24 de junio de 2020
NOTAS
Una
pugna militar, por primitiva que haya sido, entre China e India, las dos
naciones más pobladas del mundo nunca puede ser cosa menor, ni se puede
despachar como si tratara de un pulso de fogueo. Hay riesgos elevados de
conflicto mayor entre los dos colosos de Asia, aspirantes a un futuro liderazgo
mundial, pero plagados de contradicciones y lastrados por debilidades
estructurales profundas, a pesar de los avances de las últimas tres décadas.
La
escaramuza fronteriza en la remora región al pie del Himalaya ha sido la más grave
en cuarenta años (1), pero en absoluto un hecho aislado. La delimitación territorial ha sido motivo de
discordia desde la descolonización británica. China no acepta el statu quo
actual y trata por todos los medios de imponer por vía de hecho una rectificación.
India desconfía de que China se tome en serio el paciente y laborioso método
diplomático y está reforzando sus posiciones y ampliando infraestructuras de
comunicación y acceso en la zona de Ladaj, vecina de la explosiva Cachemira (2).
Para prevenir males
mayores o situaciones de difícil control, en su momento se acordó que las
dotaciones militares y paramilitares en la zona de contacto no estuvieran dotados
de armas de fuego. De ahí que le refriega del 15 de junio se resolviera a
puñetazos, palos y otros recursos del combate cuerpo a cuerpo. Lo que no impidió
que veinte soldados indios resultaran muertos, algunos de ellos tras
precipitarse o ser empujados al vacío. Los chinos también sufrieron bajas, pero,
según lo acostumbrado, no se ha facilitado información. Una pelea casi
prehistórica para un conflicto enquistado (3).
ANTECEDENTES
CONTRADICTORIOS
En octubre de
2019, la cumbre chino-india parecía augurar una nueva etapa de colaboración
conforme a una reforzada interrelación de la economía de ambos países
emergentes y una red de casi 70 acuerdos de cooperación en muy diversas
materias. Pero la desconfianza ha terminado por imponerse.
El pasado verano, el gobierno ultranacionalista de Narendra Modi acabó con la
autonomía de la región de Cachemira bajo soberanía india, con el pretexto de reforzar
la vigilancia antiterrorista. Una medida autoritaria más que no sólo provocó la
esperable reacción de hostilidad de Pakistán, que apoya la aspiración secesionista
de los musulmanes cachemires, sino también de los estrategas chinos, que interpretaron
la decisión india como un paso más en el reforzamiento de sus posiciones fronterizas.
Los
analistas no predicen una solución rápida o fácil al diferendo territorial. Los
sucesivos intentos de apaciguamiento no han durado mucho tiempo y en realidad
nunca se ha llegado más allá de forjar treguas o mecanismos de control y
equilibrio, pero sin conseguir nunca un suficiente clima de confianza, como ha
explicado el profesor Ashley J. Tellis (4).
SESENTA AÑOS
DE CONFLICTO SIN CERRAR
Desde la
guerra de 1962, ambas potencias viven en un estado de conflicto latente. Si retrasamos
casi sesenta años el reloj geoestratégico nos encontramos a dos países en un
momento de orgullosa expansión, más política e ideológica que económica. La
China de Mao era ya una potencia nuclear, había consumado el alejamiento de la
URSS y aspiraba a liderar el movimiento comunista internacional tras el gran
cisma de los cincuenta. La India de Nehru se prepara para convertirse en uno de
los motores del movimiento de países no alineados, una especia de tercera vía
superadora de la guerra fría, con puentes de cooperación con Moscú y
Washington. De hecho, cuando la guerra chino-india tomó un sesgo favorable a Pekín,
Nehru pidió ayuda al presidente John Fitzgerald Kennedy, quien no dudó en proporcionársela,
lo que obligó a Mao a detener su ofensiva y avenirse a un compromiso.
Como
sostiene Bruce Riedel, un veterano analista de la CIA, ya no hay un JFK en la
Casa Blanca. Washington es hoy un centro impredecible y errático de poder. A
pesar de los puntos de conexión nacionalista, racista, de impulso autoritario y
de uso demagógico de la religión, Modi no se fía de Trump. Como todos los
dirigentes de su condición, le reserva recepciones infladas de retórica en sus
visitas oficiales, pero no se lo toma en serio (5).
