25 de marzo de 2020
Algunos
dirigentes mundiales han acudido a la terminología bélica para referirse a la
lucha contra el coronavirus. Resonancias churchillianas se han escuchado
en Macron, en Sánchez o en Conte. Menos en Merkel, siempre más comedida. No en
Trump, que ha vuelto a dar buena muestra de su incontinencia y su imprudencia.
La
preocupación de la mayoría de los líderes mundiales ante una situación
desconocida por su magnitud y duración es comprensible. Las invocaciones
constantes a la unidad nacional, también. La cohesión social está comprometida
en situaciones como ésta. Es difícil ceder a la tentación de sacar réditos
políticos. Lamentablemente hemos asistido a algunos casos estos días. Las
razonables críticas a la falta de agilidad en la respuesta están contaminadas,
en algunos casos, por cálculos ventajistas. En
las relaciones internacionales, la crisis del Coronavirus ha dejado rastros muy
inquietantes.
TRUMP
DEMONIZA A CHINA
En
el centro de la tormenta se sitúa China. La pandemia ha vuelto a tensar las
relaciones entre las dos superpotencias. Las autoridades de Pekín revertieron una
situación desfavorable, con una combinación de autoritarismo sin complejos y
una determinación asombrosa. En buena parte del mundo occidental se observa un
reconocimiento medido de la actuación china.
En
la administración Trump, sin embargo, se ha preferido optar por el espíritu combativo
de la guerra fría. Desde el absurdo término de “virus chino” empleado por el lenguaraz
presidente, hasta los reproches directos o
velados de algunos de sus colaboradores. El secretario Pompeo acusó a Pekín
de “provocar un riesgo para su pueblo y para todo el mundo”. El otrora
ultraderechista jefe propagandístico, luego despedido, Steve Bannon, dijo que
en realidad Trump se equivoca: no es “virus chino”, sino “virus comunista chino”
(1).
Yanzong
Huang, un colaborador del Consejo de Relaciones exteriores de Washington y
especialista sanitario ha descrito la secuencia del enfrentamiento
chino-norteamericano por el coronavirus (2). Lo curioso del caso es que
Washington y Pekín comparten un historial de positiva colaboración en materia
de pandemias. Al comienzo de la crisis, parecía que se iba a seguir en la misma
línea. Trump charló cordialmente por teléfono el 7 de febrero con Xi Jinping y
le ofreció la ayuda del Centro de prevención de enfermedades.
Pero
algo ya se había torcido horriblemente unos días antes. Comenzaron los cruces
de reproches y amenazas y el postureo nacionalista por ambas partes. A los
chinos les ofendió la publicación de unos artículos en la prensa americana y
expulsó a periodistas de varios medios afincados en Pekín (Wall Street
Journal, New York Times y Washington Post). Las palabras subieron de tono
hasta alcanzar el ridículo: acusaciones mutuas de haber provocado deliberadamente
la producción y extensión del virus. Hasta llegar a la situación actual.
Otros
veteranos de la cooperación china-norteamericana como Paul Haenle, miembro de
las administraciones Obama y Bush Jr., (3) abogan por la recuperación de la
confianza, en beneficio de la salud mundial, como han hecho, por ejemplo, Bill
y Melinda Gates, que donaron 5 millones de dólares a China el pasado mes de
enero, o el multimillonario chino Jack Ma, que envió un millón de mascarillas y
500.000 kits de pruebas a Estados Unidos.
EL
DESACOPLAMIENTO
Todo
inútil. Centauros de la guerra fría insisten en el “poder maligno” de Pekín
y en la necesidad de adoptar medidas en consecuencia. En esta administración y
fuera de ella hay una línea de pensamiento que ha ganado fuerza en los dos
últimos años: la promoción de lo que se ha llamado el desacoplamiento de
las economías norteamericana y china. Se apreció claramente durante la reciente
guerra comercial (inacabada). Mientras unos altos cargos pretendían simplemente
obtener concesiones de Pekín, esa corriente radical vio llegado el momento de presionar
a favor de desvincular progresivamente las economía de las dos superpotencias (4).
