29 de diciembre de 2016
No es la primera vez que Estados Unidos adopta una resolución en las Naciones
Unidas que contraría a Israel, pero la abstención de esta semana en el Consejo
de Seguridad, que permitió la aprobación de la resolución 2334, tiene un
alcance de particular importancia. La decisión de la administración Obama es
más que significativa en el fondo y en la forma, pero sobre todo por el momento
en que se produce.
Básicamente,
la Resolución 2334 (llamada a forma parte de la historia del proceso de paz en
Palestina) condena a Israel por su política de expansión de los asentamientos
en los territorios ocupados en la franja occidental del río Jordán
(Cisjordania) y el sector oriental de Jerusalén. La resolución invoca la Cuarta
Convención de Ginebra, que prohíbe expresamente a las potencias ocupantes la
anexión del territorio bajo su control, la trasferencia de población ajena o
cualquier política destinada a alterar su equilibrio demográfico, que es
exactamente lo que Israel lleva haciendo desde 1967.
El
malestar entre los dos gobiernos adquirió dimensiones muy difíciles de manejar
desde la decisión norteamericana de resolver la cuestión nuclear de Irán no por
la fuerza, sino mediante un acuerdo de congelación y limitación temporal con
fuertes garantías. Para Netanyahu y la derecha israelí, se trató de una
auténtica traición. Pero con anterioridad, la extensión de los asentamientos
judíos ya había envenenado las relaciones bilaterales.
LA
COLONIZACIÓN, EL MAYOR OBSTÁCULO PARA LA PAZ
La colonización
judía de Palestina no es el único, pero sí el principal obstáculo para hacer
posible la fórmula que la comunidad internacional parece haber convenido en los
últimos años para resolver el conflicto más intratable del último medio siglo;
es decir, la solución de los dos estados: el actual Israel y Palestina. Ante la
creciente deriva de las opciones políticas en Israel hacia posiciones cada vez
más intransigentes, tanto en la cuestión palestina, como en otros asuntos de
contenido social, ideológico y religioso, el Likud, un partido nacionalista y
conservador pero tradicional, ha ido radicalizado su mensaje, para no ser
desbordado por las formaciones emergentes de la ultraderecha.
Hasta
tal punto se ha enrarecido el clima en Israel que el propio Netanyahu ha tenido
que frenar una iniciativa legislativa para legalizar asentamientos ilegales, es
decir, los que se han levantado sin el preceptivo permiso de las autoridades
israelíes. Algunos analistas temen que después del voto en la ONU, el primer
ministro no se conforme con represalias más o menos diplomáticas o técnicas y ceda
a las presiones para una regularización general.
Lo
novedoso de la resolución aprobada el 27 de diciembre es que el Consejo de
Seguridad establece que no reconoce cambios en las fronteras posteriores al 4
de junio de 1967, cuando comenzó la llamada guerra de los seis días, en la que
Israel ocupó territorio de Egipto, Siria y Jordania. La resolución menciona
expresamente Jerusalén, lo que ha dolido especialmente a los responsables israelíes,
que no han renunciado nunca a que la ciudad sea reconocida algún día,
internacionalmente, como la capital eterna del pueblo judío.
Netanyahu
reprocha a Obama que haya ido tan lejos, cuando en 2011 defendió, como habían
hecho algunos de sus antecesores, que en las negociaciones pudiera procederse a
intercambios de territorios, con un doble propósito: consolidar garantías de
seguridad para Israel, pero no sin perjudicar una razonable continuidad
territorial del futuro Estado palestino. Este empeño se asemeja a un puzzle
endiablado que la incesante actividad colonizadora hace cada día más difícil.
Es a lo que John Kerry se ha referido este miércoles cuando ha denunciado que
la colonización israelí hace inviable la solución de los dos Estados.
El
cruce de reproches vuelve a ser agrio entre Israel y Estados Unidos. Netanyahu
ni siquiera se privó de una lacerante ironía al declarar que mientras Siria se
deshace en pedazos a a la administración Obama no se le ocurre otra cosa que
emprenderla con sus amigos en el Consejo de Seguridad. Más grave aún es que el
primer ministro israelí haya acusado al gobierno norteamericanos saliente nada
menos que de haber orquestado la resolución. Washington y algunos de los otros
catorce miembros del organismo han desmentido categóricamente esta acusación.
Kerry ha
replicado este miércoles a Netanyahu que a los amigos hay que hablarles con
franqueza y respeto y que Israel ha estado desoyendo durante años los consejos
de Estados Unidos sobre lo peligroso de sus actuaciones. El Secretario de
Estado ha recordado, como era de esperar, que la actual administración
norteamericana ha superado todos los récords históricos en ayuda militar a
Israel y ha votado siempre en la ONU a favor de sus intereses. Pero el asunto
de la colonización se ha convertido en una línea roja porque perturba muy
gravemente, ha insistido Kerry, la solución de los dos estados
Esta
renovada irritación tiene un cierto aire a saldo de cuentas. Obama y Netanyahu
nunca se han entendido, esa es la verdad. La confianza se ha quebrado en
numerosas ocasiones. El primer ministro israelí abusó de las influencias judías
en Washington para inmiscuirse en la política interior norteamericana en
momento muy sensibles de confrontación entre la Casa Blanca y un Congreso dominado
por los republicanos.
Ahora, la
administración Obama está a tres semanas de echar el cierre y muchos de los
responsables de la política regional, incluido el propio Presidente, están
persuadidos de que Netanyahu no ha favorecido avances en el proceso de paz,
aunque también atribuyan parte del fracaso a los palestinos.
ESPERANDO A TRUMP
Por su parte,
los sectores más conservadores de Israel creen que este periodo negativo está a
punto de acabar. En el horizonte se avista, con alto grado de seguridad, un
giro radical en la política de Washington mucho más favorable a Israel. El
presidente electo norteamericano ha seleccionado como aspirante a embajador en
Israel a un hombre de negocios claramente contrario a la solución de los dos
estados y en absoluto contrario a la colonización, que se sepa. Incluso el
nuevo líder de la minoría demócrata en el Senado ha disentido de la abstención
en el Consejo de Seguridad, igual que uno de los mediadores más veteranos, el
exsenador Mitchell.
En
realidad, la abstención, por mucho que irrite a Israel, era la opción más
prudente y moderada de las que había barajado estos últimos meses la
administración Obama. Europa, con Francia a la cabeza, favorece iniciativas más
rotundas para avanzar en el proceso y garantizar la viabilidad de un Estado
palestino. De hecho, a mediados de enero hay programadas citas diplomáticas
inmediatas que podrían arrojar novedades. Para entonces, presidirá el Consejo
de Seguridad Suecia, país conocido por sus tradicionales posiciones pro-palestinas
(ya ha reconocido el Estado palestino, de hecho). Trump puede inaugurar su
mandato con una crisis con sus aliados europeos por el asunto de Oriente Medio.
Un mal comienzo para un mandato que el mundo espera con el corazón encogido.
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