21 de Mayo de 2015
Como
era de temer, el acuerdo preliminar europeo para afrontar el desafío de la
inmigración, adoptado a finales de abril, ha tenido un recorrido más fluido por
el sendero militar que en el tratamiento humanitario o político. Qué decir del
estratégico, donde, por su propia naturaleza de visión a largo plazo, no es
previsible una pronta respuesta.
Siempre
que se produce una catástrofe de grandes dimensiones, se acentúa la presión
emocional a favor de actuaciones aparentemente más comprometidas. Pero es cuestión
de tiempo que pronunciamientos y
declaraciones solemnes se vayan
disolviendo en una forma suavizada de pasividad cuando no, como ha ocurrido
estos últimos días, en la manifestación abierta e indisimulada de las
discrepancias.
El momento es delicado. Según la
ONU, el fenómeno de desplazamiento de personas está alcanzado niveles
históricos. Cincuenta millones de personas habían sido expulsadas de sus hogares
debido a guerras o conflictos graves hasta finales de 2013. Sólo el año pasado
casi un millón de seres humanos demandó asilo en un país ajeno, la cifra más
alta en veinte años.
EL DOBLE FILO DE LAS CUOTAS DE REFUGIADOS
Estas últimas semanas, dos
escenarios compiten en la escenificación de esta tragedia, el Mediterráneo y las
aguas cálidas de Asia meridional. En el primero, las víctimas son sirios,
iraquíes, libios, eritreos o nacionales de otros países africanos; en el
segundo, musulmanes de la etnia Rohingya, perseguidos de forma
inclemente en Birmania y rechazados de otros lugares. Unos y otros, aunque en
distinta medida, parecen abocados a un destino miserable.
EL DOBLE FILO DE LAS CUOTAS DE REFUGIADOS
En Europa, la
última polémica ha surgido por la propuesta de la Comisión sobre las cuotas de
refugiados que cada país miembro debería asumir. El debate tiene ribetes
obscenos. Puede entenderse el agobio de los gobiernos ante la atención
necesariamente prolongada de ciudadanos expulsados o huidos de sus países, por
razones económicas o políticas. Pero unos y otros deberían haber manejado sus
reservas con mayor discreción. Al final, se impone una sensación deplorable de
que cada cual aparta groseramente de sí esta 'carga'.
La
propuesta de la Comisión puede ser discutible, por supuesto, y seguramente
presenta algunos fallos o insuficiencias en la consideración de criterios y
realidades, pero como sostiene LE MONDE, las quejas del primer ministro Valls son
muy discutibles. Francia no resulta tan generosa como su tradición exigiría,
aunque invoque la recepción de personas desplazadas por las guerras de Siria e
Irak. Algo parecido puede aplicarse a las observaciones escuchadas en Londres,
Varsovia o Madrid. Gran Bretaña cuestiona crecientemente el principio
fundamental y, de hecho, ésta ha sido una de las bazas fuertes en el triunfo
electoral de Cameron. A la postre, Alemania y Suecia, aunque presionados
también por fuerzas antiinmigración cada vez más pujantes, mantienen el
liderazgo en el esfuerzo de solidaridad (1).
Hace
unas semanas explicábamos las razones de la incomodidad europea hacia el
fenómeno de la creciente presión migratoria. No hay que responsabilizar sólo a
los dirigentes. Las sociedades, o sus líderes, intérpretes o portavoces más
activos, viven atrapados por contradicciones nada fáciles de resolver. No hay
una mayoría social en Europa que apoye una respuesta justa, solidaria y
progresista.
ALGUNAS
CIFRAS DE LA INFAMIA
La
ONU estima que el actual flujo de emigrantes que intenta llegar a Europa desde
las costas libias sustenta una negocio de 170 millones de dólares anuales. El
corresponsal en Egipto del NEW YORK TIMES, David Kirkpatrick, se desplazó
recientemente a Libia y elaboró un sensacional trabajo (2) que desgranaba la
contabilidad de este tráfico contemporáneo de personas. Éstas son, resumidas,
las cifras de la infamia:
-el
incierto viaje hacia la ‘prosperidad’ europea le cuesta de media a un emigrante
africano unos 1.600 $ (5.000 durante los años de Gaddafi)
-si
establecemos una media de 200 ‘pasajeros’ por esos barcos cerberianos, el
ingreso para estos negreros de hoy en día asciende a unos 320.000 $.
-en
el camino al puerto, durante el traslado en carretera, las milicias que se han
adueñado del país tras la ‘revolución ‘, cobran un ‘peaje’ de unos 100 $ en
cada puesto de control que franquea el autobús con los viajeros (en torno a
unos veinte por vehículo).
-los
edificios en que los negreros hacen esperar a los viajeros mientras se prepara
el barco que los arroja al Mediterráneo cuestan unos 5.000 $ mensuales, más una
especie de prima que se paga al casero o dueño en concepto de compensación por
el riesgo de una intervención policial.
-los
guardias que protegen estos edificios de esos riesgos y que aseguran el inicio
de la partida hacia los puntos de embarque cuestan unos 20.000 $ mensuales.
-el
flete de la embarcación que efectúa la travesía con capacidad para 250 personas se eleva a unos 80.000 $ y el bote
fuera borde que traslada a los viajeros, de veinte en veinte, hasta el barco
mayor cuesta no menos de 4.000 $.
-los
honorarios de los capitanes rondan los
7.000 $ (según nacionalidades: los hay con más o menos caché).
-luego
están las ‘minucias’ para el recorrido: un teléfono con conexión por satélite
que el capitán utilizar para avisar a la Cruz Roja cuando se llega a aguas
internacionales cuesta 800 $; un chaleco salvavidas se vende por 40$.
-si
los aspirantes a viajar no tienen la ‘suerte’ de llegar al mar, porque son
detenidos por las ‘autoridades’ libias, se ven recluidos en miserables centros
de retención donde son tratados literalmente como esclavos; se puede escapar de
allí, siempre y cuando dispongan de entre 500 y 1.000 $, que es lo que cuesta
sobornar a uno de los guardianes sin escrúpulos que los vigilan (el precio
incluye toda una familia, si ése es el caso).
La
Eunavfor Med, es decir, el
dispositivo militar de persecución y destrucción de las infraestructuras
mafiosas que arroja por miles y miles a los desesperados al Mediterráneo, se ha
establecido con relativa rapidez. Pero no termina de verse claro que tal
solución vaya a resultar efectiva, mientras Europa no incremente su capacidad
de influir positivamente en el control de las crisis que expulsa a las personas
de sus lugares de origen. Lo han puesto claramente de manifiesto los
guardacostas italianos, que se encuentran en primera línea del drama (3).
Proponen que, en vez de 'soluciones' militares de impacto se refuercen las operaciones
civiles de búsqueda y rescate; es decir, que se recupere una estrategia más
paciente, menos llamativa, quizás más cara (esto es dudoso), pero, a la postre
más eficaz en el empeño de salvar vidas.
(1) "Ce qui se
cache derrière les quotas européens de réfugiés". LE MONDE, 17 de Mayo.
(2 ) “Before
dangers at sea, African migrants face perils of a lawless Lybia”. DAVID
KIRPATRICK. THE NEW YORK TIMES, 27 de
abril.
(3)
"Italian coastguards: military action will not solve Mediterranean migrant
crisis". THE GUARDIAN, 19 de mayo.
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