29 de Octubre de 2015
Desde
el comienzo de la intervención militar rusa en la guerra de Siria, se han
precipitado los acontecimientos y se han acelerado las oportunidades de
resolución del conflicto. Al menos eso hay que “reconocérselo” a Vladimir
Putin.
Tres
semanas es poco tiempo para que pueda detectarse un cambio sustancial en los
frentes, aunque parece claro que el régimen ha visto como se aliviaban las
amenazas que pesaban contra sus posiciones estratégicas en torno a la región
costera con epicentro en Latakia y alrededor de Damasco.
EL EFECTO DE
LA OPERACIÓN RUSA
Sin embargo,
en el plano político y diplomático, la situación ha experimentado un vuelco
considerable. El rechazo inicial de Estados Unidos y de sus aliados en Europa y
en Oriente Medio a la iniciativa de Moscú se ha ido suavizando o gestionando a
medida que se evidenciaba la ausencia de alternativas eficaces. Putin arriesgó,
a sabiendas de que disponía de mejor jugada a corto plazo, y confió en que, en
poco tiempo, se repartieran cartas de nuevo.
La primera
señal positiva fueron las negociaciones para evitar colisiones de las fuerzas
aéreas rusas y norteamericanas que están operando en la zona. A continuación,
se filtraron los debates en la administración Obama sobre la reconsideración de
las opciones disponibles. Putin aprovechó sus apariciones públicas para exhibir
su mano tendida a una colaboración anti-terrorista real y no sólo aparente.
Aunque los primeros misiles de crucero ruso batieran posiciones de los rebeldes
entrenados, armados y sostenidos por Washington, porque eran los más cercanos a
las líneas más sensibles del régimen, en pocos días la aviación rusa destruyó
material militar y centros de mando y control de ISIS en la zona norte del
país. Finalmente, la visita de Assad a Moscú se ha interpretado no sólo como la escenificación de la renovada alianza sino también como una conveniente presión de Putin al presidente sirio para hacerle comprender que el futuro de Siria pasa por su retirada discreta y pactada.
Por puro
pragmatismo o por el convencimiento de que el rechazo frontal de la operación rusa
no arrojaría dividendos rápidos y se corría el riesgo de afianzar a Assad en el
poder, la administración Obama intensificó los contactos con sus aliados con el
claro objetivo de comprometerse en unas negociaciones con Moscú. No pocas voces
en la comunidad política, diplomática y académica estadounidenses apoyaron esta
orientación constructiva (1).
Los esfuerzos
cristalizaron en un esquema que, en la jerga diplomática, ha venido en llamarse
Viena I (por la capital donde se celebraron los contactos a nivel de ministros
de exteriores). El objetivo, se admita explícitamente o no, es establecer una
suerte de Conferencia Internacional sobre el futuro de Siria. Los rusos, discreta
pero oportunamente, pusieron el acento en una realidad evidente. Una de las
sillas imprescindibles en esa mesa de diálogo estaba vacía: la de Irán
LA SILLA VACÍA
Irán ha sido
un actor esencial en la guerra de Siria. Constituye, como se sabe, el principal
sostén militar del régimen de Assad, al menos hasta la entrada de Rusia en la
contienda. Las unidades de élite iraníes, encuadradas en la división Al Qods, bajo el mando del General
Suleimán, han sido el principal elemento de la resistencia del bando
gubernamental.
El otro
bastión militar del clan Assad han sido las milicias del partido chií libanés Hezbollah, probablemente el aliado más genuino de Irán en la región.
Estos milicianos han actuado como una auténtica guardia pretoriana del
Presidente sirio, cuando otras unidades de élites de su ejército han flojeado o
se han visto superadas por sus distintos enemigos.
Teherán se ha
comportado, por tanto, como un aliado fiel, serio y fiable de Damasco. Se trata
de una alianza de intereses compartidos, basada en la naturaleza confesional de
dos potencias chiíes (los alawíes que gobiernan Siria son una rama
local y propia del chiísmo en un país
que cuya población es, como el entorno regional, mayoritariamente sunní).
Por estas
(poderosas) razones, no parecía realista entablar unas negociaciones
diplomáticas sobre el futuro de Siria sin la participación de uno de los
actores principales. Otra cosa es cómo se cuadraba el círculo de tensiones y
rivalidades regionales sin las cuales resulta imposible comprender por qué la
guerra de Siria ha durado tanto.
