11 de Enero de 2016
Alemania
y Francia se encuentran atrapados estos días en un debate arriesgado sobre la
seguridad y los valores. Al otro lado del Atlántico, en los Estados Unidos,
ocurre algo similar. No es difícil apreciar un denominador común: la tensión
entre la necesidad de afrontar amenazas externas y el peligro de que los medios
empleados se conviertan en un peligro para la preservación de derechos y libertades.
En
Francia, se vive esta estas semanas una aguda polémica en torno a la propuesta
avanzada por la dupla Hollande-Valls de privar del derecho de ciudadanía
francesa a los condenados por delitos relacionados con el terrorismo, si
gozan de doble nacionalidad.
En
Alemania, el aparente asalto generalizado a mujeres en las cercanías de la
estación central de Colonia durante la celebración de fin de año ha puesto
bajo el foco acusador a numerosos extranjeros, algunos de los cuales podrían
formar parte del grupo de refugiados que encontró asilo en el país el verano
pasado.
Finalmente,
en Estados Unidos, el enésimo intento del Presidente Obama de poner coto al ejercicio
abusivo del derecho a la autodefensa, convertido en licencia para matar, en
impunidad de criminales y desequilibrados, se enfrenta a una resistencia
irracional e hipócrita, ahora reforzada por un miedo exagerado al terrorismo
islamista.
LA
ALARMA FRANCESA
Resulta
inquietante que un gobierno socialista se deje arrastrar por el impacto
emocional de los últimos atentados cometidos en noviembre en París. La
propuesta de privación de la ciudadanía francesa no parece una medida muy eficaz
para reducir la amenaza terrorista, pero puede resultar devastadora para la defensa
de los derechos y libertades.
No
puede extrañar que la propia ministra de Justicia, Christian Taubira, se haya
manifestado en contra. En el partido socialista, aunque muchos militantes y
simpatizantes apoyan la iniciativa, también se han escuchado voces críticas. No
sólo la de los frondeurs (los opuestos a la política socio-económica del
tándem Hollande-Valls) o la de la alcaldesa
de París, Anne Hidalgo, claramente enfrentada con el primer ministro.
Otros diputados han expresado su malestar por lo que consideran una "disipación
de la autoridad moral".
Hasta
hace dos meses, Hollande era cada día más impopular y la firmeza de Valls para
frenar la hemorragia por la derecha no terminaba de funcionar. El ensayo de
cambiar de etiquetas a las políticas anti-crisis (rigor, en vez de austeridad)
no convencía a casi nadie. El asedio del nacionalismo populista había puesto a
la defensiva al tándem gobernante.
Los
atentados de París han resultado una tentación peligrosa de recuperar
popularidad mediante la afirmación de la autoridad y la exhibición de músculo. La
propuesta de privación de nacionalidad es quizás la más cuestionable de las
medidas contra la amenaza yihadista, por mucho que encuentre respaldo masivo en
una ciudadanía asustada e intimidada. La sensatez aconseja políticas más
templadas y pacientes, pero a la cúpula socialista no le sobra tiempo y le
falta discurso político propio y respaldo mediático. De ahí la alarma suscitada
(1).
ALEMANIA:
COLONIA, CAMBIO DE DIRECCIÓN
En
Alemania, la crisis de Colonia pone en evidencia la fragilidad del discurso
mediático-humanitario de la canciller Merkel. Su defensa de acogida sin reservas
a los cientos de miles de personas huidas de las guerras, conflictos y
derrumbes de Oriente Medio y África el pasado verano se ha terminado volviendo
contra ella. Merkel ha terminado irritando a gobiernos mucho menos razonables
de Centroeuropa que, tradicionalmente, seguían a Berlín con veneración; ha
desconcertando a sus propios bases políticas que nunca entendieron su
entusiasmo por la acogida ilimitada de refugiados; y ahora corre el riesgo de
decepcionar a esos desventurados, si termina por restringir las políticas de
acogida.
Aunque
Merkel ha tenido cuidado de referirse solamente a los refugiados delincuentes
como algunos de los supuestamente implicados en las agresiones sexuales e
intentos de violación en la estación de Colonia, lo cierto es que, desde hace
semanas, se observa un ánimo de rectificación en la canciller alemana. Como en
Francia, la liberación de instintos mediático-políticos no frenan las simpatías
xenófobas, nacional-populistas o ultraderechistas. Todo lo contrarios: las dos
formaciones alemanes que capitalizan el malestar social por la inmigración, Alternativa
por Alemania y Pegida, han multiplicado su capacidad de
convocatoria.
El
lamentable episodio de Colonia sigue dominado por la confusión. Las
declaraciones desafortunadas de la alcaldesa de la ciudad (agredida durante la
campaña de su elección por un grupo xenófobo) minimizando la gravedad de las
agresiones sexuales, el extraño desempeño de la policía municipal durante la
noche de marras y las versiones discrepantes sobre lo ocurrido y su dimensión
real abonan una ambiente de emotividad y alarmismo social que no contribuye
positivamente a la clarificación de los hechos.
EE.UU.:
EL TERRORISMO INTERNO
En
Estados Unidos, el Presidente Obama parece haber encontrado la marca más
indeleble de su legado. Fracasado su intento de dejar al país libre de
"guerras de elección" externas, intentará racionalizar la mayor
paradoja de las percepciones nacionales sobre la seguridad ciudadana. Obama ha
sido el presidente que con mayor pasión, compromiso y firmeza ha denunciado el
escandaloso tinglado que pervierte el espíritu de la Segunda Enmienda
constitucional; es decir, el derecho de los ciudadanos a portar armas para su
defensa personal.
El
primer presidente afro-americano tenía muy difícil hacer avanzar los derechos de
su comunidad racial, por un prurito de neutralidad. Pero se ha sentido más
libre para denunciar los abusos de la industria de fabricación de armas, el
descaro del lobby favorable al uso sin límites y controles de estas
herramientas que, por experiencia, se utilizan más para matar que para impedir
ser objeto de agresión. El Presidente tiene mucho poder en Estados Unidos, pero
en materia legislativa está muy sujeto al Congreso, y cuando esté es hostil, o
algo peor, si está claramente decidido a hacer naufragar al Ejecutivo al precio
que sea, la capacidad de maniobra se reduce claramente. Con efectos dramáticos,
en el caso de las armas.
En
Europa, este principio de la autodefensa armada, del ojo por ojo, nos suena a
tiempos poco civilizados. Pero Obama no pretende hacer entender esto a sus
ciudadanos. Las garantías que persigue mediante el agotamiento de sus
atribuciones ejecutivas constitucionales no atenta contra el principio de la
segunda enmienda, sino a la prevención de sus abusos y peligros más evidentes.
Poco importa que el 90% de los actos terroristas sean cometidos por criminales
o desequilibrados que gozan de discrecionalidad e impunidad sin límites.
Resulta como mínimo chocante que el terrorismo yihadista, ocasional y sometido
a una vigilancia minuciosa y poderosa, provoque un pánico desatado y alumbres
propuestas grotescas como las formuladas por el candidato Trump. Y, sin
embargo, la ciudadanía acumule una tras otra las tragedias del gatillo fácil no
sólo sin inmutarse, sino bajo la prevención de que un Presidente quiera poner
cota a tanta irracionalidad.
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