neutralidad más escrupulosa, e incluso los que ofrecían un acreditado perfil moderado, han repudiado la estrategia destructiva del liderazgo republicano.
Ha habido, naturalmente, una motivación electoral, ya que muchos de ellos esperan que el salario del miedo les haga recuperar la mayoría en las elecciones legislativas de noviembre. Pero han operado también otros cálculos a más largo plazo: destruir la presidencia de Obama y afianzar un proyecto férreamente conservador, antes de que la población tome conciencia del enorme fiasco de la era neoliberal.
Los republicanos han predecido el hundimiento de América debido a esta ley, nada menos. Un “Frankestein fiscal”, “una vergüenza” dijeron anoche sus líderes en la Cámara”. Alarmistas e irresponsables, pero no originales. Es interesante recordar lo que los ultraconservadores profetizaron cuando Franklin sacó adelante la Seguridad Social en 1935: “Este ley supondrá la muerte de América”. Lo mismo reprocharon a Lyndon Johnson sacó adelante Medicare, el programa Medicare, de asistencia sanitaria a los más necesitados, a mediados de los sesenta. Más terribles fueron los ataques contra la Ley de Derechos Civiles, que alejó a Estados Unidos del racismo. Reagan también elevó el programa de cobertura sanitaria a la condición de “amenaza para la libertad americana”.
Obama, tantas veces vacilante en este año largo de presidencia, decidió finalmente afrontar esta propanganda malsana y colocarse en la senda histórica de Roosevelt y de Johnson, para hacer progresar a su país.
Como dice David Sanger, el principal corresponsal político del NEW YORK TIMES, este éxito –compartido por la mayoría, que no por la totalidad de sus correligionarios demócratas- tiene, sin embargo, un precio, y no pequeño. Se acabó la ilusión del “post-partidismo”. Al final, la política américana ha permanecido escindida en dos. Después de este debate será muy difícil que “se crucen los pasillos del Capitolio”.
El desgaste de estos meses habrá merecido la pena si los principios establecidos en la ley se cumplen. La reforma garantizará la cobertura sanitaria a más del 95% de la población en 2014. Antes se arbitraran medidas provisionales que cubrirán a lo que ahora están sin atender, someterá a control a las compañías aseguradores para que no nieguen la cobertura a personas en riesgo de contraer enfermedades, limitarán los gastos que no incidan directamente en la atención sanitaria, gravará aquellas polizas más caras o menos eficientes, establecerá un sistema de control del déficit con numerosas garantías y muchas más medidas que mejorarán el deficiente sistema actual.
En definitiva, esa reforma colocará a Estados Unidos más cerca de la familia de paises socialmente civilizados.
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