11 de Diciembre de 2014
La
derecha israelí quiere cambiar la naturaleza de su Estado. El Parlamento
(Knesset) que salga de las elecciones del próximo marzo deberá pronunciarse
sobre un proyecto de ley controvertido, peligroso y discriminatorio.
Si
el proyecto sale adelante, Israel no será ya un Estado “judío y democrático”,
como hasta ahora, sino el “Estado nacional del pueblo judío”. Es decir, se trata
de identificar Estado y Nación, lo que implica consagrar legalmente una
discriminación de hecho a los ciudadanos no judíos que viven en Israel. Por si
hubiera alguna duda de esta intención, el proyecto de ley contempla la
eliminación del árabe como segunda lengua oficial del país.
No
hacía falta una iniciativa excluyente como ésta para incluir a Israel en la
categoría de Estados que discriminan a parte de su población. La discriminación
es un hecho palpable ya desde hace tiempo, pero resulta escandalosa desde hace
un par de décadas. Los árabes, un 20% de los habitantes de Israel, disfrutan de
menos y peores servicios que los judíos, y sólo hay que echar una ojeada a los
presupuestos para comprobarlo. Como escribía recientemente un ciudadano
árabe-israelí ahora residente en Estados Unidos, desde la creación del Estado
de Israel han sido levantadas unos 700 colonias judías y ni una sola árabe. Los
árabes tienen vetado el acceso a vivienda en el 80% del territorio israelí (1).
La
discriminación tiene otros perfiles menos evidentes pero igualmente dolorosos:
en salud, en acceso a recursos hídricos, en educación, en cultura. Las propias
organizaciones de derechos humanos israelíes, gestionadas por judíos, han
venido denunciado el deterioro de las condiciones de vida de los árabes
israelíes.
LAS
CLAVES DE LA “JUDAIZACIÓN”
La gran
pregunta es por qué ahora esta iniciativa. No se trata de un impulso
ideológico, ni de corregir una “deficiencia” de origen. Jabotinski, el fundador
del Likud, el gran partido de la derecha israelí se pronunció a finales de los
cincuenta en contra de introducir en las constituciones de los Estados cláusulas
específicas que determinaran su carácter “nacional”.
Por
lo demás, Israel es un Estado “judío” desde que la Asamblea General de la ONU
decidiera la partición de Palestina, en noviembre de 1947, para que se crearan
en su territorio dos Estados, uno “judío” y otro “árabe”. Esta decisión fue trasladada a la Declaración
de Independencia de Israel, aunque, ciertamente, ésta nunca adquirió el rango
de ley. Pero el desarrollo legislativo del nuevo Estado ha tenido en
consideración esta realidad desde un principio y como tal se contempla en el
ordenamiento jurídico básico de Israel:
Ley del Retorno, Ley de Ciudadanía (1952), Ley de la Libertad de Ocupación (1992)
o Ley de Dignidad y Libertad (1994) como señala el analista judío David Aaron Miller (2).
Por
lo tanto, no se trata de llenar un vacío legal, sino de realizar una afirmación
política y estratégica, si como tal se entiende la voluntad de blindar para una
comunidad el gobierno y la administración de un territorio plural. Dos son las
claves a tener en cuenta para comprender las motivaciones de la derecha
israelí: la evolución demográfica y la perspectiva de creación del Estado de
Palestina (con todos las limitaciones y amputaciones territoriales que pudieran
consolidarse en su día).
La
población judía pierde peso relativo con respecto a la árabe, a pesar de todos
los esfuerzos de atracción de comunidades externas. Israel ya no es, desde hace
mucho, un lugar atractivo para los “judíos errantes”. La oleada inmigratoria
procedente de la desaparecida Unión Soviética y países satélites se ha agotado.
Algunos ensayos, como el de los judíos etíopes, resultaron de escaso impacto
demográfico. Nacen más árabes que judíos dentro del propio territorio
reconocido de Israel. Y en los territorios ocupados (Cisjordania), qué decir,
La colonización forzosa no puede distorsionar semejante realidad.
