29 de agosto de 2013
Cualquiera de estas noches, Estados Unidos, con apoyo aliados menor, lanzará misiles desde sus
aviones y barcos contras instalaciones militares sirias, en acción de
represalia por el uso de armas químicas en la guerra contra los rebeldes, que
parece haber causado centenares de víctimas civiles.
Se tratará de un ataque limitado,
en intensidad y tiempo, cuyos efectos habrá que esperar para evaluar.
Oficialmente, el objetivo no es propiciar el derribo del régimen sirio, sino
efectuar un castigo por una acción indigna de gobiernos civilizados. Es decir,
un nuevo acto de guerra justiciera, que tiene escasa credibilidad y menos
sostenibilidad legal.
Obama se tomará tiempo para
analizar el resultado de las investigaciones de los observadores de la ONU,
pero miembros de su gobierno ya han adelantado que disponen de evidencia muy
comprometedores para el régimen de Damasco.
Es difícil oponerse a
intervenciones de este tipo porque parecen fundadas en consideraciones morales
aparentemente positivas: se castiga a unos dirigentes que no dudan en emplear
armas letales repugnantes contra su propio pueblo con tal de afianzar sus
posiciones de poder. Ocurrió en Irak, en Kosovo, en Libia.
Y ahora, con toda
seguridad, en Siria. Pero los motivos morales no sólo son insuficientes porque
necesitan ser sustentadas jurídicamente. Además, esa supuesta justicia es puro
oportunismo o cinismo. Tanto valor tiene la vida de las victimas gaseadas en
Siria, masacradas en Libia o asesinadas en ciudades y aldeas kosovares, como
las acribilladas a tiros en las calles de El Cairo o de Bahréin o en cárceles
clandestinas de los amigos que hacen el trabajo sucio a los intereses
norteamericanos. Y no todos los tiranos o asesinos reciben el mismo
tratamiento.
El sustento legal, proporcionado
por la ONU, es casi imposible. Rusia bloqueará el respaldo del Consejo de
Seguridad, también por conveniencia propia, aunque con argumentos diferentes a
los países occidentales y árabes aliados. Otros fundamentos legales manejados,
como el Protocolo de Ginebra (1925) y la Convención sobre armamento químico
(1933), si bien prohíben expresamente el uso de armas químicas, no amparan
ataques militares contra países que lo hagan.
EL EJEMPLO DE KOSOVO
Se ha invocado el antecedente de
Kosovo como modelo de actuación en Siria. Sin embargo, existen diferencias
notables entre ambos casos. Washington asegura que con esta operación inminente
no pretende acabar con el régimen de clan Assad. En cambio, el ataque contra
Serbia, en represalia por las actuaciones militares de represión de la rebelión
armada albano-kosovar, tuvo precisamente como efecto casi directo el
derrocamiento de Slobodan Milosevic. Estados Unidos destruyó no sólo la
capacidad militar serbia, sino que debilitó profundamente las estructuras de
poder y control político y social del hombre al que abusivamente se le ha
atribuido la responsabilidad de las guerras yugoslavas de los noventa.
La decisión del entonces Presidente
Clinton estuvo revestida de consideraciones similares a las que ahora emplea el
entorno del Presidente Obama. Pero se trata de situaciones muy distintas y de
motivaciones opuestas. Clinton quería acabar con Milosevic, lo dijera o no, y
sabía que su intervención sería completamente decisiva en ese sentido. Obama se
niega a involucrarse de forma directa en el desenlace de la guerra interna
siria y sus principales asesores diseñan una operación limitada que carezca de
esos efectos decisorios.
En todo caso, el ejemplo de
Kosovo, presenta demasiadas contradicciones e incongruencias, para resultar
concluyente, como ha demostrado el profesor norteamericano Michael Glennon. Es la lógica de las relaciones
internacionales: ni la invocación moral ni la causa legal responden a
principios y valores universales. Los intereses de cada cual en cada momento
preparan los argumentos, los adaptan y los convierten en instrumentos de las
políticas convenientes.
LA RETICENCIA DE OBAMA
En el ánimo reticente de Obama influye
el escaso convencimiento de que una acción limitada pueda impedir otro ataque
químico sirio. Le preocupa más que se inicie una espiral de intervención que le
haga tomar un partido más claro, cuando no hay una alternativa clara de poder
en Damasco que resulte más favorable a los intereses norteamericanos y
occidentales. Durante años, Washington y otras capitales aliadas (europeas y árabes)
han estado proporcionando apoyo político, logístico y, bajo cuerda, cierta
asistencia militar a la oposición armada. Pero los rebeldes han sido incapaces
de formar una alianza sólida, de elaborar un programa común de gobierno y de
garantizar un futuro sin revanchas ni sectarismos. Más bien al contrario, a
medida que avanzaba y se envilecía el conflicto, han ido imponiéndose los
elementos más radicales y revanchistas. Como es bien sabido, en muchos de los
frente donde los rebeldes llevan ventajas a las fuerzas gubernamentales, el
control está en manos de militantes afiliados a Al Qaeda, con no poca presencia
de combatientes no sirios. Que Estados Unidos termine propiciando el triunfo de
socios de la organización fundada por Bin Laden resultaría una paradoja difícil
de digerir, incluso para los más cínicos defensores de la teoría realista de
las relaciones internacionales.
No obstante, un Presidente de
Estados Unidos no se puede inhibir. No del todo, al menos. Por eso, hace unos
meses, ante la aparente desesperación por el avance de los rebeldes en algunos
frentes, se temió que el gobierno sirio empleara armamento químico pare
frenarlos. Obama proclamó que esa acción hipotética constituiría una “línea
roja”, que, en caso de franquearse, provocaría una respuesta norteamericana.
Algunos vieron en esa declaración del Presidente un enorme reto, porque Obama
se ataba las manos, se obligaba a actuar.
Como era de esperar, se
produjeron posteriormente denuncias de empleo limitado de arsenal químico,
algunas supuestamente acreditadas por medios solventes de prensa, como el
diario francés LE MONDE. Obama no consideró probado que se hubiera rebasado esa
´línea roja” y se limitó a autorizar el envío limitado de armas a los rebeldes.
Recibió críticas de unos y otros.
Ahora parece que las evidencias de
ataque químico son más contundentes y difíciles de orillar. Se habrían
interceptado conversaciones comprometedoras entre mandos militares del régimen
que probarían el empleo de gases en los alrededores de Damasco. En todo caso,
no deja de resultar extraño ese ataque químico cuando se encontraban muy cerca
del lugar observadores de la ONU. Salvo que la decisión de emplear ese
armamento fuera de un jefe militar local y no del alto mando sirio, lo cual no
es descartable debido al relativo descontrol que se detecta también en las
fuerzas gubernamentales.
LA DIMENSION REGIONAL
En todo caso, los interesados en
que Washington imprima un nuevo golpe de tuerca en el reequilibrio de la
balanza regional consideran que el
futuro de la guerra en Siria está vinculado al problema de Irán, que es
ahora la preocupación de no pocos aliados de Estados Unidos en la zona, con
Israel y reino saudí a la cabeza. Que Siria sea el gran aliado de Irán en la
zona, con el apéndice nada desdeñable del partido/milicia libanés Hezbollah. La
eliminación del clan Assad y, en consecuencia, del predominio histórico de la
minoría alawi (rama local del chiismo) en Siria ha sido una opción muy
tentadora para los gobiernos de Jerusalén y Ryad. Al cabo, en esas capitales se
piensan que las franquicias de Al Qaeda que combaten ferozmente en Siria podrán
ser desbaratadas una vez derribado el régimen de Assad, fortaleciendo, incluso
militarmente, a los sectores más moderados y favorables a los intereses
occidentales.
Obama no lo tiene tan claro. Y,
en todo caso, aunque ese fuera a la postre el resultado final, el proceso sería
penoso y amenazaría permanentemente, durante su desarrollo, con una implicación
más o menos directa de Estados Unidos, en un momento en que el Presidente desea
desembarazarse de guerras y no enfangarse en otras nuevas. Obama desea poder
culminar su mandato presidencial con logros relevantes de naturaleza social en
su país y lo que menos necesita es continuar destinando recursos y energía a
conflictos externos de muy difícil gestión. De ahí la reluctancia de su ánimo a
intervenir en la guerra siria. Así lo percibe la gran mayoría de la opinión
pública norteamericana, contraria a involucrarse en este conflicto.
Hace tres años, no resultaba
factible a corto plazo la desestabilización del gobierno de Damasco. Al
contrario, se había ensayado un cierto acercamiento con Assad para reavivar
conversaciones secretas de paz con Israel. El objetivo era el mismo: aislar a
Irán; pero la estrategia era distinta: debilitando los lazos de Damasco con
Teherán ofreciendo al régimen sirio otros estímulos más atractivos. Uno de los
participantes en esa estrategia de acercamiento fue precisamente John Kerry,
hoy jefe de la diplomacia norteamericana y entonces cabeza de la Comisión de
Relaciones exteriores del Senado. La rueda del tiempo arroja estas paradojas.
En definitiva, Obama decidirá
atacar, atrapado en su propio discurso ‘humanitario’. La reputación moral de
Estados Unidos será reivindicada (al menos para los incautos). Assad podrá
encajar el golpe y, aunque invoque venganzas catastróficas, se contentará con
recomponer el tipo y seguir ganando terreno, como ha hecho en los últimos
meses. Los medios se ocuparán de esta
escaramuza y dejarán de prestar atención, por unos días, a otros escenarios
sangrientos regionales como Irak (que ha vivido un verano atroz), Egipto (donde
los generales ya actúan sin máscara con
una lógica represiva sin ambages) o la propia guerra interna siria abandona a
una deriva sin final a la vista.
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