Durante el
desarrollo de las negociaciones sobre el proyecto nuclear iraní, la
administración Obama se cuidó de no elevar el reconocimiento internacional de
Teherán para no agudizar más los recelos que algunos de sus tradicionales
aliados regionales tenían ante ese empeño diplomático. Los saudíes (y en cierto
modo, también la derecha israelí) temían que la administración Obama, por
pragmatismo o realismo, estuviera dispuesta a normalizar las relaciones con los
ayatollahs para “estabilizar” la
región sobre bases de zonas o áreas de influencia. Sólo la posibilidad de que
algo así pudiera ocurrir intranquilizaba notablemente a los jeques del Golfo,
que perciben al régimen iraní como una amenaza continua e irredenta.
Concluido el
acuerdo nuclear y mitigados, que no resueltos, los temores saudíes, la apuesta
rusa ha abierto la perspectiva de un gran pacto regional, con el aval de las
grandes potencias externas, según una visión propia de una guerra fría que ya
no parece tan lejana. Washington ha debido convencer a los soberanos saudíes de
la conveniencia de implicar a Irán en un compromiso sobre el futuro de Siria,
en vista de que la derrota militar del régimen parece ahora fuera de alcance.
Pero que Irán
haya anunciado su disposición a participar en Viena II (segunda fase de esta
iniciativa diplomática exploratoria), no quiere decir que esté garantizada su
permanencia y mucho menos su disposición a suscribir un acuerdo que mine sus
intereses estratégicos, opuestos completamente a los de sus vecinos rivales
saudíes. Seguramente, saudíes e iraníes no se sienten a la misma mesa o
trabajen en salas distintas, para evitar tensiones inoportunas y prevenir
incómodas explicaciones ante sus respectivos frentes internos.
Por lo demás,
del lado iraní puede repetirse la dualidad observada durante las negociaciones
nucleares. Una línea cooperadora, diplomática sostenida por el Presidente
Rohani y el ministro de exteriores Zarif, y un sector duro, más receloso al
compromiso, constituido por los elementos radicales del régimen bajo el
liderazgo del Guía Supremo. De hecho, el Ayatollah
Jamenei ya advirtió en su día que no debe esperarse de Irán la reconciliación
con el Gran Satán norteamericano y que el acuerdo nuclear no iba a ser el
primer paso de un acercamiento hacia Estados Unidos.
Sin embargo, la
realidad y la necesidad de un entorno internacional que favorezca su
recuperación económica puede obligar a los distintos sectores del régimen
islámico a confinar este radicalismo en un plano puramente retórico. Además, ¿no ha habido ya una cooperación implícita entre Washington y Teherán en las operaciones militares contra el Daesh en Irak?
Después de todo, una cosa es que la operación militar rusa haya apuntalado a Assad y otra es que
el régimen sirio haya superado el estado de ruina. Moscú y Teherán tienen
motivos y estímulos de sobra para aceptar que debe haber un cambio en el poder
en Damasco, siempre que se garanticen sus intereses estratégicos; es decir, un
gobierno que asegure los actuales equilibrios y garantice su influencia
política, con presencia militar constante o no según las circunstancias.
Esta fórmula
de colaboración con Moscú ha sido codificada por Steve Simon, un alto cargo de
la primera administración Obama, con una versión ad hoc del famoso axioma de Ben Gurión: “combatir contra los
milicianos del ISIS como si los rusos (o el régimen de Bashar al- Assad) no
estuvieran allí y contener a los rusos como si el Daesh no estuviera allí” (3).
La gravedad de
los problemas a resolver, la profunda desconfianza entre los distintos actores
del drama y la complejidad de los acuerdos perseguidos obligan a la prudencia.
Pero Viena es el intento más serio de la comunidad internacional para encauzar
el conflicto en los últimos cuatro años y medio.
(1) “Should the United States
Work with Russia in Syria”.FOREING
AFFAIRS, 8 de Octubre; “A Five Nations Plan to End the Syrian Crisis”.
JIMMY CARTER. NEW YOR TIMES, 23 de
Octubre; “How to Work with Russia in Syria”. LUAY AL KATTEEB Y ABBAS KHADIM.
FOREIGN AFFAIRS, 18 de Octubre; y “A
road to Damascus, via Moscu”. GORDON ADAMS y STEPHEN WALT. NEW YORK TIMES, 13 de Octubre.
(2) “How Washington can use the
Russian intervention to force a ceasefire”. STEVE SIMON. FOREIG AFFAIRS, 25 de Octubre. La cita original de Ben Gurion,
pronunciada en 1939, al poco de iniciarse la II Guerra Mundial, es la
siguiente: “Debemos ayudar a los británicos como si no existiera el Libro
Blanco y tenemos que oponernos al Libro Blanco como si hubiera guerra”. El
Libro Blanco es el documento que contenía los planes descolonizadores de
Londres en Palestina, a los que se oponían en ese momento los sionistas. Puede leerse
la cita del fundador de Israel en http://www.jewishvirtuallibrary.org/jsource/Quote/bg.html
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