Lo
que la derecha israelí teme es que si pierde el control sobre el proceso de paz
con Palestina, se termine planteando de nuevo el “derecho al retorno” de los
ciudadanos árabes (palestinos) expulsados o exiliados desde 1948. Israel nunca
ha aceptado ese principio, pero la comunidad internacional si, aunque siempre
ha quedado postergado a la fase final de un acuerdo de paz definitivo.
El
primer ministro israelí, Benyamin Netanyahyu, ha aludido específicamente a esta
cuestión en alguna de las ocasiones en que ha defendido este cambio
constitucional. Son muchos, seguramente mayoría, los israelíes que establecen
como condición previa para aceptar a Palestina como Estado independiente que
los palestinos acepten la existencia de Israel como “Estado de la Nación judía”.
Lo que, inevitablemente, significaría su renuncia al derecho a regresar a lugar
donde nacieron o vivieron antes de la expulsión o el exilio.
Se
trata, por tanto, de una cuestión de blindaje que, por su propia naturaleza,
levanta nuevos obstáculos al proceso de paz, ya que lo subvierte y lo contamina
gravemente.
¿UNA
MAYORÍA CONTRA LA DISCRIMINACIÓN?
Los
críticos con la ley se encuentran fundamentalmente en la izquierda, pero
también en sectores moderados (3). Shimon Peres ha dicho que el proyecto de ley
“perjudica al país dentro y fuera de sus fronteras y erosiona los principios del
Estado de Israel”. También el actual jefe del Estado combate a la iniciativa.
Como están haciendo las organizaciones cívicas de defensa de los derechos
humanos e incluso muchos sectores de la diáspora judía.
También se han
opuesto los partidos centristas de la
coalición de gobierno que acaba de hacer crisis, entre otras cosas por este motivo.
Líderes como Tzipi Livni (del partido Hatnua) o Yair Lapid (Yesh Atid) votaron en contra del proyecto cuando se
discutió en el Gobierno. Netanyahu aprovechó estas discordancias para dar por
terminada la coalición, disolver la Knesset y convocar elecciones anticipadas.
El primer ministro espera sacar ventaja de la crisis y agrupar a los partidos
de la derecha más radical (Israel Beitenu, del extremista Libermann, y el Hogar
Judío, de Bennet) en una nueva coalición. Pero necesitará atraerse también a
los partidos de los ultraortodoxos religiosos, que suelen desconfiar del
liderazgo de Netanyahu.
La alternativa
es incierta, debido a la debilidad del Partido Laborista y la escasa fuerza del
resto de las formaciones de izquierda. La sociedad israelí se ha hecho más y
más conservadora en los últimos años. Los elementos religiosos y populistas han
cobrado mucho ímpetu. No hay un proyecto progresista que parezca concitar un apoyo
mayoritario en Israel. Es improbable que Livni y Lapid se unan a los laboristas
en un gobierno, aunque todos ellos apoyen el proceso de paz con los palestinos.
En distintos
comentarios y análisis, el diario norteamericano THE NEW YORK TIMES, habitual
defensor de los intereses judíos, ha calificado irónicamente el proyecto de ley de
judaización del Estado de Israel como “adolescente” (por la pretendida búsqueda
de la identidad), pero también como “cínico”,
por los cálculos políticos que lo motivan. Está por ver si una iniciativa tan
aberrante y peligrosa pueden alentar la formación de una nueva mayoría más sensata
y responsable en Israel.
(1) “A country that never wanted me”. SAYED
KASHUA. FOREING POLICY, 3 de diciembre.
(2) “One nation divided under law”. FOREING POLICY, 5 de diciembre.
(3) El diario HAARETZ, cuya línea
editorial es próxima a la izquierda moderada, presentó el pasado 1 de diciembre
una síntesis de opiniones contrarias al proyecto de Ley en cuestión.
1 comentario:
Estimado Juan Antonio, es un artículo muy acertado y lo vamos a reeditar con tu permiso en la Revista PALESTINA DIGITAL (No tiene publicidad, es de voluntarios) y además me gustaría contar contigo para una charla en el Ateneo de Madrid, mi correo es tunsol#terra.com ...Salam
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