3 de octubre de 2018
Brasil
vota este domingo bajo una creciente sensación de revancha social, de ecos
inquietantes de su pasado reciente más oscuro y de simulación populista. El
candidato ultraderechista Jair Bolsonaro aparece como favorito en los sondeos,
con una expectativa de voto por encima del 25% o incluso superior. Militar en
la reserva con grado de capitán, este oportunista con disfraz de nostálgico ha
demostrado un gran olfato político para aprovecharse del malestar reinante en amplios
sectores conservadores de la sociedad brasileña, con un discurso populista y de
orden, engañosamente antisistema, pero seguro servidor, a la postre, de los
intereses especiales que supuestamente combate.
UN
PRODUCTO POLÍTICO OPORTUNISTA
Bolsonaro
es un producto del terremoto que sacude Brasil en los últimos cuatro años,
cuando se puso en marcha la operación judicial Lava Jato (limpieza express)
contra un sistema de corrupción político-empresarial, que ha alcanzado a más de
500 personas. El Partido de los Trabajadores ha sido la entidad más afectada,
ya que en una de las derivaciones de esa magna y confusa investigación ha
señalado a Lula, su líder histórico y carismático, al frente de una nómina
amplia de sus colaboradores y partidarios.
En un ambiente de gran hostilidad hacia los partidos, en especial hacia
el gobernante PT, se tejió una celada socio-política que acabó abrasando a
Dilma Roussef, por una manipulada consideración de su gestión económica. La
protegida de Lula se vió arrastrada por la devastadora crisis que supuso el
final del maná de los altos precios de las materias primas de primeros de siglo,
debido al tirón de la demanda de China, India y otros emergentes.
Los
años dulces trajeron prosperidad inusitada a Brasil, la pobreza se redujo, el
gobierno de la izquierda moderada financió programas de bienestar social y la
burguesía media incrementó sus posibilidades de consumo. Pero el frenazo
espectacular acabó de manera abrupta con todo eso. Se acumuló un gigantesco
bidón de malestar social que, al calor de la llama vigorosa de los escándalos corrupción
(recurrentes en Brasil, como en el resto de la región), generaron una situación
peligrosamente explosiva.
La
prolongada batalla político-mediática-judicial para inculpar a Lula se cerró
con su encarcelamiento primero y la eliminación posterior de sus derechos
políticos. El proyectado regreso del líder obrero y campeón de los pobres se
frustró, cuando todos los sondeos le auguraban una cómoda victoria.
En
la derecha brasileña, atomizada, desarticulada y sumisa a los grandes intereses
financieros y empresariales, el culebrón Lula se ha vivido con una mezcla de ansiedad
e impotencia. Las derivas de las investigaciones judiciales que se fijaron
entre sus objetivos rebajar el papel hegemónico del PT han castigado a todos
los partidos, mayores y menores, en los que la grande, mediana y pequeña burguesía
reparte sus favores electorales.
El
actual presidente Temer está blindado legalmente por la protección del Tribunal
Supremo, pero los indicios de su implicación en diversos casos de corrupción y
financiación política ilegal son abrumadores, en contraste con los confusos y
endebles que recayeron sobre Lula cuando perdió su inmunidad por retirada de cargo
público. Está por ver si este impulso judicial
propicia un cambio profundo o si los intereses creados, la disfuncionalidad del
sistema político y las contradicciones del aparato judicial terminan reduciendo
a la nada la lucha contra la corrupción, dilema que aborda Eduardo Mello,
profesor de la Fundación Getulio Vargas, el principal think-tank de Brasil (1).
El
excapitán Bolsonaro y sus asesores han sabido manipular muy hábilmente las dos
tensiones del malestar brasileño: el odio a Lula entre la mediana y pequeña
burguesía (los más poderosos prefirieron pactar la conservación de ciertos
privilegios a cambio de permitir gestos sociales que no amenazaban su poder) y
una partitocracia corrupta e ineficaz
que alienta, encubre y se beneficia de los mecanismos de enriquecimiento ilícito.
El triunfo de Trump añadió un factor decisivo de empuje a favor de este candidato
que ha hecho de la demagogia nacionalista y populista el elemento clave de su
mensaje, como señala Bruno Carazza, autor de un documentado estudio sobre las
relaciones entre dinero y poder político (2).