La
lógica del desacoplamiento ha resurgido ahora como consecuencia del
coronavirus, como era de temer. Los reproches sobre la supuesta estrategia de
Pekín de favorecer la dependencia occidental en material sanitario (mascarillas,
herramientas de pruebas, equipos de protección individual, etc.) han encontrado
eco en el Congreso. Algunos legisladores republicanos han presentado proyectos
de ley para reducir los intercambios entre los dos países en el dominio sanitario.
Los
partidarios de la línea dura en las relaciones comerciales con China aseguran
ahora que, debido a la recesión económica provocada por la crisis, Pekín no estará
en condiciones de honrar el compromiso que puso fin a la guerra, en particular
la compra adicional de productos norteamericanos por valor de 200.000 millones
de dólares.
LAS
VÍCTIMAS MÁS VULNERABLES
Mientras
la paranoia de la seguridad cunde, se observa menos preocupación por la suerte
de las poblaciones más vulnerables, como son los refugiados, por ejemplo. La
ONU y las ong’s han denunciado estos días la pavorosa situación de
desprotección en la que se encuentran los 70 millones de personas desplazadas
en todo el mundo. Se ha hecho especial hincapié en los cuatro millones de sirios
agolpados en Turquía o llegados a Grecia, en otros tantos yemeníes al borde de la
desnutrición, en los afganos que malviven en Pakistán o en Irán, o en los rohingya
expulsados de Myanmar, o los incontables y olvidados africanos. Sin dejar de
tener en cuenta, claro está, a los refugiados más estables o más veteranos,
como los palestinos de Gaza y de todo Oriente Medio (5). Para ellos no hay
material de protección, ni lo habrá. Y en un hábitat de hacinamiento e
insalubridad, no hay lugar para la “distancia social”.
Trump
ha respondido a esta inquietud creciente, a su estilo: limitando aún más un ya
escuálido derecho de asilo en Estados Unidos. Estos seres humanos preocupan bastante
menos que las supuestas maquinaciones perversas de los enemigos reconocibles.
Otros
analistas más templados tratan de ofrecer una visión más allá de la angustia actual sobre cómo el Coronavirus cambiará el mundo.
Una docena de expertos en relaciones internacional ofrecen un diagnóstico
ligeramente pesimista: un mundo menos abierto, fin de la globalización en su
estado actual, mayor dominio de China, más estados fallidos y debilitamiento del
liderazgo norteamericano. Pero también se hace virtud de la necesidad y se predice
un renovado sentimiento de resistencia, la reinvención de empresas y sectores,
la urgencia de diseñar nuestras estrategias de convivencia mundial y una optimista
invocación de cada cual a sacar lo mejor de sí mismos (6). Lo que Macron,
Sánchez y Conte, por citar sólo a los líderes europeos más agobiados, han
tratado de hacer desde ya mismo.
NOTAS
(1) “Coronavirus
drives U.S. and China deeper into global power struggle”. MICHAEL CROWLEY,
EDWARD WONG y LARA JAKES. THE NEW YORK TIMES, 22 de marzo.
(2) “U.S. and China could cooperate to defeat the
Pandemic”. YANZHONG HUANG. FOREIGN AFFAIRS, 24 de marzo.
(3) “U.S.-China cooperation on Coronavirus hampered by
Propaganda war”. PAUL HAENLE y LUCAS TCHEYAN. CARNEGIE ENDOWMENT FOR
INTERNACIONAL PEACE, 24 de marzo.
(4) “Beyond the trade war. A competitive approach to
countering China. ELY RATNER, ELISABETH ROSENBERG Y PAUL SCHARRE. FOREIGN AFFAIRS,
12 de diciembre de 2019.
(5) “Coronavirus can hit the world’s mos t vulnerable
peoples hardest”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 24 de marzo; “10 things you
need to know about coronavirus and refugees”. NORWEGIAN REFUGEE COUNCIL, 16 de
marzo.; “The next wave”. COLUMN LYNCH y ROBBIE GRAMMAR. FOREIGN POLICY, 23 de
marzo.
(6) “How the world will look like afther the Coronavirus
Pandemic”. VARIOS AUTORES. FOREIGN POLICY, 20 de marzo.
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