24 de febrero de 2021
Si en el ámbito interno Joe Biden tomó decisiones rápidas, inmediatas, para desbaratar la herencia más perniciosa del mandato de Donald Trump, el cambio de rumbo en política exterior se hace esperar. En cierto modo es comprensible, porque los EE.UU. no pueden, ni quieren, bailar solos y las decisiones son más complejas.
Hasta la fecha, el nuevo inquilino de la Casa Blanca ha realizado declaraciones de intenciones que suponen un giro con respecto a su antecesor, pero aún no se visualiza muy bien el contenido práctico de esas nuevas políticas. Rusia, China y Oriente Medio son los tres principales teatros de actuación.
RUSIA: EL RIESGO DE SOBREACTUACIÓN
La decisión más concreta hasta ahora ha sido la prórroga (cinco años) del acuerdo NEW START (limitación del armas nucleares estratégicas) con Rusia. Pero se trata de una medida para ganar tiempo y definir una nueva política sobre control armamentístico (1), que depende, como es lógico, de cómo se articulen las relaciones con Moscú. Nada indica otro reset, como el que Obama ensayó fallidamente en 2009. Entonces el presidente ruso no era Putin sino su socio Mevdeved, aunque siempre se dudó de su liderazgo real. La carrera armamentística nuclear ha experimentado una aceleración notable desde comienzos de siglo, a pesar del NEW START, debido al fomento de los dispositivos antimisiles, que debilitan la disuasión (2).
Biden
y todo el establishment demócrata desconfían profundamente de Putin. Esa
actitud se nutre de una cultura de guerra fría, reforzada por la orientación
autoritaria que el líder ruso ha ido adoptando a medida que se afianzaba en el
Kremlin y se desprendía de las amenazas a su poder (oligarcas, oposición
liberal, disgregación regional). Las sospechosas relaciones con Trump le han
servido para recuperar peso e influencia en zonas externas, como Oriente Medio,
y presión en el entorno cercano (Bielorrusia y Ucrania), pero suele exagerarse
el poderío ruso y su capacidad para desestabilizar áreas de interés occidental.
Para
intentar definir un nuevo marco de relación con Rusia, Biden quiere (y necesita)
recuperar el vigor de una Alianza Atlántica en el momento más crítico de su
historia. A sus 70 años bien cumplidos, la OTAN es una dama repleta de
achaques. “En muerte cerebral”, dijo Macron, teatralizando la situación. El
daño de Trump ha sido llamativo por su brusquedad, pero no debería ser
inquietante. No hay casi nadie en los resortes de poder en Washington que le
siguiera el juego al incendiario expresidente. Pero las perturbaciones transatlánticas
eran anteriores a Trump y con sólidas raíces. Con Obama hubo mucha amabilidad
aparente, pero bastantes desacuerdos subyacentes, algunos desencuentros sonoros
y tensiones por episodios desafortunados. Biden quiere restañar heridas y
superar dificultades. Desde los think-tanks se articulan los campos de
cooperación (3).
La
semana pasada, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, habitual toma de
temperatura de las relaciones atlánticas, hubo bellas palabras de Biden sobre
la recuperación del espíritu aliado. Pero los europeos dejaron entrever sus
reticencias y un cierto escepticismo sobre la importancia que Washington
concede a Europa en estos tiempos. De ahí que alemanes y franceses insistan
desarrollar una política exterior cada vez más autónoma, y lo dejaron claro en
Múnich tanto Merkel como Macron (4). Otra cosa es que coincidan en cómo hacerlo
y en el calibrado de sus iniciativas. La separación británica complica aún más
las cosas.
El
reciente viaje a Moscú de Josep Borrell ha mostrado las carencias de esa
estrategia. El Kremlin no está dispuesto a permitir que Europa quiera
introducir en el menú de las relaciones el respeto por los derechos humanos y
las libertades políticas en Rusia. Era ilusorio esperar lo contrario. La
encarcelación de Navalny y la represión
de las manifestaciones son asuntos vedados. Por eso, algunos analistas creen
que la visita debía haberse aplazado hasta que los aliados hubieran definido
con precisión objetivos y agenda de la relación con Moscú.