EL
EQUILIBRIO ESTRATÉGICO EN ASIA MERIDIONAL
India es una
de las potencias que más se resienten de la deriva errática de la actual administración
norteamericana, ya que la apuesta por una colaboración estratégica con Estados
Unidos venía siendo política de estado de los sucesivos gobiernos indios (los social-liberales
del Congreso o los nacionalistas de Modi), tanto con administraciones demócratas
(Clinton y Obama) como republicanas (Bush Jr). Tras la desaparición de la URSS,
el no alineamiento indio perdió vigencia y sentido. Delhi mantiene una relación
potable con Moscú, pero ha puesto un empeño mayor en la cooperación con
Washington en materia de seguridad con especial énfasis en el dossier nuclear.
Los estrategas indios tratan de sacar partido de la conflictiva y siempre
contradictoria relación entre Estados Unidos y Pakistán, enredados en
interpretaciones diferentes sobre el peligro islamista y el destino de Afganistán.
Los militares pakistaníes conservan un amplio margen de maniobra en el país vecino
y no están dispuestos a que la pacificación sacrifique su influencia.
China no se ha
quedado atrás en este juego de posiciones con el que cada parte pretende fortalecer
las bazas propias y debilitar las de enemigo. En los últimos años la iniciativa
china de inversión en grandes proyectos de infraestructura (Belt & Road)
conocida como la nueva ruta de la seda, ha supuesto, entre otras cosas, el
acercamiento a Pekín de países que otrora mantenían una buena relación con
Nueva Delhi: Nepal, Bangladesh o Sri Lanka. China no sólo se refuerza en esa
región techo del mundo; también alcanza las aguas cálidas del Océano Índico. Generales
y políticos indios se sienten crecientemente enjaulados por esta nueva red de
alianzas chinas (6).
En
este complicado ajedrez asiático, el destrozo que ha hecho la administración
Trump obliga a todas las piezas a dotarse de la mayor capacidad de movimiento
posible. Pakistán ha reforzado ostensiblemente su cooperación con China (son
aliados privilegiados, de hecho), India trata de compensar esta pinza
enormemente peligrosa para sus intereses con una profunda revisión estratégica que
ele sitúe como socio preferencial de Estados Unidos, pero sin hostilizar a
Rusia, que flirtea con una alianza de conveniencia con China, tanto para
resistir la hegemonía norteamericana como para preservar sus bazas estratégicas
en Asia.
Pero
este juego de alianzas y posicionamientos estratégicos está plagados de
contradicciones y problemas cruzados. Demasiados intereses y pocos valores comunes
o visiones compartidas del orden internacional y regional. Al cabo, la
emergencia china y su capacidad para alterar las cosas y la incertidumbre sobre
la estrategia norteamericana es lo que condicionará el futuro inmediato. China
e India seguirán peleando a puñetazos y palos, como el 15 de junio en el remoto
valle de Galwan o quizás de forma más contundente. Habrá más muertos y muchas
amenazas, reproches continuos y cruce de desafíos gruesos. Pero esa guerra de
las alturas es solo un escenario secundario en una pugna geoestratégica de mayor
alcance.
(1)
“Worst Clash
in decades on disputed India-China border kills 20 indian troops”. THE NEW
YORK TIMES, 16 de junio; “India and China have their first deadly clashes
in 45 years”. THE ECONOMIST, 16 de junio.
(2)
“Why are India and China fighting”. JAMES PALMER
y RAVI AGRAWAL. FOREIGN POLICY, 16 de junio;
(3)
“Combats à mains nudes, chutes, noyades: comment
l’Indie et la Chine se sont affrontées dans l’Himalaya, a 4.200 metres d’altitude”.
GUILLAUME DELACROIX. LE MONDE, 18 de junio.
(4)
“Hustling in the Himalayas: the Sino-Indian
border confrontation”. ASHLEY J. TELLIS. CARNEGIE ENDOWMENT FOR INTERNATIONAL
PEACE, 4 de junio.
(5)
“As India and China clash, JFK’s ‘forgotten
crisis’ is back”. BRUCE RIEDEL. BROOKINGS INSTITUTION, 17 de junio.
(6)
“China is losing India”. TANVI MADAN. FOREIGN
AFFAIRS, 22 de junio.
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