28 de Mayo de 2015
China
acaba de adoptar una medida novedosa y en cierto modo rompedora con su cultura
política y militar: ha hecho pública su estrategia de expansión naval, tras
años y años de escamoteos y secretismo (cuya eficacia, ciertamente, ha sido
escasa).
Washington
llevaba años demandando transparencia a Pekín. Algo que puede parecer
extravagante, si tenemos en cuenta la naturaleza del sistema político chino y
el asunto en cuestión, de por sí sometido a escasos escrutinios públicos,
incluso en los países occidentales que pasan por ser más abiertos.
La
estrategia naval ha impactado a los expertos y analistas occidentales no porque
haya sorprendido, sino por la determinación con que los dirigentes chinos
manifiestan su voluntad de alcanzar el estatus de superpotencia regional e
incluso de potencia global.
`REJUVENIZACIÓN
NACIONAL’
Este
concepto resume el pensamiento estratégico chino. Sin complejos, China
manifiesta que desea convertirse en un poder marítimo capaz de garantizar la
defensa de sus costas, pero también de asegurar la proyección de su expansión
comercial en ultramar frente a las amenazas inevitables.
El
lenguaje del “Libro Blanco” (1) en el que se codifica la estrategia militar no
es agresivo. Parte de la consideración inicial de un entorno actual “pacífico”,
asentado en el “desarrollo y la cooperación” y estima, incluso, que la guerra
es “improbable”… a corto plazo.
El
documento advierte que China no puede ignorar las “nuevas amenazas” derivadas
del “hegemonismo”, “el juego de poder” y el “neointervencionismo”. Estos
términos apuntan inequívocamente a las potencias vecinas con las que mantiene
contenciosos territoriales: Japón (islas Sensaku/Diakou), Filipinas y Vietnam
(archipiélago de las Spratley y Paracelso). Pero la auténtica preocupación de
los actuales mandarines es Estados Unidos, por ser el garante de la seguridad
de sus rivales regionales, al menos teóricamente.
Esta
revisión doctrinal no es completamente rompedora. Parte del viejo concepto maoísta
de la “defensa activa”, basada en el principio de que China nunca debe dar el
primer golpe, pero sí “los cuatro siguientes”. Lo novedoso es el desplazamiento
del esfuerzo militar, de las fuerzas de tierra a las marítimas y,
complementariamente, las aéreas. Las amenazas ya no se perciben desde el norte
y del oeste, donde se extiende el vasto continente asiático, sino desde el este
y del sur, desde el mar, cercano, vía de rapiña de los potenciales enemigos,
pero también lejano, la avenida de la nueva prosperidad nacional.
Estos
horizontes marítimos de la nueva China, rejuvenecida, próspera y orgullosa
constituyen, por tanto, la clave del esfuerzo militar futuro. En la actualidad,
sólo el 10% de los efectivos militares pertenecen a la Marina y el 17% a la
Aviación El glorioso ejército de tierra sigue concentrando casi las tres
cuartas partes. Esto va a cambiar. Ya está cambiando.
Pero
la clave, naturalmente, no va a estar en la reasignación de los recursos
humanos. La gran transformación del aparato militar chino se está produciendo
en el armamento. La Marina está experimentando una modernización notoria desde
hace dos décadas, pero de formas muy especial desde 2005. El actual Presidente,
Xi Jing Ping, es el dirigente chino más afecto al aparato militar desde Deng
Xiao Ping. Sus privilegiadas relaciones con el estamento armado, debido a la
figura de su padre, es conocida y resultó clave en su ascenso al poder.
UN
ESFUERZO MILITAR IMPRESIONANTE
En los últimos
tres años, Pekín ha incrementado las patrulleras que navegan por el Mar del Sur
de China en un 25%. El año pasado se inició la construcción de 60 buques de
guerra, dotación que se duplicará a lo largo del presente ejercicio. China sólo
dispone hasta la fecha de un portaaviones, pero ya se anuncia un incremento
para los próximos años. En este esfuerzo se incluyen submarinos, destructores, fragatas,
barcos anfibios, misiles de nueva generación como el YJ-18, del tipo Crucero,
ya operativos y desplegados en las zonas marítimas de mayor tensión con Japón y
Estados Unidos (2).
