24 de Mayo de 2015
El
Daesh o Estado Islámico vuelva a provocar el pánico. La conquista de
Ramadi, en Irak, y de Palmyra, en Siria, y el atentado contra una mezquita de
culto chií en Arabia Saudí han revertido la percepción de que esta organización
estatal-terrorista se había debilitado en los últimos meses, tras la derrota en
Tikrit y la pérdida de territorio bajo su control.
Este
aparente cambio de tendencia es más psicológico que real y obedece más a la
debilidad de sus adversarios que a un incremento de su fortaleza militar o
material. El Daesh combate contra
dos Estados en crisis, uno al borde del colapso (Siria) y otro fracturado
(Irak). Ciertamente, también contra la única superpotencia mundial (Estados
Unidos), pero en este caso se trata de un combate por simulación, por así
decirlo, en el que se elude, por ambas partes el choque directo y absoluto.
Washington ha fijado una raya y el Daesh aprovecha con inteligencia sus
márgenes de actuación sin desafiar los riesgos.
Esta
tenaza Ramadi-Palmyra agranda la capacidad destructora del Daesh y
refuerza su condición de agente amenazante de primer orden contra la
'estabilidad' de la región. No obstante, quizás la apreciación esté demasiado
amplificada por el impacto del momento. La guerra de Mesopotamia es una
cuestión de percepciones. En la naturaleza del Daesh (contrariamente a
Al Qaeda) le es vital conquistar y controlar territorio, para afianzar su
proyecto de Estado (Califato) y fortalecer sus recursos económicos y
materiales. Pero también para proyectar su ambición de fuerza hegemónica, por
no decir exclusiva, del islam extremista. Éste es el verdadero sentido del timing
de sus dos últimos éxitos militares.
CONTRAOFENSIVA
EN IRAK
El
Daesh no ha conseguido estos éxitos militares en Irak porque haya
aumentado notablemente su fortaleza. En realidad, había ocurrido todo lo
contrario. La combinación de la presión norteamericana, sin intervenir
directamente pero proporcionando valiosa información de inteligencia, y el
empuje de las milicias chiíes financiadas y entrenadas por Irán le habían hecho
retroceder y entregar Tikrit, la villa natal de Saddam Hussein.
En
Ramadi no ha ocurrido eso. La ciudad es capital de la provincia iraquí de
Anbar, situada al oeste de Bagdad, poblada mayoritariamente por sunníes,
enormemente reticentes con el gobierno central por cuestiones sectarias. Ramadi
fue, junto con Fallujah, la gran pesadilla para las tropas de Estados Unidos
durante la ocupación. Pero también, posteriormente, resultó una localidad clave
en la estrategia del general Petreus de cortejar a las tribus sunníes locales
para desencadenar la ofensiva exitosa contra la franquicia iraquí de Al Qaeda.
Hasta que la deriva sectaria del gobierno del ex-primer ministro chií Al Maliki
en Bagdad hizo trizas lo conseguido y creó un caldo de cultivo de resentimiento
sunní del que se aprovechado el Daesh en varios momentos desde el
repliegue norteamericano.
El
actual primer ministro iraquí, Abadi, pese a sus intenciones, no ha podido aún
fortalecer un Ejército nacional liberado de inclinaciones sectarias. Las
presiones de sus correligionarios chiíes, que le reprochan debilidad y le
exigen que no vacile en apoyarse en las milicias, son constantes. Washington es consciente de esta
debilidad del gobierno central, pero no puede permitir que la dependencia de
los irregulares chiíes consolide la influencia de Teherán en el país. Por eso,
cuando se confirmó la ofensiva del Daesh sobre Ramadi, alentó a Abadi a
que confiara sólo en las fuerzas del Ejército regular y en la resistencia de
las tribus sunníes locales El resultado no fue el esperado. Al parecer, una
tormenta de arena impidió que el apoyo aéreo norteamericano fuera lo
suficientemente eficaz como para debilitar sustancialmente a los extremistas.
Este encadenamiento de temores, indecisiones y circunstancias ha propiciado el
triunfo del Daesh en Ramadi.
HACIA
EL PREDOMINIO EN SIRIA
En
Siria, la situación es distinta. Palmyra, aparte de sus riquezas arqueológicas
de gran valor y belleza, es la puerta abierta al desierto oriental sirio, que
conecta, al otro lado de la frontera, precisamente con la provincia iraquí de
Anbar. Las informaciones que nos llegan de Palmira hacen temer que se ha
asistido a una nueva ceremonia dantesca de terror, ejecuciones callejeras y venganzas
terribles contra los soldados del ejército sirio derrotado, pero también contra
civiles a los que los extremistas considerados cómplices o simplemente
colaboradores.
Con
la toma de Palmyra, el Daesh ya
controla la mitad del territorio sirio. Otra cuarta parte, o algo menos, está
bajo dominio de otros grupos de la oposición, fundamentalmente los cercanos a
Al Qaeda. El régimen sirio sólo ejerce su autoridad sobre la cuarta parte
restante, pero se trata de las grandes
ciudades, excepto Alepo. No es fácil predecir cómo afectará el cambio de
situación en Palmyra en el devenir de la
guerra. Assad parece muy debilitado, pero su resistencia en los principales
núcleos urbanos obliga a sus enemigos a un esfuerzo militar que seguramente
sobrepase sus capacidades.
Washington
sigue los acontecimientos con cautela. De la misma forma que intenta frenar al Daesh en Irak sin comprometerse en un
esfuerzo bélico conjunto con los protegidos de Irán, evita implicarse en Siria
de forma que favorezca la permanencia en el poder de Assad. Estas
contradicciones, que surgen de los alineamientos reforzados en la región entre
los dos polos de poder, Riad y Teherán, dificultan la influencia norteamericana
y condenan a un lento desenvolvimiento de los conflictos bélicos en marcha.
OTRAS
APARICIONES INQUIETANTES
La
guerra de Yemen ha abierto otro frente, con consecuencias desestabilizadoras de
gran alcance. Lo quiera reconocer o no, los saudíes han fracasado en su intento
de derrotar a los houthies chiíes. De ello se ha aprovechado el Daesh
para erigirse en defensor de los sunníes en la península arábiga. Así puede
interpretarse el atentado contra la mezquita chií en el este del país. No es la
primera acción sectaria de esta naturaleza. Y aunque el gobierno saudí asegura
que se persigue intensamente a los autores de estos atentados, la trayectoria
de oscuras complicidades con los extremistas hacen dudar de la sinceridad de
sus propósitos.
Finalmente,
en las últimas semanas también se ha incrementado la inquietud por el aparente
fortalecimiento de los socios del Daesh en Libia. El grupo Ansar
al-Sharia, con unos cinco mil combatientes, según algunas estimaciones, pasa
por ser ya el principal grupo yihadista en el país. Italia ha dado la
voz de alarma, pero en Estados Unidos no terminan de estar convencidos de que
estas apreciaciones respondan a una situación real y se inclinan por considerar
que es fruto de la propaganda extremista.
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