8 de mayo de 2017
Dos
de cada tres franceses que decidieron votar el 7 de mayo han entregado a Macron
la confianza para alejar el peligro del nacional-populismo. Un triunfo claro, esperado
y tranquilizador para buena parte de la sociedad, pero construido sobre
demasiadas incógnitas. Lo que explica la cifra de abstención más alta en
cuarenta años (25%) y el llamativo voto en blanco o nulo (casi el 9%).
El
flamante Presidente compareció dos veces en la noche electoral. Primero, con
una declaración institucional, muy formal y grave. La segunda, en el Carrusel
del Louvre, para compartir la victoria con decenas de miles de sus seguidores.
Apareció sólo, en una estampa que evocó a Mitterrand, con el europeo himno a la
alegría acompañando su paso. En ambos discursos, el mismo el mismo halo de
ilusión, generosidad, modestia y unidad. Un aire presidencial clásico. Ni rastro de partidismo. Una
victoria de Francia. El humilde orgullo de sentirse francés. Un tono humanista,
integrador y europeo para replicar al nacionalismo excluyente derrotado. Nada
que pueda dividir, nada que presagie una definición política.
En
el Carrusel del Louvre, donde estuve, reinaba la alegría y el alivio.
Pluralidad social. Más gente joven, pero también mayor. La población de origen
inmigrante, la más entusiasta.
EL
SHANGRI-LA DE MACRON
Sólo
una sexta parte de los electores de Macron en la segunda vuelta lo votaron por
su programa; uno de cada dos, para impedir una victoria o simplemente el
peligro ascenso de la ultraderecha. Significativo.
Macron
debe gran parte de su triunfo a no hacer enemigos, a no molestar a casi nadie (excepto
al FN, naturalmente). Eso le ha obligado a no hablar demasiado claro, a refugiarse
en un programa ambiguo, a defenderse en un campo de generalidades.
El
discurso del Macron candidato ha sido una colección de buenos deseos, de ideas
tradicionales con un vago aroma renovador, de normalidad democrática, de
mensajes previsibles. La clave de su éxito ha estado en el tono, no en la
sustancia. En su aire kennediano de
apelación al esfuerzo de todos y cada uno en favor del bien común; en un
optimismo basado en la voluntad, pero poco asentado en la realidad; en una
indefinida invocación a una nueva manera de entender y practicar la política,
sin explicitar en qué consiste.
Sin
embargo, lo que hasta ahora ha operado como fortaleza, puede convertirse pronto
en debilidad. En efecto, la ambigüedad puede servir para sumar millones de
votos en unas elecciones, sobre todo si enfrente se tiene el fantasma del
extremismo, pero puede ser insuficiente para gobernar. El shangri-la macroniano de una Francia feliz en la que todo el mundo
se sienta a gusto puede desvanecerse de la noche a la mañana. Primero, en el campo
político y, más tarde en el ámbito social.
EL
DESAFÍO DE GOBERNAR
Las
elecciones legislativas se jugarán el 11 y 18 de junio. Aún no se sabe si Macron
podrá contar con una mayoría propia suficiente para gobernar o dependerá del
apoyo de los partidos derrotados en estas elecciones. El nuevo Presidente no
renuncia a insuflar a su movimiento político del élan necesario para convertirse en hegemónico. Pero es una tarea
aún incierta. La derecha (Los Republicanos) aspira a cobrarse la revancha y
jugar de nuevo la carta de la cohabitación, es decir, el contraste o
reequilibrio del poder del Eliseo desde la plataforma de Matignon (sede de la
jefatura del gobierno). Los socialistas, en depresión indisimulada, sólo pueden
convertirse en comparsa o quedar relegados a la marginación.
Macron
no ha revelado aún el nombre del primer ministro con el que espera adoptar las
medidas más urgentes, en materia económica, social y política. Se trata de una
decisión clave, porque puede dar una idea de las alianzas que el nuevo
presidente considera más conveniente a sus planes.
La
derecha trata de devaluar el triunfo de Macron como el puro reflejo del miedo a
la extrema derecha y califica al nuevo presidente de heredero soterrado de
Hollande. Frente a los amagos de Macron para atraerse al sector más moderado de
LR, el partido tradicional de la derecha francesa adopta una actitud desdeñosa.
El responsable de la campaña legislativa, François Baroin, una estrella en alza,
ha dicho que Macron “ha ganado la batalla de la ambigüedad, pero Los
Republicanos ganarán la batalla de la claridad”. Es una buena codificación del
mensaje que debe esperarse de la derecha en los comicios de junio. Si LR
obtienen la victoria es muy difícil que se sumen al proyecto de Macron.
Tratarán, por el contrario, de reducir su capacidad de maniobra, de restarle
protagonismo y alcance, de convertir su presidencia en una transición hacia la
recuperación del poder pleno en 2022.
En
cuanto al PSF, las opciones restan limitadas. Para conjurar la posible hipoteca
de haber formado parte del primer equipo de Hollande, Macron no ha hecho guiños
de complicidad a los socialistas. Al contrario, más bien aspira a absorber al sector
más liberal del partido, es decir, los que ya le han apoyado en su aventura
política, pero con sus condiciones. Dicho de otra forma, Macron será muy cuidadoso
en no parecer demasiado próximo a sus antiguos compañeros de gobierno. De los
socialistas, a Macron sólo le interesan algunas individualidades. Y cuanto más
se debilite el partido, más fuerte serán sus opciones de construir una mayoría
propia. Un drama para el PSF, que ha sido la formación política ajena que más
ha defendido el voto a Macron en la segunda vuelta.
LA
DOBLE OPOSICIÓN DE LOS EXTREMOS
El
Presidente tendrá dos rivales claros: el nacional-populismo derrotado pero más
que pujante y la izquierda insumisa, radical o simplemente inconformista.
Marine
Le Pen ha obtenido once millones de votos, en una soledad absoluta, con un gran
esfuerzo de movilización de casi todo el sistema en su contra. Su derrota no es
para relajarse. El Frente Nacional aspira a aprobar la asignatura pendiente; es
decir, lograr una posición parlamentaria fuerte e influyente. El sistema
electoral les perjudica, porque el filtro de las dos vueltas y su aislamiento
político les hace enfrentar coaliciones muy poderosas.
La
izquierda más radical, que no extremista, librará su oposición en la calle, en
las fábricas, en los servicios públicos. No tendrá otra alternativa que
desafiar al Presidente con la movilización social, en cuando se confirme un previsible
programa de gobierno con los parámetros tradicionales de neoliberalismo más o
menos compasivo. El riesgo de confluir con la derecha nacional-populista es
grande. De ahí que Melenchón ya haya dicho que la suma de la abstención, los
votos en blanco y los nulos han superado los números del Frente Nacional. Una
matemática política discutible.
En
fin, Francia tendrá el líder más joven (39 años) desde Napoleón. Suave en sus
maneras, pero lleno de ambición y determinación, como ha escrito Anne Fulda, una
de sus primeras biógrafas. ¿Será Macron un puño de hierro en un guante de seda?
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