24 de mayo de 2017
Durante
la campaña, Trump exhibió una tendencia enfermiza a proyectar un universo
paralelo: sobre la decadencia de América, sobre el desequilibrado sistema
comercial mundial, sobre la amenaza migratoria… O sobre la guerra de
religiones. “El Islam nos odia”, dijo una y otra vez, en una irresponsable
incitación a eso mismo que él pretendía falsamente denunciar.
Trump
aterrizó en Arabia Saudí dispuesto a someterse a un giro orwelliano, con tal de salir indemne de un potencial desastre
diplomático. Se avino a corregir su embridar su retórica y a decir lo que le aconsejaron,
con mayor o menor agrado. Dicho a la manera trumpiana:
a comerse sus propias palabras. Stephen Miller, el mismo asesor xenófobo que
elaboró parte de sus exabruptos de campaña, le apañó para la ocasión un
discurso de tono conciliador, con el que hacer olvidar tanta barbaridad
demagógica reciente. En definitiva, una vuelta al guion convencional, al que
informa la política exterior norteamericana desde antes de que él naciera.
En
su forzada corrección (1), Trump no incidió en las causas profundas del
terrorismo o de la inestabilidad de la región, como intentó Obama en 2009, en
su mensaje de El Cairo, con mayor honestidad intelectual. Pero no era eso lo
que le interesaba al actual presidente, y mucho menos a sus anfitriones saudíes.
De
lo que se trataba era de que todo volviera a estar en su sitio con los jeques, tras
la incómoda era de Obama, debido al acuerdo nuclear iraní y a los recelos (que no
la oposición) del anterior presidente a avalar en su totalidad los excesos
saudíes en Yemen.
Trump
le dijo a los saudíes lo que quieren oír: que la Casa Blanca considera a Irán
como el principal agente perturbador en
Oriente Medio, con su respaldo político, militar y financiero a la Siria de
Assad y a las milicias terroristas de Hezbollah en el Líbano, los grupos
paramilitares shíies en Irak o la minoría houthi en Yemen.
La
restauración del orden se coronó con una cuestionable venta de armas (110 mil
millones de dólares). Y para rematar la puesta en escena, el showman televisivo se sometió un
espectáculo de folklore local que no le debió hacer gracia alguna. El paseo de
su esposa e hija, con modelos ad hoc
para no escandalizar a la puritana familia anfitriona, puso la guinda de la performance.
EL
ALIVIO IRANÍ
Mientras
el contenido presidente recitaba estas y otras cantinelas que apenas entiende,
en Iran se confirmaba la reelección del moderado Rohani como presidente de la
República, por un margen convincente, casi veinte puntos, frente a su rival, el
conservador Rasi, de siniestro historial. El presidente iraní, más formado y
experimentado que su homólogo de Washington, situó el contexto con elegante
discreción. En vez de enredarse en replicas inútiles, resaltó su deseo de que
la “nueva administración norteamericana se asiente para abordar los asuntos que
interesan a ambos países en beneficio de la estabilidad regional”.
Los
resultados en Irán suponen un alivio transitorio. Como señala Suzanne Maloney,
una de las principales expertas occidentales en la República islámica, el
importante triunfo de los moderados y aperturistas no elimina las resistencias
del establishment conservador, que sigue controlando gran parte del aparato
militar y policial y la judicatura. Más de un tercio del electorado sigue
respaldando a los ultras (2).
No
obstante, hay motivos para ser moderadamente optimista. El triunfo de Rohani se
ha amplificado por el excelente resultado de los reformistas y moderados en los
comicios municipales paralelos. En Teherán, por ejemplo, todos los concejales
pertenecen a la línea aperturista. La perspectiva de una transición aperturista
parece más cercana ahora, para algunos observadores, como el teólogo iraní
exiliado Mehdi Khalaji (3).
Trump
permanece ajeno a estos contrastes y matices. para no estorbar el exótico reality show de Ryadh. Iran tiene un
sistema político brutal, pero al menos un parte de sus dirigentes son elegidos
por la ciudadanía. Arabia Saudí es una dictadura teocrática sin matices.
Con
este bagaje tan pobre, Trump fue a cumplimentar al otro aliado tradicional de
Washington en la región que contempla el nuevo tiempo con aparente entusiasmo:
Israel. Ya no tanto. La euforia de los ultranacionalistas israelíes tras el
triunfo de Trump se desvanece a medida que pasan las semanas. La promesa
electoral de trasladar la embajada norteamericana a Jerusalén se ha olvidado.
La barra libre a las colonias se ha esfumado, aunque Trump se mostrará más
permisivo que Obama. Sin hacer mucha alharaca, en la Casa Blanca se recupera la
doctrina de los dos estados. A falta de un cambio de sustancia, gestos: como la
foto en el Muro de las lamentaciones, con desprecio de la sensibilidad
palestinas, apenas compensada con una visita de compromiso a Belén.
El
soplo de Trump al jefe de la diplomacia rusa de una supuesta operación
terrorista del Daesh, suministrada a
Washington supuestamente por el Mossad, ha alertado a la inteligencia israelí. Los
serios y profesionales servidores del “puño de David” no comparte el entusiasmo
de los extremistas que menudean en el gobierno: prefieren el estilo serio y
articulado de Obama, pese a las diferencias de concepto que pudieran haber
existido (4).
EL
ATENTADO DE MANCHESTER Y EL ESPECTRO DEL IMPEACHMENT
Como
contrapunto trágico de la orquestada gira de Trump, ocurría el atentado de
Manchester. Por primera vez, el látigo del terrorismo yihadista sacude una
campaña electoral en Occidente. ¿Casualidad? Probablemente, aunque quizás es
más acertado estimar que el Daesh
golpea cuando puede y no cuando quiere.
Manchester,
en todo caso, es obra de grupos extremistas que son tributarios de una visión
medievalista de la fé no muy distinta de la que inspira a la petromonarquía saudí. Días antes de la
llegada de Trump, Arabia Saudi utilizó a Egipto en la ONU para impedir una
moción de Washington que pretendía incluir en la lista mundial de
organizaciones terroristas al “Estado Islámico de Arabia”. El argumento de
Ryadh, que irritó a Washington, es que no existe tal cosa, que en el suelo
saudí no hay una estructura del Daesh,
sino células sueltas o “lobos solitarios”, como en Occidente. Naturalmente, es
dudoso que Trump evocara este asunto en su lobotomizada
estancia entre palacios y verbenas.
A
la espera de la etapa europea, el primer viaje de Trump al exterior con aires
de ópera bufa se salda de la manera esperada. Más allá de un gafe menor, la camisa de fuerza impuesta por
colaboradores y/o familiares ha evitado ridículos mayores.
El
ganador del colegio electoral ha
estado más pendiente del goteo incesante de sus destrozos internos. Nuevas
revelaciones ofrecen indicios cada vez más inquietantes de que Trump ha
intentado obstruir la labor de la justicia y manipular en su beneficio a los
servicios de inteligencia. La obscena exhibición de su incompetencia se solapa
con una conducta que podría ser considerada delictiva.
NOTAS
(1) “Don’t be fooled by Trump’s Saudi Arabia
speech. He’s still an islamophobe”. MEHDI HASSAN. THE WASHINGTON POST, 22 de mayo.
(2) “What will Rohani’s repeat mean for Iran
and Washington”. SUZANNE MALONEY. BROOKINGS
INSTITUTION, 22 de mayo.
(3) “Iran’s next big transition is coming
sooner than you think”. MEHDHI KHALAJI. THE
WASHINGTON INSTITUTE, 23 de mayo.
(4) “Israel intelligence furious over Trump’s
loose limps”. KAVITA SHURANA, et alas. FOREIGN
POLICY, 19 de mayo.
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