El
plan de modernización incluye el arsenal nuclear. La prensa oficial china ha
anunciado la conclusión de tres submarinos propulsados con energía atómica (tipo
093-G). Recientemente, se ha podido comprobar que China ya ha desarrollado los
MIRV, los famosos misiles de cabezas múltiples, una de las armas más temidas
durante la guerra fría y objeto de las negociaciones de desarme más complicadas
entre las superpotencias. (3) Un aspecto notable de este esfuerzo militar es
que China ha decidido fabricar, no depender enteramente de los suministradores
externos (singularmente Rusia, en los últimos tiempos).
El
‘Libro Blanco’ ha disparado de nuevo las alarmas sobre las motivaciones reales
de China. La legión de funcionarios, analistas y expertos y lobistas de la industria
de armamento (algunos de ellos pertenecientes a las tres primeras categorías)
que alertan a los políticos y a la sociedad mediante su aparición en los medios
proclaman la necesidad de no permanecer pasivos ante esta realidad de la
emergencia militar chino. El antiguo Imperio del Medio está de vuelta, vienen a
decir este grupo de considerable influencia en Washington.
En
realidad, hay que poner en su contexto este ‘rearme chino’. Para empezar, hay
dudas razonables sobre la dimensión exacta del esfuerzo militar (4). Las cifras
oficiales indican que en los últimos diez años (2005-2015) el presupuesto
militar chino se ha incrementado a razón de un 9,5% de media anual. En el
presente ejercicio, el incremento ya llega a los dos dígitos. China es ya el
segundo país del mundo con mayor capítulo militar en sus presupuestos en
términos relativos, con 145 mil millones de dólares, sólo por detrás de Estados
Unidos.
Los alarmistas
sostienen, sin embargo, que estas cifras son, en realidad, mayores, ya que
mucho gasto militar chino figura camuflado o enmascarado en otras partidas ‘civiles’.
Se basan en algunas estimaciones de solvencia, como las del SIPRI (Instituto
para la Paz de Estocolmo), según las cuales entre el 35 y 50 por ciento de los
gastos de defensa están fuera del capítulo militar. Los dirigentes chinos
responden que el presupuesto militar ha corrido parejo al crecimiento general
de la economía nacional y se ha mantenido siempre por debajo del 2% del PIB.
Pero los escépticos argumentan que el PIB creció un 12,5% de media entre 1997 y
2007, los gastos militares ascendieron casi al 16% (3).
Más allá de
esta polémica de cifras, lo que parece claro es que debe contarse no sólo con
una China en lo más alto del poder económico mundial, sino también como potencia
militar capaz de influir decisivamente en los asuntos mundiales. Esta
consideración de agente global responsable es una demanda constante de
Occidente desde que se confirmó su emergencia internacional. Cada día resulta
más difícil discutir que el siglo XXI será el siglo de China. El desarrollo
económico y el crecimiento de su potencia militar no van acompañados, de
momento, de una evolución democrática deseable y conveniente para el país y
para el resto del planeta. Ése debe ser ahora uno de los mayores empeños de la
comunidad internacional.
(1)
Los medios especializados se han ocupado todos
de este ‘Libro Blanco’. Algunas referencias son: “China’s Military Blueprint:
Bigger Naval Force, Bigger Global Role”, KEITH JOHNSON, en FOREIGN POLICY; y “China, Updating Military Strategy, Puts Focus on
Projecting Naval Power”, de ANDREW JACOBS, en NUEVA YORK TIMES (ambos artículos publicados el 26 de mayo).
(2)
Dos artículos recientes, también en FOREIGN POLICY y en THE NEW YORK TIMES, analizaban el impulso de la industria naval
china antes de la publicación del Libro Blanco; a saber: “China is not Backing
Down at the South China Sea” (18 de mayo) y “Beijing, With a Eye on the South
China Sea, Adds Patrol Ships” (10 de abril).
(3)
Estos misiles de cabeza múltiple se denominan
Dong Feng (‘Viento del Este’). THE NEW YORK TIMES publicó en exclusiva esta
información el pasado 16 de mayo.
(4)
Un análisis pormenorizado de la evolución del
gasto militar chino, enfoques y polémicas que arrastra, en FOREIGN AFFAIRS, “China’s Double-Digits Defense Growth”, por
RICHARD A. BITZINGER, el pasado mes de marzo.
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