17 de mayo de 2017
De
joven, el flamante presidente francés quería ser dramaturgo. Con esa ambición
sedujo a su profesora y terminó convirtiéndola en su esposa. Una historia
personal casi insuperable, de esas que definen una biografía, que perfilan un
carácter. Luego ha ido ampliando su producción, tanto en el terreno de la
realización privada, como en el de la vida pública. Se encuentra ahora en plena
ejecución de su obra maestra. Ha concluido con brillantez el primer acto (planteamiento:
su ascenso político) y el segundo (nudo: la victoria electoral); le queda ahora
el tercero (la realización: el gobierno).
UN
ÉXITO A CABALLO DE LOS TIEMPOS
Macron
ganó las recientes elecciones francesas con un mensaje de optimismo, de confianza
en las posibilidades del país y de reunificación de las energías nacionales y
sociales. Nada original. Nada nuevo, pese a las favorables proyecciones
mediáticas, basadas en el endeble argumento de que no pertenecía a los partidos
tradicionales de la V República.
En
política, hay pulsiones que, siendo muy superficiales, resultan muy eficaces.
En tiempos de fatiga, de desconcierto, de escepticismo, la tentación de la
novedad es muy poderosa. Macron representa eso: el espejismo de lo nuevo, de lo
distinto, de lo positivo.
La
victoria de Macron ha hecho que muchos analistas crean conjurado, al menos de
momento, el peligro del populismo, del nacionalismo extremista, de la extrema derecha. Es una pretensión
engañosa. En Francia, había un voto del miedo manipulado por Marine Le Pen y el
Frente Nacional y un voto del miedo al miedo, sobre el que ha cabalgado con
habilidad el candidato vencedor.
El nuevo tiempo en Francia no será muy distinto del viejo, pero tendrá un envoltorio distinto. Los problemas de un país no los cambia casi nunca unas elecciones, ni siquiera a veces una revolución (o varias, en cadena). La historia ofrece numerosos ejemplos de uno y de lo otro. En la política actual, tan importante es lo que pasa como lo que se representa. Macron es el resultado provisional de una fabulosa representación. Inacabada.
LOS
PRIMEROS PASOS
Macron-presidente
tardará en diferenciarse del Macron-candidato. Parecerse lo más posible a lo
que se dice ser es un activo carísimo en política, y más ahora cuando la
confianza ciudadana anda tan escasa. Los primeros pasos en el Eliseo han sido
muy calculados.
1)
Visita a Alemania para unir su suerte a la de la dirigente política más estable
de Europa: Angela Merkel. Macron se erige en recuperador de un eje franco-alemán
que, en realidad, nunca ha estado seriamente en cuestión. Hollande prometió liberarse de la austeridad, pero no quiso o no puedo
hacerlo, y desde luego nunca se planteó impugnar la alianza estratégica con
Alemania. Macron no inventa nada, ni siquiera reescribe esta parte del guion.
Más bien, acentuará la tramoya. Inflará la agenda, con el consentimiento de
Merkel, que puede servirse del joven líder francés para apuntalar sus ya
sólidas perspectivas electorales en septiembre, como se ha visto con el
batacazo socialdemócrata en la Renania del frenado Shultz. Macron y Merkel se encontrarán muy a gusto en el
terreno compartido de la ambigüedad.
2)
Nombra a un segunda fila de la derecha como primer ministro. Es difícil que
pueda haber sorprendido la designación de Edouard Philippe. Su nombre circulaba
hace días en las quinielas políticas. No ha pasado por alto que este
político es uno de los veintiún parlamentarios que no ha cumplido estrictamente
con las reglas de transparencia sobre patrimonio e intereses. Algo poco
coherente con la regeneración que Macron proclama.
La selección no ha podido ser más
cuidadosa. Macron ha elegido a un personaje secundario, sin ambiciones a corto
plazo. Un político que interpreta bien el estilo macronista: dice que a veces es de derechas y a veces de izquierdas
(sic).
Philippe, hasta ahora alcalde de Le Havre, una ciudad atlántica de la desembocadura del Sena, es un fiel de Juppé, el líder del sector moderado, más centrista de la derecha. Juppé fue derrotado por Fillon en las primarias con un programa contrario sin ambages al discurso nacional-populista que había ido calando en su partido desde los tiempos de Sarkozy.
La intención de Macron parece clara: elige a un dirigente de la derecha tibia para agudizar las contradicciones de Los Republicanos, afilar aún más el debate de las legislativas y cobrar ventaja en la más que probable batalla de la cohabitación. Macron ya despedazó al Partido Socialista. No es probable que haga lo propio con la derecha. Pero puede neutralizarla o dificultar sobremanera su labor de oposición. En eso parece estar. La composición del gobierno es corolario de lo anterior.
3)
La conclusión de las listas electorales con la que competir con garantías en
las legislativas de junio también lleva esa marca de ambición con formas suaves
que caracteriza a Macron. El político externo a su formación que con más
claridad apoyó su candidatura presidencial, François Bayrou, líder del
centrista MODEM (Movimiento demócrata) ha empezado a probar los peligros de la
engañosa suavidad de su socio político. Después de pactar con él o con sus
colaboradores una reserva de puestos en las listas de las legislativas, se vio
cogido de corto, en artimañas propias de la vieja política de siempre. Al
final, tras poner el grito en ese cielo que Macron ocupa ahora casi en
exclusiva, consiguió recuperar algunas posiciones en la batalla política. Pero
la confianza puede haber quedado comprometida.
EL
GRAN DESAFÍO
El
gran desafío para Macron no estará en el escenario, sino en la platea, en parte
en el patio de butacas (los poderes económicos que le reclamarán la involución
social) y sobre todo en el gallinero,
es decir, en los espacios alejados de las mejores posiciones de visión, en las
fábricas, talleres, oficinas, aulas, ambulatorios, transportes públicos y demás
lugares donde la derrota de la extrema
derecha será alimento muy escaso para afrontar la dura vida diaria.
Para
navegar en este horizonte de conflicto, Macron reescribirá el guion de
identificar extrema derecha y extrema izquierda. Con la etiqueta de
los extremos coincidentes intentará neutralizar la contestación,
deslegitimarla, hacerla sospechosa. Le ha servido en la campaña, pero será
mucho más difícil conseguirlo desde el Eliseo.
Macron
puede maniobrar sobre el escenario dar continuidad a los actos anteriores. Pero
igual que el acto tercero de una obra teatral exige máximo poder de convicción
y una superior tensión dramática, gobernar es siempre más exigente que hacer
campaña. Su anterior experiencia de gobierno al frente de Economía resultó
decepcionante, pero consiguió que su responsabilidad se disolviera en la de su
patrón Hollande. Ahora no tiene ese recurso. Macron ya no es un outsider. El
poder lo ha colocado bajos los focos, en el lugar central, sin pausas ni
escapes. Ningún otro tropiezo minimizará los que él pueda cometer sobre las
tablas. La ambigüedad tiene los días contados. El optimismo está amortizado con
la victoria. Ahora comienza el verdadero drama de gobernar. El acto decisivo.
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