Bolsonaro
se nutre del tradicional mensaje de orden, disciplina y mano dura para prometer
una limpieza cuartelera y simplista. Arremete contra el gasto público, los
impuestos altos, la inseguridad ciudadana y, naturalmente, la corrupción. Las clases medias afectadas por la crisis no
soportan los programas sociales petistas,
mientras ellas se ven obligadas a renunciar a sus pequeños privilegios sociales
de colegios y universidades privadas, sus compras en Estados Unidos, sus
patrones de consumo más o menos elitistas (3).
LA
SOMBRA DE LA DICTADURA
La
cuestión de la violencia es sintomática. Cerca de 64.000 personas murieron por
causas violentas en 2017, un récord histórico. La cifra supera a la que suman
Iraq y Afganistán. Bolsonaro ha proyectado una imagen de cirujano de hierro, se
ha erigido en defensor de las armas de fuego para protección personal (como los
republicanos y el propio Trump en EE.UU.) e insinúa la militarización de la
lucha contra el crimen en las zonas sin ley de las ciudades brasileñas. El atentado
con arma blanca sufrido en plena campaña no sólo le ha otorgado un plus de
popularidad, sino que ha reforzado su discurso de mano dura (4).
Los
militares han jugado un papel ambiguo en el ascenso de Bolsonaro. Durante meses
han deslizado mensajes subliminales de intervencionismo militar, presentando a
las FF.AA. como garante de la justicia. Dejaron entender que no aceptarían la
candidatura de Lula y mucho menos su exoneración judicial. Han presionado a los
jueces para que no flaqueen en la persecución de la corrupción. Los nostálgicos
han hecho una lectura falsaria de la última dictadura (1964-1985). Ante la
alarma de no pocos sectores cívicos, los líderes castrenses han reculado, pero reservándose
el papel de protectores (5).
EL
DESCONCIERTO DE LA IZQUIERDA
La
izquierda sigue a la defensiva. El PT, formación hegemónica, no se ha
recuperado de su desalojo del poder y la neutralización de su líder histórico.
Al fin ha presentado como candidato presidencial al exalcalde de Sao Paulo Fernando
Haddad, un quincuagenario admirador de Lula, pero social, intelectual y mediáticamente
distinto de su mentor (6)
Los
sondeos lo sitúan en segundo lugar, pero claramente por debajo de la barrera
del 20%. Unos datos que en absoluto lo avalan para conseguir la mayoría en la
segunda vuelta, a finales de mes. No está claro que el centro-derecha opte por
Haddad en perjuicio de Bolsonaro, por mucho rechazo que éste provoque. A la
postre, el candidato ultra está asesorado en materia económica por Paulo
Guedes, un chicago boy que defiende
un programa de liberalización y cobertura de los intereses empresariales. Aunque
una revista liberal como THE ECONOMIST considere a Bolsonario como “una amenaza
para toda América Latina” (7), es más que probable que la derecha prefiera
favorecer su victoria y controlar su mandato que permitir un regreso del PT, aunque
Haddad gobernaría con planteamientos aún más market-friendly que Lula y Rousseff.
Homófobo
racista, dudosamente demócrata, Bolsonaro en Planalto (la sede presidencial en
Brasilia) sería un vergüenza para Brasil en muchos sentidos, pero el ejemplo
del gran coloso del norte ha destruido esos complejos. Es probable que el capitán
reservista modere un poco su discurso más extremista para no incurrir en el
gran error de Marine Le Pen y replicar la fórmula demagógica y falsamente
renovadora de Trump. Menos ideología y más oportunismo, en definitiva.
REFERENCIAS
(1) “The decline and fall of Brazil’s political
establishment”. EDUARDO MELLO. FOREIGN
AFFAIRS, 2 de octubre.
(2) “¿Will be Brazil’s new President a
far-right nationalist?”. BRUNO CARAZZA. FOREIGN
AFFAIRS, 12 de julio.
(3) “Au Bresil, la haine de Lula
dope l’extrême droite”. CLAIRE GATINOIS. LE MONDE, 21 de septiembre.
(4) “Jair Bolsonaro, Brazil presidential
frontrunner candidate stabbed at campaign rally. DOM PHILLIPS. THE GUARDIAN, 7 de septiembre; “How a
candidate’s stabbing Will further radicalize Brazil”. EDUARDO MELLO. FOREIGN POLICY, 7 de septiembre.
(5) Brazil’s Military strides into politics, by
the ballot o by force”. THE NEW YORK
TIMES, 21 de julio.
(6) “Fernando Haddad aims to be Brazil’s new
Lula, but does anyone know who is? DOM PHILIPS. THE GUARDIAN, 18 de septiembre.
(7) “Jair Bolsonaro, Latin America’s
latest menace”.THE ECONOMIST, 20 de
septiembre.
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