19 de Noviembre de 2015
En
la avalancha política y mediática sobre el múltiple atentado de París, como en
cualquier macro-acontecimiento relacionado con el terrorismo, hay una narrativa
pública dominante y una realidad mucho más discreta, contradictoria e incierta.
Algunas imposturas son recurrentes y terminan por aceptarse social y
políticamente. Veamos las más frecuentes.
1.- Los
atentados terroristas nos empujan a la guerra. Falso. La masacre terrorista de
París no es lo que empujará a Francia a la guerra. El estado galo ya había
practicado actos de guerra contra el Daesh
y otros grupos terroristas delegados y afines mucho antes. Lo mismo puede
decirse de EEUU y el 11-S, de España y el 11-M o Gran Bretaña y el 7-J. La guerra
no empieza cuando las víctimas empiezan a caer de este lado, aunque sean
numerosas.
2.- La respuesta
militar es eficaz en la lucha contra el terrorismo. La experiencia tiende
ponerlo seriamente en duda. Una campaña militar intensiva puede obligar a replegarse
a un determinado grupo u organización, e incluso destruirlo operativamente,
pero en muchos casos también está sembrando las semillas de otros actores
terroristas nuevos. Por citar sólo lo más reciente, el debilitamiento de Al
Qaeda propició el surgimiento del Daesh.
Derivado de lo
anterior, se atribuye el fortalecimiento reciente del yihadismo a la excesiva cautela de la actual administración
norteamericana. Es un cúmulo de falsedades o inexactitudes. No es cierto que
Obama sea un ‘blando’ o que haya renunciado a derrotar militar al terrorismo.
Ha empleado medios militares, y no poco contundentes. Pero el presidente
norteamericano merece crédito cuando dice que el envío de tropas de tierra a
Siria no sólo no resolvería seguramente la amenaza terrorista sino que la
agravaría, porque los centros de gravedad del terrorismo encontrarían la manera
de desplazarse a otros lugares potencialmente propicios. El discurso de la
debilidad frente al terrorismo tiene una motivación política y escasa base
empírica.
Los
republicanos insisten en la obscenidad de ignorar que la respuesta militar al
11-S fue el mayor estímulo del terrorismo yihadista
en tiempos recientes. Obama también tiene motivaciones políticas para sostener
la política que sostiene, pero actúa con más sensatez que sus adversarios, o
que algunos de sus “amigos” políticos, como Hillary Clinton, partidaria de
maneras más fuertes, pero muy selectivas, contra la amenaza terrorista.
3.- Las
acciones de fuerza de los estados democráticos contra el terrorismo islamista
son actos legítimos y justos. No necesariamente. El terrorismo se cobra, por
naturaleza, víctimas inocentes. De la misma manera que nuestros bombardeos, con aviación convencional o con drones, matan más inocentes que
terroristas en los lugares donde estos se reagrupan, organizan y se esconden.
La diferencia es que nuestras víctimas tienen rostros, nombres y honores. Las
ajenas son números imprecisos en un relato apresurado. Con las operaciones
militares no se resuelve nada, se cobra venganza y no se hace justicia.
Seguramente
nunca sabremos las víctimas civiles de los bombardeos de estos días en Raqqa,
la capital del Califato. El Daesh camufla sus centros de mando,
control y comunicación en edificios civiles. Esas víctimas anónimas están
doblemente indefensas. Raqqa es una cárcel a cielo abierto, donde decenas de
miles de personas viven bajo opresivas normas casi medievales de rigor
religioso y social. Pero, en contraste con la mayoría del resto del país, la
destrucción devastadora de la guerra no está presente. Con la intensificación
de las represalias militares acumularán un sufrimiento adicional.
4.- Los terroristas golpean Occidente porque
odian nuestros valores de libertad, justicia y prosperidad. Inconsistente. La
mayor parte de las acciones terroristas y el mayor número de víctimas del
terrorismo se localizan en países no occidentales, debido al sectarismo
religioso o las rivalidades regionales. Yemen es un ejemplo terrible. El
terrorismo no es una consecuencia del “choque de civilizaciones”, como algunos pretenden,
sino un medio simple de hacer daño al enemigo, de manera indiscriminada, y un
instrumento letal de propaganda.
5.- El
terrorismo es un fenómeno lejano que se importa. Inconsistente. Los jóvenes que
regresan de Siria, como antes lo hacían de Afganistán u otros lugares,
dispuestos a ejecutar acciones terroristas, no se han “convertido” allí. Han viajado para recibir
entrenamiento, orientación e instrucciones, pero es aquí donde han cultivado previamente el convencimiento de que deben
combatir con la violencia valores e intereses occidentales, por marginación
social o por envenenamiento ideológico y/o religioso.
6.- Los
estados enemigos de Occidente en Oriente Medio son los patrocinadores y
protectores de los terroristas y nuestros aliados los que nos ayudan a
perseguirlo, combatirlo y derrotarlo. Totalmente falso. El terrorismo islamista
actual, el más reciente, ha surgido precisamente en los estados de mayoría
islámica cuando han sido derribados y/o neutralizados los regímenes políticos
contrarios a Occidente (Irak, Siria, Libia, Yemen, etc.). Nuestros aliados
árabes tradicionales no suponen una garantía contra el terrorismo,
precisamente. Es una sospecha admitida, aunque no proclamada públicamente, que
algunos de ellos tutelan, financian y manipulan grupos terroristas, por razones
de rivalidad regional o de política interna (Arabia Saudí, Pakistán, etc.).