Sea como fuera, los problemas de fondo en relación con Rusia no son de fácil solución. El caso más emblemático es el proyecto de gasoducto Nord Stream 2, que Berlín quiere mantener a toda costa, por muy incómodas que sean sus relaciones con el Kremlin. En esta Casa Blanca se piensa que Alemania debería poner condiciones a esa colaboración, pero saben que si Merkel no lo ha hecho, más improbable resulta que lo haga su sucesor. El previsible candidato democristiano, Armin Laschet, pasa por ser aún más acomodaticio con Moscú (5). Putin no se fía de esa aparente falta de sintonía transatlántica y mantiene la frialdad (6).
CHINA: DESCONEXIÓN ALIADA
China
es otro asunto que generara difíciles debates entre los aliados occidentales. La
UE concluyó un acuerdo de inversiones con Pekín cuando Biden aún no había
tomado posesión, lo que provocó malestar explícito a su equipo de seguridad
nacional. Merkel quería cerrar ese capítulo como colofón a los seis meses de
presidencia europea. Pero sobre todo deseaba blindar los intereses de la industria
exportadora alemana (7).
Biden
revertirá los aspectos más autolesivos del mandato de Trump, porque los
incrementos arancelarios han perjudicado más a Estados Unidos que a China, pero
no habrá un giro de 180º grados en la política hacia Pekín. Cabe esperar una
mayor dureza en los asuntos de derechos humanos y políticos en áreas sensibles (Hong-Kong,
Xin Jiang) y una mayor vigilancia en áreas de presión china (Taiwan y Mar del
Sur de China). Pero la capacidad de actuación norteamericana es limitada. En Europa
saben que en esa zona los interlocutores preferentes de Washington son los
aliados asiáticos y oceánicos, y éstos reclaman cautela (8).
ORIENTE
MEDIO: IRÁN, PIEDRA DE TOQUE
En
Oriente Medio, la primera pieza a restablecer es el acuerdo nuclear con Irán,
quizás el elemento que genera una menor dificultad. Hay ya un consenso sobre la
necesidad de volver cuanto antes a la situación anterior a Trump. Pero hay
sectores en Washington que desean replantear el trato e introducir nuevos
elementos de control del régimen iraní (programa de misiles y actuación de las
milicias afines en la región). Los ayatollahs no están dispuestos a ceder en
algo que consideran esencial para su seguridad, aunque necesiten un alivio de
las sanciones. Europa quiere recuperar las relaciones económicas con Irán y
puede mostrarse más abierto al diálogo con Teherán que Estados Unidos, donde no
hay consenso bipartidario.
Arabia
Saudí e Israel actúan coordinadamente y se preparan para ese escenario
indeseado, con distintas palancas de obstruccionismo (9). Biden ha tardado
semanas en comunicarse con un Netanyahu, que afronta las cuartas elecciones en
dos años. Una muestra de la frialdad entre ambos que se arrastra desde la era
Obama. Con los saudíes, las cosas no pintan mejor. La suspensión de la venta de
armas que los saudíes emplean en Yemen es una muestra del cambio de temperatura
entre la Casa Blanca y el trono de Riad. El dossier iraní dificulta cualquier
avance en Palestina, donde deben renovarse las instancias de poder político,
aunque hay poco ánimo y mucho escepticismo. Israel seguirá poniendo obstáculos
si no hay replanteamiento del acuerdo nuclear iraní. Una excusa, más que una
razón.
NOTAS
(1) “Extending
NEW START should be just the beginning”. CARNEGIE, 25 de enero.
(2) “The
Nuclear Option. Slowing a new arms race means compromising missiles defenses”.
JEFFREY LEWIS. FOREIGN POLICY, 22 de febrero.
(3) “Working
with the Biden administration: opportunities for the EU”. ROSA BALFOUR. CARNEGIE,
26 de enero.
(4) “Biden tells
allies ‘America is back’, but Macron and Merkel push back”. THE NEW YORK TIMES,
19 de febrero.
(5) “Germany
is pouring cold water on the Biden-Europe love fest”. CONSTANZE STELZEN-MÜLLER.
BROOKINGS, 22 de enero.
(6) “German-Russian
relations at a new low”. CHRISTIAN ESCH. DER SPIEGEL, 7 de enero.
(7) “Chine-Europe-Etats-Unies: [Le] jeu entre les troix côtés
du triangle géopolitique’”.SYLVIE KAUFFMANN. LE MONDE, 30 de diciembre.
(8) “How to
keep U.S.-Chinese confrontation ending in calamity”. KEVIN RUDD. FOREIGN AFFAIRS,
marzo-abril, 2021.
(9) “The
real regional problem with the Iran deal”. TRITA PARSI. FOREIGN AFFAIRS, 23 de
febrero.
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