5 de abril de 2022
El último reality show de
Trump ha transcurrido en sordina. Las precauciones policiales y cierto instinto
de supervivencia del personaje han evitado una nueva y exageradamente temida
demostración de fuerza de sus partidarios durante su comparecencia judicial en
Nueva York. Tras el relativo fracaso del 6 de enero de 2021, todo indica que el
pulso entre el sistema institucional y el desafío callejero se librará de
manera menos bronca. La denominada “vía insurreccional” parece agotada. Es
posible que Trump mida mejor sus pasos y aliente una reconquista del poder más
convencional, sin renunciar a su retórica de cartón piedra, falsaria y victimista (1).
La vista judicial del 4 de abril
apertura un calendario lento y espeso. El juez estimó que el juicio por 34
delitos de falsedad podría comenzar en enero de 2024. Para esa fecha estaremos
en los inicios de un largo año electoral, en el que Trump, salvo un sorpresivo
desfallecimiento, se mantendrá como candidato a la Presidencia
El actual titular del puesto (incumbent)
sigue aplazando su decisión de repetir. Se dice que por la guerra de Ucrania,
las tensiones con China y/o las incertidumbres de la economía. Otros motivos no
admitidos oficialmente son la edad, la fatiga o incluso el agotamiento
personales. O por cuestión puramente táctica: no habría llegado aún el momento
oportuno de declararlo.
Sea como fuera, Trump sigue
siendo un activo rentable, por muy cargado de riesgos que se presente. Rentable
para todos, empezando por él mismo. Los otros casos judiciales pendientes (1),
lejos de constituir un obstáculo, es posible que le sirvan de propulsión (2).
Suele decirse que Trump es una
suerte de personaje antisistema, o algo similar. En realidad, no lo es. Al
contrario, se trata de un puro producto del sistema capitalista norteamericano,
en su versión más descarada, privada de los artificios que enmascaran y blindan
a los políticos más convencionales. La trayectoria empresarial de Trump es un
trasunto del american way of life en su dimensión más gamberra. Su
habilidad para conectar con los sectores más molestos con el reparto de
beneficios del sistema le han proporcionado un caudal de apoyos irreflexivo
pero sólido. Esa white trash (basura blanca) , es decir, un equívoco
sector de la clase trabajadora blanca resentida por una falsa consideración del
sistema hacia las minorías, ha comprado el discurso mentiroso de alguien como
Trump, que está en sus antípodas
sociales, pero en una similar longitud de onda cultural.
Por otro lado, la impunidad es un
elemento enraizado en la democracia norteamericana, como se pone de manifiesto
en un reciente estudio conjunto del Eurasia Group y el Chicago
Council on Global Affairs, con participación de la ONG International
Rescue Committee, dirigida por el exministro laborista de Exteriores, David
Miliban (3).
LA ADICCIÓN EXTREMISTA DEL GOP
La persistencia de esta conexión
casi telúrica entre líder y adeptos ha seducido a la mayoría del muy conservador
Partido Republicano, que lleva más de dos décadas flirteando con el peligro de
los extremos como antídoto de cualquier orientación política que pretenda
avanzar en agendas de nivelación social, por débiles o tramposas que éstas
sean.
El fracaso de los neocon y
luego del movimiento Tea Party se debieron a la falta de raíces
populares (o populacheras), que el trumpismo, por el contrario, ha
aportado como una de sus principales fortalezas. Pese al rechazo instintivo que
esta corriente despertaba en el liderazgo convencional de Great Old Party
(GOP), su rentabilidad electoral y social le hizo acreedor de un apoyo cada vez
menos condicional. A pesar del fracaso de 2020 y del trauma posterior por el
berrinche del derrotado, los republicanos no han sido capaces de librarse de la
hipoteca Trump.
El desengaño de las elecciones midterm
del año pasado, en las que los candidatos más afines al expresidente fueron
cruelmente sancionados en las urnas, se presentó como una oportunidad para
cerrar la página del trumpismo. Pero no fue eso lo que ocurrió. Nadie
del sector más convencional del Partido ha dado el paso, temeroso de ser abatido
por las masas trumpistas aún activas. Se ha avistado una especie de “trumpismo
sin Trump”, es decir, una relectura de un conservadurismo militante sin las
aristas escandalosas que acarrea el empresario hotelero. El principal exponente
de esta corriente es el gobernador de Florida, Ron de Santis. Pero los
indicadores no terminan de concederle el margen necesario para lanzarse a la
carrera. Lo ha hecho, en cambio, Nikki Haley, que fuera embajadora ante la ONU
durante el mandato de Trump y anteriormente gobernadora de Carolina del Sur,
aparte de la primera mujer con raíces indias en ocupar un cargo elevado. Al
enemistarse con su antiguo jefe, sus posibilidades son mínimas.
Ante esta perspectiva, todo
indica que el Partido Republicano seguirá enfeudado a Trump. Que el propio De
Santis y los principales portavoces del GOP se hayan adherido a las críticas a
la imputación del expresidente constituyen una señal más de esta dependencia
enfermiza. La derecha radical norteamericana está atrapada en una retórica de
combate frente a la evolución de una sociedad que se descose cada vez más.
ÚTIL PARA LOS DEMÓCRATAS
CONVENCIONALES
Pero lo más relevante del
fenómeno Trump es que resulta también muy rentable para sus adversarios más
directos, los demócratas moderados, a quienes la prensa liberal denomina
“centristas”, aunque, en realidad, son una derecha temlada. Biden es, de
momento su líder. De circunstancias. Las tensiones y contradicciones internas
lo elevaron por encima del ruido. El establishment lo eligió en 2020 como
la opción más tranquila, exponente de una clase política convencional, que las
bases de clase media aceptaron como mal menor.
El actual presidente tarda en
decidirse sobre su voluntad de continuar, porque dejar el puesto a mitad de
camino se suele asimilar a cobardía política.
Ante las dificultades para hacer avanzar su agenda de nivelación social
con aroma ecológico (muy tímida y coyuntural), se atrinchera en un discurso
retórico sobre la “defensa de la democracia”, que le vale tanto para un roto como
para un descosido. El roto interno es la agrietada cohesión socio-política
norteamericana; el descosido, la crisis del orden internacional liberal,
desgarrado por la ruptura de Rusia, el desafío de China, el recelo de Europa y
el alejamiento de los países emergentes.
Los demócratas convencionales
prefieren que su rival electoral sea Trump y no un par del GOP más próximo,
como ha sido habitual durante décadas. Las líneas de fractura están más claras
y el desplazamiento de voto es menos fluido con el “gran provocador” como
adversario. Tras el fracaso de 2016, la maquinaria demócrata ya está prevenida.
Se han reforzado las medidas de protección y se han adaptado las alianzas
mediáticas.
El trauma del 6 de enero es un
caudal muy fértil para explotar el voto del miedo, como lo fuera el comunismo
durante las distintas etapas de la guerra fría. Las supuestas conexiones o
simpatías de Trump con Rusia, ahora demonizada de nuevo, añadirán leña al fuego
propagandístico. Que los republicanos anden aireando sus dudas sobre la
continuidad del actual apoyo de barra libre a Ucrania es otro factor rentable
para Biden o para quien tome el relevo.
Esta última eventualidad añade
picante a un panorama político incierto. Si Biden finalmente desiste, la
Vicepresidenta, Kamala Harris, sería la candidata mejor colocada. Pero su labor
ha sido poco agraciada. Parece contar con escasos apoyos y nulo entusiasmo, ni
en el aparato ni en las bases. La izquierda del Partido está dividida y carece
de liderazgo unificador. Sanders (candidato ajeno al partido, en todo caso)
está ya amortizado. Los progresistas apenas disponen de fuerza para superar las
trabas de la maquinaria partidista. La derecha demócrata agitará el peligro del
regreso de Trump para convocar una unidad falsa pero necesaria. El viejo
recurso del voto útil. Con un candidato republicano convencional se disiparía
esa convocatoria contra el apocalipsis. Por eso Trump es rentable para sí mismo
y para propios, adheridos y adversarios.
Se volverá a hablar de una
polarización entre trumpistas y demócratas asentados, cuando la
verdadera fractura en Estados Unidos es la que separa a los que defienden y
viven directa o indirectamente del sistema y quienes se ausentan de sus
ceremonias y liturgias institucionales y electorales, casi la mitad de la
población.
NOTAS
(1) “Donald Trump: les principales enquêtes judiciaires qui
menacent l’ex-président americain“. LE MONDE, 3 abril; “The cases against Donald Trump are piling up”. THE ECONOMIST, 23
marzo.
(2) “Trump
flourishes in the glare of his indictment”. PETER BAKER. NEW YORK TIMES, 2
abril.
(3) https://www.eurasiagroup.net/live-post/atlas-of-impunity-2023
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