7.- La
cooperación internacional resulta esencial en la lucha contra el terrorismo.
Afirmación ambivalente. En ocasiones se convierte en activo dudoso y
escurridizo. Cuando los aliados islámicos se comprometen en la persecución
directa contra supuestos objetivos terroristas muchas veces alumbran
situaciones perjudiciales para la causa. En algunos casos, porque lo hacen de
manera interesada e ilegítima, como en el caso de Egipto. O peor, porque
inciden directamente en el terrorismo de Estado, contra sus propios ciudadanos
(de nuevo, Egipto) o contra países supuestamente rivales y, por supuesto, más
débiles (es el caso de las operaciones militares saudíes en Yemen, denunciadas
por la ONU, sin consecuencia real).
8.- El
terrorismo no tiene nada que ver con el Islam. Debatible. La invocación a Dios
es uno de los principales móviles de inspiración violenta. Entre los
extremistas de la religión musulmana o de cualquier otra, a lo largo de la
historia y en los tiempos presentes. La afirmación opuesta es también impugnable.
La sospecha generalizada sobre las mezquitas o imanes es enfermiza y peligrosa. La religión puede ser fuente de
guerra o de paz, depende quién, cómo y para qué se utilice.
9.- El clima
social generado por la dialéctica terrorismo-antiterrorismo no perjudica la
convivencia democrática entre distintos sectores sociales, étnicos, religiosos
y culturales. Muy dudoso. El incremento de la islamofobia es un hecho estudiado y comprobado. En Estados Unidos y
en Europa. Las declaraciones bienintencionadas de los dirigentes políticos
obtienen resultados muy modestos.
Estos días en
Francia se han escuchado voces de observadores cualificados alertando sobre la
sensible transformación de la ciudanía ante la colectividad y la cultura
musulmana. Temen que la tolerancia, la comprensión y las actitudes favorables a
su integración estén tocando fondo.
10.- El
combate contra el terrorismo aconseja suspender, recortar o alterar parcial y
temporalmente, las garantías constitucionales. Discutible. Antes de promover cambios
constitucionales, como hizo precipitadamente el presidente francés la trágica
noche del viernes, tal vez debería admitirse que el funcionamiento de las
agencias de inteligencia es, como todo, mejorable. Deberían afinarse los
protocolos de intercambio de información. Los autores de la mayoría de los
peores atentados terroristas eran conocidos por los servicios de seguridad
occidentales.
Algunos nos
preguntamos estos días si se han olvidado tan pronto las lecciones de la histeria
patriótica en Estados Unidos después de los atentados de 2001.
11.- La lucha
contra el terrorismo aglutina a las fuerzas políticas y sociales y no es objeto
de disputas partidistas. Pura apariencia. Por debajo de las solemnes protestas
unitarias, el antiterrorismo está sometido a las mismas reglas de rivalidad
política, solo que las disputas se libran en terrenos paralelos y en tiempos
diferentes. Pasado el momento inicial del impacto terrorista, a los pocos días,
se escuchan matices y desavenencias, primero sutiles y luego abiertas, en la
que unos, la oposición, resaltan los errores y la incompetencia, y otros, los
gobiernos, califican las críticas de oportunismo y manipulación.
En el caso
francés, se avistan ya los corolarios políticos de la reciente tragedia. Es más
que probable que el Frente Nacional obtenga un redito político sustancioso. Y
que los otros partidos traten de evitarlo como sea. Marine Le Pen se ha
conducido con pies de plomo para que nadie pueda acusarla de oportunismo, pero
su discreción no es generosa: sabe que la clase media francesa tiene menos
miedo cada día en otorgarle la confianza para gobernar. Las próximas elecciones
departamentales serán un test significativo. El tercer protagonista mayor de la
escena, el expresidente Sarkozy no dudará a la hora de proclamar un discurso nacionalista
pero con retórica ‘republicana’ y,
ante todo, con ‘estatura presidencial’. Hollande se juega sus aspiraciones de
reelección en la percepción de seguridad tanto como en la disminución del
desempleo, como él mismo ha manifestado.
12.- Los
medios de comunicación contribuyen, por lo generar, a generar una cultura de
solidaridad y unidad frente al terrorismo. Muy discutible. La exuberancia
demostrada por los medios cuando se producen macro-acontecimientos terroristas
tiene más que ver con la ambición de conquistar mejores índices de audiencia,
aprovechando el clima de intranquilidad, la necesidad de saber lo que ocurre y
los impulsos primarios, que con una vocación altruista de servicio
ciudadano.
En
definitiva, lo peor del relato público sobre la lucha antiterrorista es que
pocas cosas son lo que parecen y los discursos políticos y mediáticos confunden
más que esclarecen. No se trata de una conspiración maligna o de un gigantesco
cinismo. Parte de la explicación reside en la complejidad de las causas y en la
enorme dificultad de las soluciones (que, en todo caso, siempre serán
parciales). Pero, en momentos de conmoción general, la sociedad acepta con
alivio, o con resignación, mentiras o medias verdades tranquilizadoras y
unificadoras, que verdades desnudas terribles o desagradables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario