2 de Octubre de 2014
La
casualidad ha querido que tres acontecimientos se reunieran esta semana para
resaltar la importancia que la administración Obama pretende conferir a Asia
("el continente del futuro inmediato"), resumida en la divisa 'pivot
to Asia'. Esta Casa Blanca pretendía responder al desafío de una región que
persigue el liderazgo en el comercio internacional. En Asia se encuentran los tres
grandes países emergentes (China e India, pero también Rusia, tan asiática como
europea) y otros de menores dimensiones pero de gran pujanza, los viejos y
nuevos ‘dragones’ (Corea, Singapur, Vietnam,
Tailandia....).
Los
estrategas norteamericanos contaban con la superación de los tradicionales
afanes en Oriente Medio y la antigua URSS, para centrarse en una política equilibrada
y fecunda frente al inevitable ascenso de China como innegable competidor por
el liderazgo económico (que no militar) global.
Las
cosas no han salido como Obama quería. Por un lado, Oriente Medio ha generado
tantas frustraciones como de costumbre y ha consumido más energías de las
deseables. De otra parte, Rusia ha exigido una atención muy permanente, debido
no sólo a la pretendida reafirmación nacionalista del régimen poscomunista,
sino también a los errores y descuidos acumulados desde 1989. Resultado: Obama se ha distraído
de su misión asiática
HONG
KONG: LA INQUIETUD DEL CONTAGIO
Otras
complicaciones propiamente regionales han dificultado el plan del presidente
norteamericano. China no termina de estabilizar su modelo de capitalismo
autoritario, debido a las contradicciones y tensiones sociales y regionales
internas y a la resistencia de los vecinos a admitir un 'hiperliderazgo'
que perciben como amenazante. Estas incertidumbres y recelos han generado otras
pulsiones nacionalistas en Japón, en Corea, en Vietnam y Filipinas. El habitual campo de conflicto
(económico, comercial) se ha extendido a otros de carácter territorial o
emocional, más volátiles y escurridizos en gabinetes y negociaciones técnicas.
A
estos riesgos, se une ahora una preocupación interna. La protesta de Hong Kong,
por local y concreta que sea, pone de manifiesto una de esas contradicciones
del ascenso chino: la dificultad creciente de conciliar desarrollo económico e
inmovilismo político. El riesgo de la extensión de estas 'primaveras de
protesta' no radica tanto en el contenido de las mismas cuanto en la
capacidad de gestionarlas, digerirlas y absorberlas. Lo que seguramente más
preocupa en Pekín es el riesgo de contagio al corazón del país. La opción 'Tiananmen'
(represión de escarmiento) resulta hoy mucho más complicada que hace 25 años.
Pero estos mandarines ‘pseudocomunistas’
no contemplan la victoria de los manifestantes.
NDIA,
COMO FACTOR DE EQUILIBRIO
El
otro acontecimiento de la semana es el estreno occidental del primer ministro
indio, Narendra Modi. Su abrumadora victoria electoral de este año auguraba
cambios de notable dimensión: por la importancia del país, por la ideología
rupturista que se presume y por su efecto en la recomposición de los
equilibrios regionales. De momento, las esperadas medidas de liberalización
económica y aligeramiento burocrático se hacen esperar, al menos para los
analistas occidentales que habían concebido grandes esperanzas con el triunfo de
Modi (1).
En Asia hay un
juego a tres bandas (China, Rusia e India, unidos en un contradictorio club de
países emergentes) que tiene la teórica capacidad de cuestionar el orden
regional de la superada 'guerra fría'. Pero, para ello, esas potencias deben
demostrar su capacidad para resolver problemas bilaterales cruzados muy antiguos,
complejos y profundos.
Modi
se presentaba esta semana en Estados Unidos con la etiqueta de "genocida",
por su responsabilidad (no completamente esclarecida) en la oscura represión de
musulmanes en el estado de Gujarat, en 2002. Abogados que actuaban como
representantes de algunas de aquellas victimas aspiraban a amargarle a Modi su
estreno internacional.
La
Casa Blanca maniobró para neutralizar tal sobresalto. El presidente Obama no dudó
en acudir a uno de esos gestos tan suyos en el manejo de los símbolos. Sacó a Modi de la frialdad de los despachos
para enseñarle la capital e instruirlo en el monumento al reverendo Martin
Luther King. Aunque muy diferente a su invitado en referencias ideológicas y
culturales, Obama jugó la dudosa carta de las circunstancias coincidentes: orígenes
alejados de la plutocracia política, dirigentes 'naturales' por encima
de maquinarias y dinastías, su habilidad para moverse mejor en campañas que en
gabinetes y su pretendida prioridad a los asuntos internos por encima de las
ambiciones exteriores.
Washington
se juega mucho en las relaciones con la India: un acuerdo comercial que
resuelva unas disputas arancelarias demasiado incómodas, una colaboración técnica
y política que aporte tranquilidad en el mapa de los recursos nucleares, y una
cooperación diplomática que genere equilibrio estratégico regional.
EL
CAMBIO DE GUARDIA EN AFGANISTÁN
Por
lo demás, India es, además, un actor nada desdeñable en Asia Central y, en particular, en Afganistán. Delhi puede
colaborar en estabilizar este país, siempre y cuando se cuide de no provocar a
su gran rival histórico, Pakistán, que contempla a aquel 'estado fallido'
como poco más que un 'protectorado'. Modi quiso desmentir a los que pronostican
que su nacionalismo a tambor batiente engendra el riesgo de una nueva guerra, realizando
una pronta visita al vecino. Sin resultado fructífero aparente.
El
cambio de guardia en Afganistán es el tercer escenario de la semana. Los
norteamericanos confían en que el flamante presidente Ghani entierre pronto la
herencia del imprevisible Karzai. Mucho le ha costado a la administración
norteamericana reparar la chapuza electoral con un ‘imaginativo’ (para algunos,
inverosímil) reparto del poder con su
rival, Abdullah Abdullah (más claramente en la órbita de Washington). Veremos
si este apaño funciona en la práctica.
Por
otro lado, Ghani presenta unas credenciales personales no del todo discretas.
Que haya construido su carrera técnica en Estados Unidos, donde adquirió la
nacionalidad norteamericana mientras su país se desangraba en un proceso
interminable de guerras internas y externas, no parece suficiente. Su
concepción de la política como una especie de 'bricolaje' (sic) le
capacita teóricamente para los pactos, tomando de aquí o de allá lo necesario
para construir. Pero algunos de los que le conocen se muestran un poco
escépticos (2).
De
momento, Estados Unidos ha conseguido enseguida lo que no pudo sacar de Karzai:
un acuerdo bilateral de seguridad que asegure hasta 2017 la presencia militar
norteamericana y occidental (10.000
soldados norteamericanos y otros dos mil más de países de la OTAN). Se trata de
un tiempo prudencial para asegurar el debilitamiento de los ‘talibán’, estabilizar el país y
consolidar cierta recuperación de la economía, hoy en pura ruina.
No
está claro que este acuerdo de seguridad sea suficiente para obligar a los
antiguos estudiantes coránicos a replegarse y aceptar un pacto que los
convierta, a los sumo, en una opción política más. Este verano han sido capaces
de sostener la campaña militar amplia y sangrienta de los últimos años, lo que
ha conseguido inquietar sobremanera al Pentágono. Ghani ha reiterado su oferta
de negociación, ya anunciada durante su campaña electoral. Pero antes de
aceptar, los ‘talibán’, querrán
comprobar si el nuevo gobierno tiene nervio y estómago para soportar el desafío.
(1)
Para las primeras “decepciones” con el primer
ministro indio, ver “Modi misses the marks. India’s new government lacks economic visión”. DEREK SCISSORS. FOREING
AFFAIRS, 8 de Septiembre de 2014.
(2)
Un análisis interesante de la trayectoria del nuevo
president afgano en: “Ashraf Ghani’s struggle. SUNE ENGELS RASMUSSEN. FOREIGN POLICY,
29 de Septiembre de 2014.
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