14 de Mayo de 2015
El
primer ministro británico, David Cameron, disfruta estos días de su inesperado
éxito por mayoría absoluta, propiciado por el sistema electoral menos
equilibrado de Europa. Más que la obtención de un margen amplio para gobernar,
el gran mérito de Cameron ha sido mejorar los resultados de los anteriores
comicios, contrariamente a lo que es tendencia en Europa desde el comienzo de
la crisis. La canciller Merkel repitió triunfo pero se debilitó y tuvo que
pactar con los socialdemócratas.
UNA
AFORTUNADA ESTRATEGIA
Cameron
sale fortalecido de una gestión discutida, en absoluto brillante, privada de un
discurso convincente, pero eficaz en el momento oportuno. El líder conservador
parece haber acertado en confundir a la mayoría del electorado inglés
mixtificando la estrategia laborista de conquista del poder.Cameron insistió
una y otra vez durante la campaña en que Miliban pactaría con los nacionalistas
escoceses para ocupar el 10 de Downing
Street, poniendo así precio a la unidad nacional frente al separatismo del
norte.
Cameron
explotó las contradicciones laboristas sin desfallecer. Prefirió recuperar los
ecos del "capitalismo popular" de Margaret Thatcher y el repudio al
gasto social excesivo como generador de presión fiscal, y apeló a una falsa
irresponsabilidad de los laboristas en este terreno. En realidad, el laborismo
asumía en su programa la necesidad de seguir recortando el déficit público,
pero de forma más suave y escalonada.
En
política, importa tanto lo que es como lo que parece. Cameron aprovechó la
coincidencia de laboristas y nacionalistas escoceses en las críticas a la
austeridad para explotar una discordia latente entre ambos partidos, sabiendo
que uno u otro, o los dos, saldrían dañados. Y como la emergencia del SNP era
palpable, la derrota del laborismo en Escocia, aún a costa de reforzar el
independentismo, estaría garantizada. El patriotismo retórico de Cameron no
dudó en reforzar al independentismo por motivos partidistas.
El
líder tory no sólo ha neutralizado
una victoria laborista, como pretendía, sino que ha logrado lo que ni los más
optimistas en su entorno podían esperar. La mayoría absoluta le permite ordenar
el juego sin molestos acomodos con los
lib-dem, reducidos de nuevo a la insignificancia parlamentaria y al limbo
político, en castigo a una coalición equivocada.
DESCONFIANZA
EUROPEA
Algunos
analistas destacan, sin embargo, que la euforia tory por el triunfo del 7 de
mayo puede pronto revelarse efímera. David Cameron dispone de un margen de
siete escaños en el Parlamento. La dureza de la tarea que tiene por delante no
le permite afrontar con garantías una posible rebelión de partidarios. Los
motines conservadores no son extraños cuando la situación política o económica
se torna complicada. Le ocurrió a la todopoderosa Thatcher y a su débil
heredero Major, como antes le había sucedido al malhadado Heath.
El
temido motín contra Cameron tiene plazo fijo: 2017, año del prometido y ahora
ineludible referéndum sobre la permanencia en la Unión Europa. El primer
ministro propuso esa iniciativa precisamente para sofocar una presentida
erupción en el alma de los tories y limitar el crecimiento de los escépticos ya
desgajados del Partido Conservador. Con esa maniobra consiguió tranquilizar las
aguas en la bancada azul pero se comprometió a una apuesta arriesgada para la
siguiente legislatura, en caso de renovar mandato. ¿Por cuánto tiempo? Los
analistas políticos cifran en unos sesenta los diputados tories euroescépticos, más que en la legislatura anterior. La
amenaza de revuelta se mantiene.
Quizás por
esta razón, Camerón se está planteando adelantar el referéndum, para aprovechar
el rebufo de su triunfo electoral. Pero no se ve muy bien cómo el primer
ministro –cuya victoria no ha sido acogida de forma calurosa precisamente en
Europa- puede conseguir arrastrar a sus socios continentales hacia esa visión
insular que muy pocos comparten. La fricción registrada estos días por la nueva
política migratoria es buena prueba de ello.
DOS PINZAS Y MEDIA
El otro
referéndum, el de la independencia de Escocia, pudo ser neutralizado a
comienzos del otoño pasado, pero también a un precio no menor: el de prometer
la ampliación de las atribuciones autonómicas. Sin esa oferta de última hora,
cuando las encuestas no descartaban el triunfo separatista, no puede saberse
qué resultado hubiera arrojado la consulta.
La emergente
dirigente nacionalista escocesa, Nicola Sturgeon, ya le ha recordado estos días
a Cameron que no se conforma con la “devolución” (en nuestro lenguaje, el
paquete de competencias) que los conservadores tienen preparado para aplacar
las reivindicaciones de aquella parte de la debilitada Unión Jack.
De
esta forma, Cameron se mueve entre Brexit y Scotxit, es decir,
entre dos impulsos separatistas, interno y externo, que puede anegar su
flamante éxito en un drama político. El líder conservador intentará explotar su
brillante victoria electoral para conseguir concesiones de sus socios europeos,
pero no tiene garantizado el éxito.
Cameron
tiene que hacer muchas cuentas para reducir el déficit en 40 mil millones de
euros. Sus colaboradores manejan varias propuestas para minimizar el impacto.
Pero será difícil cuadrar el círculo. No podrán salvarse del todo la atención
sanitaria, las pensiones, el subsidio
por desempleo y otras prestaciones sociales. El tijeretazo va a
hacer sangre.
pesar de su derrota y de la presión del ala centrista a favor de un regreso a
las tesis de Blair, no es previsible que los laboristas se inhiban o se
muestren tibios ante los recortes conservadores. A esa pinza, que al menos
sería de mediana presión, habrá que añadir las dos más contundentes que aplicarán los nacionalistas escoceses: la
social y la nacional o territorial. En Downing Street se acabó el tiempo del champagne.
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